Fanfic: Catorce. Capítulo 16: Vómito de palabras.

Lo bueno de Tom es que cuando lo ponen nervioso, o le tocan los cojones, habla de más. Bueh, que me demoré más de lo usual porque andaba EMO. Pero de la noche a la mañana vino la inspiración y les traje esto.

Por cierto, colgaré los dibujos que hice sobre el fic, lo que pasa es que ahora no quiero hacerla larga, quiero que lean y comenten y sean felices conmigo. TENGO NOVIA, ehmn... eso no era, digo, sean SEAN FELICES POR BILL Y TOM. AH, Y HABLÉ DEL SEÑOR CARA DE PAPA, solo que se conoce como Señor Patata, lol, yo y mis cameos raros, lo sé.

¿LEMON? ¿EH? ¿CÓMO? ¿SE COME?

... *se va volando*

Capítulo 16: Vómito de palabras.

Tom sabía que él mismo se había aterrado frente a la idea de tener contacto por debajo de la ropa, desnudarse, pero ahora sentía que debía tocar la piel de Bill, era una necesidad imperiosa. Le mordió la boca, y el moreno se alejó. Tom iba a protestar, cuando sus labios le rozaron el cuello, succionando después. Tal vez no era como lo pintaban en las historias, donde todo se vuelve rosa, y hay mariposas alrededor, pero el que su novio le estuviese chupando ahí, posando su lengua en esa zona le daba un estremecimiento que le llegaba hasta la polla, no había mariposas pero sentía que le hormigueaba todo el cuerpo, no había luces de colores pero en las penumbras todo se sentía muchísimo mejor, como si pudiesen despertar un hambre que solo sale en la ausencia de luz.

El de rastas movía sus caderas, buscando ese contacto tan anhelado que solo había tenido con su colchón, no había unas jodidas flores entre ellos, y lo que se olía era el sudor y olor varonil de ambos entremezclados, y eso era genial para Tom.

Bill quería verlo, de verdad que sí, quería ver cómo se deformaba su rictus por la excitación, quería memorizarse cómo se mordía los labios, cómo fruncía el ceño, sin embargo, dejó un recorrido de besos sonoros y suaves sobre la piel delicada y sensible de Tom, subiendo hasta llegar a su mandíbula, entreteniéndose ahí. Tenía que controlarse, porque si no, no podría parar.

—Bill, háblame… —pidió Tom una vez más, arqueándose contra Bill, aunque no estaban echados, Tom era eso lo que quería, y establecer más contacto. El solo hecho de estar apoyado el uno contra el otro le hacía bullir la sangre.

—¿Qué quieres que te diga? —casi gruñó lo dicho.

—No sé, ¡maldición, Bill! —Tom con una coordinación no muy buena ni exacto presionó a su novio contra la cama, quedando sobre él, y tocándolo torpemente por sobre la ropa, no sabía qué era su pecho, su brazo, su cuello o…

Bill reía histéricamente. Tom se sonrojó, su novio no podía verlo, sin embargo, sentía esa risa como si fuera una de burla. Pensó el alejarse, pero luego la determinación y la intrepidez le entraron en el cuerpo haciendo que lo empujará contra la cama, tanteando por donde eran sus hombros y luego buscar su boca, que por suerte al parecer su nariz la olisqueó porque impactó contra sus labios.

—Mejor, mejor, meeejor no hables porque dices tonterías. Si no tienes nada interesante que decir, mejor bésame, tonto —susurró contra la boca del moreno, y antes de que este replicara, lo besó.

Tom no veía así que chocaba sus dientes contra los de Bill, y en un punto, le rozó la mejilla. Pero Tom mandaba todos los posibles desperfectos al diablo, porque la boca de Bill, la lengua de Bill, el solo hecho que fuera Bill hacía su mundo dar vueltas.

Bill lo sujetó por el rostro, para mantener sus manos quietas, porque quería tocar, y se notaba que Tom quería ser tocado. Y es que si se había reído, no había sido para incomodarlo, sino por nervios, y joder, Once lo ponía demasiado nervioso como para que fuera legal o humano.

