Fic: Catorce. Capítulo 19: Reconciliaciones y mensajes.

Lo que está en negrita son los mensajes de texto.

Lo que le susurró Bill a Once en el capítulo anterior lo puse de forma implícita
"Bill acercó su boca al oído de Tom, susurrándole algo y luego dejándole un beso.

(..) Él también lo quería(..)"

O sea le dijo que lo quería.

Si leen comenten, así sea para mandarme a la gran p...

Capítulo 19: Reconciliaciones y mensajes

No es que Paul o Anis se dejasen mangonear por las palabras de un adolescente, por más que las dijese con determinación, tampoco era miedo. Ellos trabajaban en la industria de la música, y aparte tenían otros negocios, los del tipo que no se decían en una reunión familiar, así que tenían muchos huevos como para asustarse, o acojonarse por algo que le dijera un chico de quince años, sino que querían a ese muchacho, lo habían visto desde pequeño, y se enorgullecían de que ahora estuviese grande y sacando cara por lo que quería.

Tampoco es que el resumen de su relación diera la impresión de ser un romance que pasó tiempos difíciles y siempre el amor los sacó a flote, no, lo de Paul y Anis no fue un romance de película, fue una relación donde uno apoyó al otro, uno sacó del pozo de mierda al otro, donde sabían que lo de ser maricas no estaba bien visto. Así que su historia no era una de novela rosa con momentos dramáticos, sin embargo, Tom no tenía que enterarse, y Paul ni Anis tenían que decírselo.

…

—¿Le ayudo en algo? —ofreció Bill, viendo que Paul iba sacando las cosas de la refrigeradora, Anis se mantenía en la puerta de la cocina y Tom estaba jugando con su celular, al parecer nervioso. Paul rió haciendo escándalo y negó con la cabeza.

—Estamos de observadores porque cuando él cocina, no le gusta que nadie se meta, dice que arruina todo su ciclo —explicó Anis.

—Oh ya —respondió Bill rascándose la nuca. Tom estaba para el extremo contrario de Bill, así que no podía molestarle al jugar con sus dedos, pero sí podía enviarle mensajes.

—Voy a traer algo para tomar, que me olvidé de comprarlo ayer —avisó Anis, Paul le mostró el dedo medio, porque se lo había repetido todo el día de ayer, Anis rió y salió.

Tom frunció el ceño mirando a su móvil, y luego abrió el mensaje.

“Quiero que te toques pensando en mí”

El de rastas giró la vista en dirección a Bill, notando que se reía en silencio y le mandaba besitos volados. Era todo un caso.

—¿Y de dónde se conocieron o cómo? —preguntó Paul dándoles la espalda y cortando con cuidado las verduras.

“Estamos con mi tío delante, y yo prefiero que nos toquemos mutuamente”

—En la escuela —dijo Bill luego de ver la respuesta en su celular, con expresión demasiado calmada para el gusto de Tom, algo tramaba su novio.

—¿En la escuela? Pero si tú eres mayor, y la mayoría decía que habías estudiado en una escuela militar. —Bill arqueó una ceja, el de barba seguía sin mirarlo, pero le jodía el hecho de que su vida la supiera todo el mundo, ¿cuándo la había contado? “Quizá ebrio”, pensó.

“Debes perder tu temor por las pajas. Las pajas son lo más sano del mundo”

—Er… —Tom tosió, disimulando así su sonrojo, vio a su tío, que seguía concentrado en lo suyo—. Bill nació aquí, y estudió en mi escuela hasta que lo trasladaron al colegio militar. Nos conocimos en la escuela, éramos amigos y eso.

—¿Qué edad tenías, Tomate?

—Once años.

“Ni siquiera mencioné las…pajas, Bill”

—Pff, eras un enano, ¿y cuándo se hicieron novios? ¿Desde ahí? —cuestionó Paul, Bill tragó saliva, al menos no mentirían.

—No, somos novios desde hace poco más de un mes —soltó Tom, Paul lo vio, como para asegurarse que no mintiera, luego volvió a lo suyo, acomodando todo en un bol y echándole harina.

“Te cuesta hasta escribirlo, debo hacer algo para borrar el maldito trauma que te dejó el rubito”

—Entonces es de esas amistades de años hasta que notan que no todo es ser amiguitos —mencionó Paul, pensando si Bill de Dresden habría sido igual antes, o qué habría sido lo que los había unido.

Dado que su sobrino era tranquilo, algo antisocial, y amable, a diferencia de Bill, que era conocido por tener un temperamento terrible pero que sabía compensártelo en la cama, aunque también era egoísta.

Tenía muchas interrogantes que en realidad no le importaba mucho mientras que Tom no saliese lastimado.

“No tengo ningún trauma”

—Pues Bill era mi amor platónico cuando era menor, pero no sabía si yo era gay o algo, por eso fue tumultuoso darme cuenta —contó Tom, sin mirar a su novio, el cual rió de lado.

—Le gustaba pero creía ser hetero… —dijo Bill para luego toser, cubriendo su sonrisa, Paul se carcajeó.

—Negación —bramó Paul.

—Negación —cedió Bill. Tom rodó los ojos y bufó.

“Sí lo tienes, y me encargaré de él cuando estemos en tu casa”

Tom vio a Bill, preguntándole con la mirada, sin contar que estaba rojo, Bill le guiñó un ojo y le mandó un beso sin hacer ruido. Bill no era capaz de obligarlo a hacer algo que él no quería, es decir… ¿bajo qué circunstancias estaría feliz de la vida masturbándose? Podía frotarse contra la cama, era distinto, pero Andreas le había dicho que… demonios, entonces sí estaba traumatizado.

…

Comían tranquilos, nadie había mencionado lo tarde que llegó Anis, y por cómo se miraban parecía ser algo que arreglarían cuando estuviesen solos. Pero la tensión estaba latente en el ambiente, en cómo hacían sonar los cubiertos contra los platos, cómo se veían, cómo a veces pasaban de los comentarios, o soltaban algo hiriente camuflado de indiferencia. Era más cómodo para Bill y Tom que no fueran el centro de la atención, en especial para Bill que no quería que le recordaran todo lo que pasó en Dresden, pero la frase  “en problemas de dos, el tercero sale sobrando” les aplicaba, justo en este instante cuando la tensión podía ser cortada con un cuchillo.

—Saben, tenemos que comprarles unas cosas a la abuela de Tom. No podemos tardar mucho sino cierran la tienda esa, una específica. ¿Podemos irnos? La comida estuvo riquísima, eh. No se crean, quiero volver a comer algo así, y más si es gratis —dijo Bill, limpiándose la boca, intentando aligerar el ambiente. Dos pares de ojos lo taladraron.

—Bell necesita en serio que le demos sus compras, porque fue al médico y no podrá hacerlo por falta de tiempo —agregó Tom, también quería irse, adoraba a sus tíos, pero cuando estaban peleados las cosas podían ponerse de un terrible color marrón.

—Los llevo yo —sentenció Paul.

—Tú los trajiste, lo justo sería que yo los regrese —acotó Anis.

—Con lo que te demoras, los harás llegar mañana —se quejó Paul. Anis puso una expresión de fastidio, y Tom se aclaró la garganta.

—Está bien, llévalos tú.

Paul asintió y los chicos se despidieron, solo deseaban que no fuera un viaje largo.

…

—¿Están seguros que no quieren que los deje donde la tienda? Para que les quede más cerca, digo —ofreció Paul. Tom se acercó a él y negó.

—No, nos hará bien caminar, por eso de que ya comimos. Suerte con tío Anis, tío Paul. Espero todo se arregle —deseó Tom, Paul le palmeó el hombro sonriente.

—No te preocupes, Tomate, lo bueno de las peleas siempre son las reconciliaciones, eso es algo que aprenderás más adelante, si es que no lo sabes ya —calmó Paul y se fue, dejando a un Tom algo perturbado por la imagen mental, y un Bill que se carcajeaba.

—Debe ser terrible que tu tío te diga que se va a tener sexo de reconciliación con tu otro tío. Ya sabes, el sexo de reconciliación es algo bien…

—Ugh, ya cállate.

—¿Tu madre estará en casa? —interrogó viendo que ciertas luces del hogar de Once estaban encendidas.

—No lo sé, podría ser Bell. Por si las dudas, sube por el otro lado —pidió Tom, dejándole un beso en la barbilla y yendo en dirección a la puerta principal.

…

—No está mi mamá, solo era Bell, nos trajo unos dulces de pasada y me contó cómo le fue en el doctor. Dice que le harán un tratamiento que alternará con medicina natural y cosas así —avisó Tom apenas entró a su cuarto.

—¿Qué tiene? ¿Es grave? —cuestionó Bill, echado cómodamente en cama de Tom, el cual se sentó a un lado con expresión nostálgica.