Le acarició con cariño y consciencia las mejillas, sintiendo la textura, encantándole su aroma, gustándole la temperatura que adquiría frente a su toque, como si fuera un chocolate que se derretía en sus manos, en su lengua, y le encantaba, porque hasta podía figurarse su sonrojo mientras chupaba con fruición su lengua, y sonreía aunque no lo viera.

Todo era caliente, y podía palparse el ambiente, podías rozar con los dedos aquella burbuja en la cual ambos estaban cubiertos. Donde el sudor, la saliva, y lo demás se entremezclaba, y esa mordida que recibió Tom se sintió dulce, y la tibieza que compartían era sublime. Ya no hablaban, solo se escuchaba el eco de sus labios, el choque de sus ropas, y Tom quería más.

Pero no sabía cómo pedirlo, no sabía qué hacer, decidió pensar poco, porque siempre cavilaba mucho, y bajó una mano. Bill movió por acto reflejo las caderas, consiguiendo que Once se paralizase y no moviera su palma del pecho de Bill. Se separaron con aire, que así fuese algo embriagador (y aturdidor) el quedarse sin respirar por tanto besuquearse, de todas formas era algo vital. El mayor rozó con su dedo índice los labios de su novio, jugueteó intentando meterlo en la boca de Tom, el cual la cerró, succionando un poco. No era algo hecho adrede, o tal vez sí, sin embargo, cuando hubo notado lo que estaba haciendo, se detuvo.

Bill habría querido mirar. Pero lo más probable es que con la calentura que traía encima se hubiera corrido de una sola, así, como un virgen en su primera paja. No quería apurar las cosas, pero había crecido unos centímetros por aquel simple estímulo, por lo que onduló las caderas una vez más. Estaban vestidos, no podía afectar mucho, ¿no?

Tom le mordió el dedo, lo hizo porque quería gritar, y Tom siempre para acallar sus gritos mordía la almohada. Bill se percató que su dedo en aquella cavidad era algo muy tentador, pero peligroso también, así que lo sacó. Y seguía con ganas de verlo.

Sujetó la mano del rubio, y la guió por sobre el cuerpo del de rastas. Tom se sintió extraño cuando la mano de Bill hacía que se tocase el cuello, el pecho, no obstante, tenía que admitir que la idea lo estaba excitando, y así fuera su propia mano, el que Bill lo guiase volvía a su cuerpo afiebrado.

Podía joderse el mundo entero, así, con malas palabras y todo, no era solo una idea, el hecho de que Bill le hiciera eso conseguía que pudiesen fritar un huevo sobre Tom y luego comerlo a gusto. Se sentía como un horno, un puto horno, una estufa, una sartén ardiente.

—¿Sientes? Este eres tú —señaló Bill mientras pasaba la mano de Tom por su pecho, y movía las caderas con cadencia, como para no romper el contacto—. Y ese soy yo, pero debes sentirte por completo —mencionó acariciando el dorso de su mano y tentando para meterla bajo su playera—, para que me puedas sentir. Debes apreciarte. —Tom se levantó un poco y sintió su propia mano (y la de Bill que lo guiaba) sobre su miembro cubierto por su ropa—. Debes explorarte, conocerte, y después…

—¿Qué pasa después? —interrogó.

—Después te exploraré yo, y lo haré a consciencia, te conoceré tan profundo que me aprenderé de memoria cada rincón tuyo, y así estemos a oscuras sabré el lugar exacto de cada lunar, de cada recoveco tuyo. Cuando te conozcas a fondo, podrás saber qué es lo que te gusta, y si no lo has descubierto del todo, seré yo quien sepa qué botones apretar —gruñó, y lo hizo con una voz que consiguió que la piel de Tom se pusiera de gallina y luego jadeara sonoramente.

—Bill, Bill —pidió Tom sin especificar nada, ahora él moviéndose contra Bill, frotándose desesperado.