—Pues tiene cáncer, no quiere explicarme de qué, y dice que no me preocupe, que eso atrae energías negativas. Dice que no es grave, solo me queda creerle.

—Todo va a estar bien, Once —tranquilizó Bill, acariciándolo con su pie en su espalda baja, Tom frunció el ceño.

—¿No tienes manos?

—También sé usar mis patitas.

—Pies, y no son chiquitos —cogió uno de los pies con calcetines negros de Bill—, son gigantes, como pies de payaso.

Bill se sentó y acomodó detrás de Tom, rodeándolo con sus largas piernas, también pasó sus brazos por debajo de los de Tom y lo abrazó, poniendo su quijada sobre el hombro de Tom, el cual se acurrucó en ese agarre, sintiéndose seguro.

—¿Soy tu oso de peluche? —preguntó Tom con una risa boba saliéndose de los labios, acariciando las piernas de Bill.

—Uhmn —olisqueó su cuello—, pues… no sé, dudo que seas de peluche. ¿Recuerdas? —susurró contra su cuello—, los mensajes de texto.

—Sí… —claro que lo recordaba, si había dicho que le quitaría el trauma con la masturbación—. No me voy a masturbar, no así, aparte que me daría mucha pena que estés mirándome así, y eso duele. Es mejor cuando estamos sin visión y ambos nos tocamos.

—No seas un marica, Once. Para esto necesitaré ver bien, y que tú me veas, te gustará —dijo Bill, cepillando sus labios contra el cuello de su novio, notando cómo los vellos se le erizaban.

Bill no haría nada para lastimarlo, eso se repetía Once mientras asentía y se concentraba en los besos que le dejaban en sus puntos sensibles.  

—¿Sabes? Me gustó la mordida que me diste temprano, me gusta cuando te pones tan agresivo —comentó Bill, para luego gruñir como si fuera un animal.

—¿Agresivo? —cuestionó Tom, riéndose por los nervios, mantuvo la caricia constante sobre las piernas enfundadas en los vaqueros de Bill—. Tú eres quien muerde hasta sacar sangre.

—Ya no lo hago, no quiero lastimarte —repuso Bill.

—Podría gustarme que me muerdas, quizá no hasta sangrar, pero sí un poco fuerte. No mucho. —Bill lo mordió en el cuello, Tom aguantó la exclamación que se le iba a salir—. Ok, así sí me gusta.

—También puedo ser un poco rudo si gustas, aunque no mucho, tú eres mi muñequita de piel de porcelana. Ouch —se quejó riéndose por el codazo que recibió—, ok, pero eres muy importante, ¿sabes? Procuro no arruinarla contigo.

—No me voy a romper, por más que tengas esas molestas ideas de que soy demasiado delicado, o que tengo piel de porcelana. Soy un chico, y ya estoy lo suficientemente grandecito para saber qué quiero y qué no quiero, o qué nivel de dolor puede llegar a gustarme —musitó Tom, permitiéndole a Bill más acceso a la piel de su cuello, y sin saber qué hacer con sus manos, solo acariciando una y otra vez a Bill por sobre sus jeans. Era algo poco práctico estar en ese presa del mayor cuando querían hacer algo, incluso no podrían besarse bien.

—Sonaste como un chico travieso, Once —farfulló Bill.

—Tal vez lo sea, así como tal vez tú seas un mono y no me había dado cuenta antes. —Bill apretó más a Tom contra sí, haciéndole sentir que estaba creciendo allí abajo.

—Eres tan pequeño —murmuró pasando sus manos por su vientre, intentando levantar la playera gigante.

—Solo me ganas por cabeza y media, y estoy siendo generoso, sería cabeza y un cuarto —sentía que se volvía una masa gelatinosa frente a los roces de Bill, aún sobre la ropa, pero no quería quedarse quieto—. Bill, Bill, cambiemos de posición.

—¿Todavía no hacemos nada y ya quieres cambiar? Está bien, por ti me pongo en cualquier posición. —Tom sintió el aliento de Bill en su oído, y luego cuando le mordió la oreja y se alejó, palmeando un lado de la cama, liberándolo de la presa en la que lo tenía, recién entendió en alusión a qué había hablado y boqueó como un pez fuera del agua.

—¡Bill!

—¡Once! ¿Gritaremos nuestros nombres o nos desvestiremos? —dijo Bill, tocando el borde de su propia camiseta.

—No sé si esté listo para quitarme la ropa —soltó, cerrando sus ojos porque no se atrevía a decírselo mirándolo a los ojos.