Sus manos ahora libres la tenía aferradas a la cintura del mayor, y lo único que quería es tocarlo por debajo de la ropa, quería correrse.

Era difícil, algo incómodo, los jeans podían ser hasta dolorosos si tenías que pasar tu dureza contra ellos. 

Los vaqueros y ropa interior era una terrible prisión, no obstante, Tom sabía que era muy pronto. Así que más allá de la incomodidad, estaba el calor, el olor, el sentirlo, ya no en su espalda, sino ahora de frente, podía sentir el bulto que se frotaba contra él al mismo ritmo desaforado. Saber que ya estaba botando líquido preseminal, ¡y ni siquiera podía verlo! Se excitaba solo con su respiración, sus toques, sus manos que pasaban a su trasero y se lo acariciaban con descaro, poco le importaba a Tom.

Bill iba a sangrar, se mordía con demasiada fuerza el labio, creía que iría a hacerse una herida de la cual en vez de sangre brotaría semen, porque sentía que el orgasmo no saldría por su pene sino por su cabeza, por su pecho, no sabía por dónde. Así que para dejar de morderse, se acomodó de tal forma que quedó casi sentado, sujetando las nalgas cubiertas de su novio y besándole con rudeza, aunque no mucha, y fue dejando besos por donde caía su boca, por su mejilla, por su mandíbula, por su cuello.

Le encantaba su cuello, y podría lamerlo y dejarle millones de marcas, pero se limitaba a besarlo porque al parecer era uno de los puntos sensibles de Once, uno de sus “botones”.

Tom se abrió de piernas y acogió a Bill entre ellas, se colgó de su cuello, y las bandanas se movieron, despeinándolos más y permitiendo que pudieran verse. Sin embargo, ellos se besaban, así que no abrieron los ojos.

Se enredaron una vez más. Bill pedía tiempo, para poder ayudar a su pequeño Once a hacerlo todo bien. 

Pero… no podía pensar ahora. No cuando tenía el aliento de Once en su boca y se movían, danzaban a un ritmo discorde. Eran como piezas distintas de rompecabezas encajando de una forma que se sentía compacto, aún con la ropa entre ellos, y se sentía tan jodidamente correcto.

Podían oírse sus jadeos, sus gemidos entrecortados, Once lo apretó contra sí y sus dedos se tensaron. No obstante, Bill notaba que no solo eran sus dedos.

Bill abrió los ojos y se ganó el detalle de ver a su novio correrse.

Todo se volvió blanco para Tom, y era el doble de intenso de cuando se frotaba con la cama, porque esto no era un sueño, era el Bill real, en su cama, removiendo sus sábanas, sobándose con su cuerpo a pesar de que seguía sintiendo su orgasmo en toda regla. Y le ardió el rostro, las orejas, y su vientre y miembro se sentían como si estuvieran en carne viva. No había fuegos artificiales, pero no hacía falta, por un instante su organismo se paralizó y fue como si hubiera muerto y vuelto a nacer.

Bill lo alcanzó un poco después que su pareja, y fue algo rápido, para lo que él estaba habituado. Sin embargo, el candor que sintió en su pecho, los espasmos que le hicieron soltar tremendo grito, y el percibir su aroma, el olor de su esencia en su nariz mientras explotaba sin haberse quitado la ropa, no tenían comparación. Aunque de por sí se sabía que cada orgasmo era diferente y único, Bill sabía que era muchísimo más especial, porque quien lo había orillado a ello había sido Once.

Y su rostro, el hermoso rictus de Once al correrse, todo eso se grabó en su cabeza. No podía creerlo, había escuchado su respiración, absorbido su aliento, besado sus labios y se volvió tan débil, pero se sintió tan vivo. Eso era la puta felicidad.

“Lo quiero, lo quiero”, exclamaba su mente, y Bill tenía miedo de que fuera a decirlo en voz alta, ya que volvería todo más real.

La típica modorra después del sexo los invadió, y con ojos soñolientos se observaron, y fue como si se vieran por primera vez.

La diferencia es que Bill no miraba a esa niña algo plana y de ropas raras, sino que miraba a un chico, muy bello, que lo quería y era único, incluso se le antojó dibujarlo así, con las mejillas sonrojadas, los labios llenos y rojizos, las rastas desacomodadas, una sonrisa boba, las pupilas dilatadas, simplemente lo más bello que había visto en su perra vida.

Tom se percató que Bill era lo que siempre había mirado desde que comenzó a gustarle, la misma sonrisa, los mismos ojos tristes pero que ahora sonreían, siquiera un poco, era lo que le encantaba, lo que el resto no veía, y en verdad por más que a veces le desesperase que tratasen mal a su novio, podría agradecer de ser uno de la minoría que conocía al verdadero Bill, porque así no tenía que compartirlo, no se lo quitarían. Tom era egoísta, sí.

—Eres…hermoso —dijo Bill. El tono rojizo de las mejillas de Tom aumentó.

—Tú también, uhmn.

—Acabamos de tener un orgasmo, bueno, tú el tuyo y yo el mío. A pesar de ello puedes sonrojarte, eres increíble —farfulló Bill con una sonrisa.

—No seas tonto. Es diferente, yo…

—Shus, no busques explicar nada. Me encantas como seas, ¿ok? Te acepto con todo, incluida tu madre —bromeó Bill, Tom le dio un golpe en el hombro, pero rió.

El moreno abrazó al rubio y le dejó en su beso corto en su cuello. Se sentían húmedos, adormilados, y satisfechos, por lo que la limpieza podría venir más tarde.

—Tengo hambre.

—Debemos bañarnos primero, Bill.

—¿Quieres que te talle la espalda? —cuestionó Bill, ahora ambos acomodados en la cama. Bill detrás de Tom, acunándolo en sus brazos, acariciándole el vientre plano. El calor que ambos irradiaban, junto con el olor a sexo, hacía que Bill tuviese ganas de fumar. Pero la idea de comer era más tentadora, o también bañar a su novio, aunque era muy pronto le gustaba molestarlo.

—Dijiste que aún…

—Seh, seh, lo decía para ahorrar agua, pasa de ello. ¿Tú vas primero? Es que quiero echar una siestecita antes —masculló Bill, sin embargo, no movió su nariz del cuello de Once, ni sus brazos deshicieron el agarre en la cintura del rubio.

—Uhm. Lo haría pero me sigues agarrando —señaló Tom, frunciendo el ceño. Bill bostezó y lo apretó más contra sí.

—Ay sí, ay sí, me quejo porque mi novio me está toqueteando —canturreó Bill con voz burlona—. Pero hace un rato no decías ni “patata” debido a todo lo que te hacía.

—¿Por qué diría patata? —preguntó Tom para no responder a lo otro, ya que evidentemente saldría perdiendo.

—Porque las patatas son deliciosas. Uno no necesita excusas para hablar de ellas, podríamos hacer una oda a la patata. Una canción. Es como besarte, no necesito una razón para hacerlo —farfulló.

Tom se sonrojó, en realidad no tenía sentido, o tal vez sí, en la mente de Bill donde todo era complejo de una forma simple. Y su Bill era cursi, muy a su manera.

—Bueno, señor Patata, iré a bañarme mientras usted se duerme un rato —dijo moviéndose y empujando a Bill para poder salir de su agarre. Cuando lo consiguió, lo miró y le dejó un beso en la punta de su nariz.

—Vaya, señora Patata. Ouch —soltó Bill cuando Tom le dio pellizco, luego ambos rieron y el menor se adentró en el baño.

…

—¡Bill! —Se quejó Tom cuando estaban en la cocina y Bill había movido su melena húmeda, de forma que todo le salpicó al rubio.

—No voy a estar con una toalla que en cualquier momento se puede desbaratar y me dificultaría el movimiento o podría caer sobre las ollas. Así que prefiero que esté así, al natural —explicó Bill, revisando la refrigeradora ahora.