—Bueno, ¿tampoco quieres que me la quite? Es que tengo la vena exhibicionista que me dice “oh, Bill, muestra tu cuerpo sensual que parece un fideo crudo” —exclamó Bill, quitándole el hierro al asunto, Tom abrió los ojos y rió. Estaba excitado, su novio también, tenía problemas con su imagen, de autoestima en general aunque no a niveles extremos, pero podía reírse en una situación así, con Bill sí.

—Puedes hacer lo que quieras.

—¿Contigo?

—También. —Tom podía permitir que Bill hiciese lo que quiera con él, porque sabía que de ninguna forma lo obligaría a hacer algo que no quisiera, o que lo lastimase.

Bill se quitó la camiseta y sujetó por el rostro a Tom, el cual se fijaba en los numerosos lunares del mayor. 

—Ahora voy a besarte, y tú vas a dejarte, porque te gusta y porque un beso no se puede hacer de a uno, a menos que babosees la almohada, o tu mano.

—¿Has besado a tu mano? —frunció el ceño.

—No, con mi mano solemos tener una relación puramente física sin contactos así de íntimos, como un beso, uno con ganas como el que planeo darte si es que te callas.

Tom lo consideró gracioso, porque usualmente quien no se callaba era Bill, pero cuando el moreno comenzó a chupar sus labios, dejó de pensar cosas que dieran risa, y se concentró en seguirle el ritmo y acariciarle el cabello, porque sus manos no podían estar sin moverse, sin tocar, sin sentir a Bill.

El de rastas sentía la espalda de Bill, y cada parte que se calentaba bajo su roce lo hacía desfallecer, en algún sentido. Su boca se movía, y él abría la suya, para dejar que jugase, que lo guiase, que lo recorriese, como las manos juguetonas que serpenteaban en su cintura, rasguñándolo. ¿Qué quería? ¿Por qué? Era todo aunado, el querer a alguien, y saber que esa persona logra que todas las emociones implosionasen en su pecho, y bajasen a su vientre.

Un beso, un beso, quizá era más de uno, entre que se separaban para ladear el rostro, o cuando daban besitos cortos entre sonrisitas de tontos, cuando mordían, cuando el piercing de Tom era jalado, en algún momento de forma diminutiva se rompía el beso y volvía a empezar. Sentían su cara arder, como las lenguas que emanaban calor, no era algo excesivo, tampoco se ahogaban entre saliva, sino lo justo, con movimiento, con caricias, con esa latente excitación.

Tom solo quería tener espejos y tener la habilidad para besar con los ojos abiertos, porque se moría por ver cómo lucía Bill cuando se apasionaba al besarlo así, o cómo se miraba su espalda desnuda, con los huesos en partes justas, sus incontables lunares, sus curvas que se esbozaban. Quería ver el rictus de concentración cuando jadeaba durante el beso, quería ver lo que Bill encontraba en él atractivo o atrayente, lo que hacía que le gustase, porque debía gustarle, y bastante, para el punto de estar excitándose tanto que la temperatura corporal de ambos se elevaba, y no era lo único que se levantaba.

Suavidad, suavidad, eso era y se planteaba si no era buena idea quitarse la camiseta. Cuando sintió los dedos de Bill juguetear con su pantalón, se separó, provocando un sonido húmedo que le dio un retorcijón de los buenos, y haciendo que lo viera fijamente, con los labios rojos y ojos brillantes.

—¿Qué haces? —su voz sonaba extraña, y se aclaró la garganta, quitándose la gorra y la bandana, para evitar choques innecesarios.

—Dije que te quitaría el trauma con las pajas —señaló lo obvio. Tom tragó saliva, percatándose que su boca sabía a Bill.

—Yo no sé hacerlo… ¿no va a doler, no?

—¿Quién dijo que tú lo harías? —Bill pasó sus manos por detrás de la cabeza de Tom, quitándole la goma del cabello y dejando libres sus rastas—. Mucho mejor, me encanta verte así, no importa si solo yo lo hago. Aparte necesitaré esto —musitó con la liga en alto, para luego amarrarse el pelo con ella.

—¿Cómo que yo no me masturbaré?

—Deberías sumar uno más uno, Once. Si tú no te harás la paja, y solo estamos los dos aquí, es bastante obvio quién te la hará —respondió otra vez posando sus manos en la cinturilla del pantalón—. Vamos, no me mostrarás lo demás, si es que te jode, solo… dejarás libre a tu amigo, que debe sentirse ahogado entre tus bóxers y pantalones de tallas más grandes. No es como si no fuera hombre, yo también tengo pene, ya sabes.