—Pero —puso un leve puchero, casi por instinto—, me cayó el agua y yo ya me había secado.

—Yaaa, en fin, ¿qué tienes ganas de comer? Podemos hacer pasta, o pasta, oh ya sé, ¡pasta!

—Genial, tenemos un variado menú —bromeó Tom.

—Vale, que no es muy variado, pero hay muchos tipos de pastas. Con salsa blanca, a lo Alfredo, salsa roja, bolognesa, puttanesca, arrabbiata, y muchas más que me da flojera enumerar —musitó Bill ahora posando una mano sobre su cadera y la otra en su quijada.

—¿Y cuál es más rica? —Tom se sorprendía por cómo hablaba italiano Bill, para tener un terrible francés por lo menos hablaba bien el idioma.

—Cada una es diferente, no podría hacer una comparación. ¡Ya sé cuál cocinaré! —dijo Bill decidido, dando aplausos frente a su idea.

Tom frunció el ceño y sonrió por lo raro que representaba la imagen de su novio emocionado.

—¿Qué harás?

—Tones —le respondió con seriedad, ahora sacando ingredientes del congelador.

—¿Qué son tones?

—Para los preguntones —sentenció Bill con la misma seriedad. Tom bufó y se cruzó de brazos—. Pero no te quedes ahí. ¡Mueve tu gordo trasero de la silla y ayúdame!

—¿Estoy gordo?

—¿En serio me estás preguntando eso? Voy a hacer de cuenta que no lo hiciste y que en lugar de ello dijiste “Oh, Bill, necesito de ti” así que… ¡Sí, Once, también necesito de ti! Para que cortes el jamón así que mueve tu suave, apretujable y respingado trasero de la jodida silla de mierda y coge un cuchillo. —Tom asintió y se levantó, con las mejillas rojizas, a hacer lo que le ordenaba Bill, el cual se movía de un lado a otro, gritándole a las cosas que “se le cruzaban” en el camino, ahora que lo notaba, el moreno era bastante torpe.

Sin embargo, no rompió nada, solo se quemó al poner a hervir los fideos. Lo que no sabía Tom, es que Bill se había hecho heridas de mayor gravedad por culpa de su torpeza, que parecía ser nata o algo así. Por ello, esa quemadura no era nada en comparación.

…

Tom comía la pasta y en verdad le gustaba, no había notado qué tanta hambre tenía, o tal vez era que su novio cocinaba demasiado bien. Bill, por su parte, comía como cerdo, debido a que no había tomado más que jugo, ya que era alérgico a las manzanas, y su estómago estuvo gruñendo mientras cocinaba.

—Bill, ¿estás respirando? Digo, comes como un desesperado.

—Deja comer en paz —soltó con la boca llena.

—¡Bill, no seas puerco! Traga antes de hablar. —Bill casi se ahoga con su comida, por lo que tuvo que tomar agua—. ¿Qué?

—¡Qué no me gusta tragar! —gritó Bill sin para de reír, evidentemente no refiriéndose a la comida.

—¿Qué? No seas bobo, si no tragas no comerías, te he visto hacerlo —recriminó Tom.

—Ok, mala broma. Déjame comer tranquilo, pareces tu madre diciéndome esas cosas, oh por todo lo sagrado, no quiero pensar en Anémona mientras te beso. Está bien, está buena, se parecen mucho, pero nomuchasgracias. —Tom tenía sentimientos encontrados, por un lado Bill le decía que su madre estaba “buena”, por el otro, que se parecía a ella. La imagen de Bill besando a su mamá azotó su mente y no, no era para nada encantadora. ¿En serio estaba sintiendo celos de su progenitora? Negó con la cabeza.

—No, bueno, come como quieras —se puso el tenedor en la boca para no hablar más del tema.

…

Tom estaba metiéndose las palomitas a la boca, y en un momento dado se las comenzó a lanzar a Bill.

—Tssssk. ¿Por qué haces eso? —cuestionó Bill sin quitar sus ojos de la pantalla.