Tom intentaba pensar en lo que se sentiría, en lugar de ser el mullido colchón, sentir atención especial sobre su miembro por parte de Bill, asintió, no pudiendo responder oralmente por temor a que se le saliera la voz temblorosa o que se echara para atrás.

Bill hizo que Tom se sentara sobre la cama, de piernas abiertas, y le bajó el pantalón hasta poco más debajo de los muslos, sonriendo por los bóxers de bolitas doradas aladas, en definitiva tendría que pensar mejor qué ropa interior iba a usar si se iba a ver con su novio. Con el corazón a punto de salírsele del pecho, y con las manos sobre los hombros de Bill, vio cómo con otro movimiento, que lo hizo acomodarse de nuevo, le bajaba sus ropas interiores, y dejaba su miembro al aire, el cual no se había bajado por más que se sentía notoriamente nervioso.

¿Qué más expuesto podría estar? Y acercó a Bill por los hombros, para que lo besara, para que no lo viera así, que bien podía ser deseo, podría ser amor, no sabía, pero Tom estaba habituado a solo verse en la ducha, y a veces estaba excitado mientras se bañaba, buscando bajar su erección, sin embargo, ahora era…

Mordió la boca de Bill porque había sentido su mano, la cual jugaba con sus testículos, consiguiendo que su pene diera un estirón. No dolía, le gustaba.

—Y esto es solo el principio —susurró contra sus labios, con una sonrisa ladina y sus ojos felinos por el maquillaje—. Tú sabes que no siempre se usa crema, oh, cierto, no sabes. —Tom lo vio interrogante, y Bill bajó la cabeza—. Solo que sepas, que es para volver más fácil el bamboleo, no tengas altas expectativas por esto, eh.

Entonces Tom comprendió, que si Bill se había amarrado el cabello y lo necesitara en serio, no era por el calor, o por simple gusto, sino para que sus pelos no interrumpieran cuando portodoslosdioses le lamía el miembro desde la base hasta la punta, no quizá con delicadeza, más bien era como embadurnar algo con la lengua, como si fuera un jodido dulce.

Y se sentía morir, capaz de hablar en otro idioma, de inventar uno, solo por los lengüetazos de Bill, de cómo lo miraba mientras lo hacía, o cómo chupaba la maldita punta.

Tom quería hacer algo, ¡por un demonio, era su primera mamada! O algo parecido, que no había recibido ninguna y Bill no se había metido su polla entera a la boca… lo pensó muy pronto, porque Bill posando su cabeza de costado, dejó que parte de su erección se perdiera en su boca, formando un espacio en su mejilla interna. Estaba dentro de algo, de una boca, de la misma boca que antes lo había besado con ganas, y la ansiedad se le iba a salir por los poros; era la boca de su Bill, esos labios que con cuidado se acomodaban y lo absorbían. Era tibio, húmedo, quiso mover sus caderas, pero Bill se lo impidió, y jugó arriba y abajo, entraba y salía. Iba a llorar, así fuera algo absurdo, no obstante, las emociones lo sobrepasaban.

Era su novio, el mismo que acariciaba sus testículos de nuevo, sin sacarse, al menos no del todo, su miembro de la boca, quien le había metido un caramelo de naranja en los labios, quien le mordía, y quién lo enloquecía.

Cuando Bill dejó de presionar sus caderas contra el colchón, y su miembro dejó ese espacio cerrado y húmedo, con casi inexistente dientes (¿cómo diablos pasaba eso?), escupió sobre su polla, y se sentó; limpiándose la baba con la mano libre, porque seguía acariciándolo con la otra, ahora de arriba abajo, con el puño cerrado, no era lo mismo que su boca, pero no se quejaba, era hasta resbaladizo por la saliva.

No dolía, maldecía a su mejor amigo por haberle mentido. Sin embargo, ahora no quería pensar en Andreas, solo quería besar a Bill, tocarle.

—No soy bueno para el sexo oral, ¿sabes? Y eso no fue una mamada, solo lubricaba tu pene para la paja, ¿sientes que es más fácil? No duele, es rápido. Cuando no esté cerca y no puedas dormir, solo llámame, o si es muy tarde, no me llames y pajéate solo pensando en mí —instruyó Bill, con la muñeca un tanto ladeada y sin dejar el bamboleo.