—Porque no me haces caso, sigues viendo esa película rara. Ese hombre da miedo, ¿sabías? Es perturbador cómo le hicieron ese acercamiento mientras hablaba —farfulló Tom.

—Aparte de no saber casi nada de música, blasfemas contra Hannibal Lecter, por Jebús, Once. Me sorprendes, y no en un buen sentido —mencionó casualmente, Tom se sintió avergonzado y luego le dio un golpe en el hombro.

—Tú también tienes cosas que no me gustan, como que no te gusta leer, comes como un marrano, y y y…

Bill torció levemente el cuello pero se escuchó, le puso pause a la película y volteó a verlo.

—No lo decía en ese sentido, así como no me gusta leer, yo estoy aceptando que me leas. Tú aceptabas que te haga escuchar música, y bueno, lo de las películas también podrías tener un poco de asertividad, en lugar de estar recriminándome. Porque si empezamos a hacer eso, te diré que bien podrías mandarme a la mierda, a mí y mis idioteces, ¿sabes? No es que no tuvieras otras opciones, si sabes de lo que hablo —gruñó Bill.

Tom se sintió tan frustrado por lo que dijo Bill que le dieron ganas de golpearlo. Así que no se resistió y se lanzó contra Bill, comenzando a darle golpes algo débiles sobre el pecho, pero el moreno lo detuvo sujetando sus brazos.

—¿Qué demonios haces? —interrogó Bill, con el rostro enojado aún y la mandíbula tensa.

El rubio esnifó por la nariz, recién percatándose que estaba llorando, se mordisqueó el labio y frunció el ceño.

—¡Te golpeo porque eres un idiota! ¡UN IDIOTA! ¿Crees que yo te mandaría a la mierda? ¿Con quién crees que hablas? ¿Con tus polvos de una noche, uh? ¡Yo te quiero! Así me desesperes, me hagas enojar, me hagas llorar, no me interesa. ¡Porque te quiero! Por más que no me digas lo mismo. ¡Y no me importa nadie más que tú! ¡Yo quiero todo solo contigo! ¿No lo notas? ¡Estoy haciendo todo pensando en ti! ¡Fui yo quien te esperó a pesar de que te fuiste! ¡Fui yo quien te tuvo paciencia así no me dijeras una maldita palabra por teléfono! ¡Me hice las rastas para lucir como el estúpido de tu ex! ¡Me hice el piercing porque tú me mordisqueaste hasta dejarme herida ahí! ¡Afronté que era gay por ti! —exclamó y luego se calló porque se había quedado sin aire. Todo azorado y acelerado lo vio, Bill tenía sus ojos abiertos junto con su boca, el agarre en sus muñecas flaqueó y Tom dejó caer sus puños sobre el pecho del moreno.

Tom se sentía relajado, porque por fin había soltado todo lo que tenía dentro. Pero a la vez se sentía muy avergonzado, porque una cosa era saberlo en tu mente y otra muy distinta decírselo a Bill. Temía al rechazo, de algún modo pensaba que Bill podría creer algo erróneo. O no lo sabía con exactitud.

Sin embargo, al notar las ideas estúpidas que pasaban por la cabeza de su novio idiota, decidió decirlo todo, exponiéndose y esperando que todo quedase bien. Porque él quería a Bill, lo quería demasiado como para soportar que se alejase. Y en ese momento deseaba ponerse a llorar como un niño chiquito, no obstante, él no era un niño, Tom se sentía un hombre ya, miró con determinación al mayor y lo besó.

—Eres tonto, un idiota, pero eres MI idiota, ¿entiendes? —preguntó acariciándole las mejillas. Bill asintió aún aturdido por todo lo dicho.

—Te quiero.

—¿Qué? —Tom de verdad no podía creer lo que había escuchado.

—No me hagas repetirlo.

Y Tom fue feliz, porque ese era el mejor regalo que Bill le podía dar, el mejor de todos sus regalos de cumpleaños. Así fuera atrasado.