—Tú… tú no te estás tocando —mencionó, acariciando la mejilla de Bill, y su labio inferior. Sentía que todo el cuerpo le temblaba y también como si tuviera fiebre.

—¿No te molesta si me desabrocho los pantalones? Para no asfixiarlo —bromeó, y Tom asintió, no le importaba nada en realidad, podría ver a Bill en bóxers miles de veces y ya no sería un tormento. El moreno hizo lo dicho, y su polla se alzaba, aún bajo los interiores, sobre su vientre.

Los movimientos se volvieron perezosos, y Bill le sonreía, besándolo de forma superficial, diciéndole que ya iba botando preseminal, que si quería correrse, que le avisara. Intentó acariciarlo por encima de los calzoncillos, entonces Bill tocó su propio pene, disculpándose con la mirada y masturbándose con la otra mano.

“Ambidiestro”

Entonces Bill los masturbaba, y él lo besaba, aferrándose a su espalda, y con temor de que se pudiese derretir. Era emociones demasiados pasmosas, el que su polla estuviese siendo estimulada de tal forma, y el que Bill se acercase más significaba que el dorso de la mano con que se pajeaba a sí mismo también le rozaba, y en ocasiones el pene de Bill era el que estaba junto al suyo. Como la fricción, pero sin ropa, y ahora sí viendo cómo su expresión cambiaba, cómo abría la boca, cómo sonaba, cómo olía. Quizá no podría procesar todo, porque lo abrumaba, era como sentir el aroma del bosque lejano, junto al aliente de Bill sobre sus labios, y el sudor, y otros fluidos, con los choques de pieles.

Apretaba los ojos fuertemente, porque iba a explotar, lo sentía en la punta de sus dedos, rasguñó la espalda de Bill con sus escasas uñas, se estremeció, arqueándose contra el pecho del mayor. Incluso gritaba, sí, ese era su grito, no uno falso ni exagerado, sino uno que salía de su interior, de sus ganas de correr cuando había problemas, de hallar un punto exacto entre que el contacto es casi tan necesario como respirar, y se vuelve la única manera de desfogar. Mordió su cuello, con fuerza, tal vez le dejaría marca, entonces el gemido de Bill lo hizo volar.

Cuando menos lo notó ya había arruinado los pantalones de ambos, bueno, Bill también. No se habían venido juntos, tampoco interesaba ahora, solo que Tom quería llorar, o algo. De lo que estaba seguro es de que no quería moverse, quería quedarse así, con el peso de Bill encima suyo, respirándole como si hubiera terminado una maratón, soltando improperios y dejándole besitos por donde le llegaran.

—Estoy tan sucio, y me gusta —declaró Bill, con la voz ronca. Sentía que se había venido fuerte, solo sabía que su ropa estaba jodida.

—Debemos bañarnos, y me refiero cada uno, por separado. Antes de que te hagas ideas —respondió Tom, sorprendiéndose por cómo se oía.

—Seh, te pones tan efusivo —dijo Bill, enfocando su visión, porque estaba bizqueando. Tom boqueó de nuevo, y luego rió, porque era cierto, se había descontrolado.

—No me arrepiento de nada —sentenció.

—Non, je ne regrette rien —canturreó Bill, casi sin aliento, para luego reír.

—¿Qué?

—La canción de Édith Piaf, es algo chistoso porque hay una parte cumbre de la canción que es como un orgasmo, que te hace despertar todos tus sentidos. Y acabamos de tener un orgasmo de puta madre. Está bien que no te arrepientas de mis rasguños, me gustaron —halagó Bill, besándole la mejilla.

—¿Te acuerdas cuando arruinaste mi pantalón nuevo con mi comida? Recuerdo que lo lavaste, y me tuviste paseándome solo en una playera, pervertido —molestó Tom.

—Acabamos… espera, que suena chistoso decir “acabar” porque “acabamos” ¿me entiendes? Ehmn, en fin, ensuciamos nuestros vaqueros con semen, no con comida, eso es uno, dos, no había de dónde sacar otro pantalón, tres, no soy pervertido, ni lo era. Tenías once añitos, y con solo la playera parecías nenita con vestidito, me acuerdo de tus cabellos rubios sueltos. Toda una princesita —chanceó.

—Cállate.

—Cállame. —Tom posó sus labios sobre los contrarios, sin profundizar ni nada, solo uniéndolos, con cariño, era una buena manera de mantener en silencio a su novio.

Solo que recién procesaba que habían armado un escándalo con su abuela estando en la casa. Por suerte Bell no hablaría.