lunes, 16 de enero de 2012

Fanfiction: Once. Capítulo 6.

Capítulo 6: Cambios.



Tom se había quedado dormido sobre la carpeta, había sido amonestado por ello y ahora se encontraba en el patio, y se había ubicado contra la verja por costumbre. Cerró los ojos. Si por él fuera seguiría durmiéndose, sin importar la incomodidad de la posición. Toda la maldita noche había recibido llamadas del número desconocido, y no fue hasta las cuatro de la mañana en que se le ocurrió apagar su móvil. Al despertarse a las seis se sentía adormilado y sin ganas de salir de su cama.

La cruel realidad era que tenía que ir a la escuela. Y poco le importaba ahora que estuviese castigado, solo pensaba en una almohada suave y en Morfeo esperándole. Una corriente le azotó el cuerpo y dio un brinco, casi soltó un grito por el susto cuando reparó en que provenía de su móvil. Lo había cambiado a modo vibrador y ahora le molestaba en plena escuela. Corrió al baño para ver si era una emergencia, y al ingresar al cubículo se dio con la sorpresa de que otra vez era ese número desconocido.

Soltó un gruñido en frustración y apagó su celular. Salió del baño antes de que su maestra le aumentase el tiempo de castigo por no cumplirlo.

Mientras ideaba una forma de erradicar esas llamadas se volvió a dormir. No fue hasta que sintió que le agitaron el brazo cuando despertó de forma súbita y con un susto que lo había dejado con el corazón en la boca. La imagen del rostro preocupado de su profesora fue lo primero que vislumbró.

—Trümper, tenemos que hablar. —Tom odiaba ese tono, sin embargo asintió y, con los nervios a flor de piel, siguió a su profesora hacia su oficina.

Sentía que había hecho algo malo, y las miradas escrutadoras de sus compañeros tampoco ayudaban. Se rascó el cuello cuando la maestra le indicó que pasara junto a ella. El lugar cerrado e impersonal le hacía sentir claustrofóbico, aunque esa sensación se debiese más a las razones desconocidas por la que se encontrase allí.

Se sentó por órdenes de la docente y observó la inscripción con el nombre de su profesora. Agudizó la vista y se fijó en el claro “Psicóloga”. Tragó saliva, no sabía que su maestra de lengua también fuese una psicóloga. Nunca había ido con una, pero por lo poco que le contaban sus compañeros, era lo más terrible que le pudiese pasar a uno; si te llevaban allí era porque tendrías problemas de los grandes sin solución y lo más probable era que te expulsasen de la escuela si esas charlas se hacían seguidas.

Rehuyó su mirada a pesar de sentirla quemándole el rostro.

—Tom, vamos, mírame, no te voy a hacer nada. —Eso en vez de aminorar sus nervios, le hicieron tensarse más.

—¿Qué hice, profesora? —preguntó ya no soportando la incomodidad. Aunque el rubio no pudo verlo la mujer alzó una ceja y luego le vio con ternura.

—¿Por qué piensas que hiciste algo? —cuestionó la maestra con un tono más suave y un tanto maternal que atrajo la atención de Tom.

—Por… por… —Al verle de frente los peros se hacían nimios—. Creí que… —Se mordió la lengua y bajó la cabeza, avergonzado.

—Quería hacerte unas preguntas Tom, ¿está bien que te llame así? —Un asentimiento en respuesta—. He notado que eres un alumno aplicado, vienes temprano y estás atento a las clases, lo que me hace cuestionarme que hoy te quedaras dormido durante la lección.

Tom se rascó el cuello de nuevo, pensaba en cómo responderle sin incluir detalles, las llamadas específicamente.

—Es que no dormí bien. —No era una respuesta muy reveladora, no es que su mente estuviese presta a trabajar bajo presión.

El ceño de la mayor se frunció. —¿Por qué no dormiste bien?

Claro, su respuesta no le iba a ser suficiente. Miró a un lado.

— Porque… —Silencio.

—Si piensas demasiado creeré que lo que me digas no será verdad, eh —advirtió la maestra.

Tom maldijo internamente y luego se alarmó por haber pensado en un improperio. ¿Qué clase de muchacho sería si hablase de esa forma? Así fuera en su mente podía no ser el caso y que se le soltase tal grosería frente a la profesora.

—Bueno, si no me lo quieres contar, lo entenderé —le dijo. Suspiró aliviado—. Ahora quería tocar el otro punto, los auxiliares te han estado viendo conversar con un alumno de grados mayores.

Su aparente calma había desaparecido para dar paso a una preocupación mayor. Los auxiliares lo habían visto junto a Bill. ¿Lo expulsarían por hablar con él?, ¿serían verdad los rumores y ahora la maestra quería advertirle sobre ello?

—¿Te encuentras bien, Tom? —interrogó la docente al verle pálido.

—No sé. —La ceja alzada de su maestra le hizo reparar en que su respuesta no era hacia la última pregunta—. Sí, sí, me encuentro bien.

Sonrió buscando darle veracidad a lo que decía pero era en vano. Su turbación al apenas mencionarse el nombre de Bill había sido evidente.

Tom sintió cuando le sujetaron una de sus manos, ese contacto establecido juntamente con sus ojos posados sobre él, le hicieron sentirse incómodo.

—Tom, sé que estás hablando con Kaulitz, pero déjame decirte algo, ese chico no te conviene. —Toda la ética que pudiera haber mantenido hasta entonces se había derrumbado para demostrar esa faceta venenosa que había nacido de la frustración por intentar lidiar con Bill.

Tom torció la boca. ¿No le convenía qué? Repasó los últimos acontecimientos, los cambios radicales de Bill, aunque dentro de todo lo veía con buenas intenciones, el beso… la mordida, se corrigió mentalmente, había sido ineludiblemente extraño, sin embargo, Bill era un buen chico. Frunció el ceño, su concepto de “buen chico” distaba mucho de algunas actitudes de Bill, uno no se escaparía de clases, fumaba en la escuela y… negó con la cabeza como si con ese ademán pudiese borrar la retahíla de pensamientos negativos sobre Bill que concurrían en su mente.

—Usted no lo conoce —se deshizo del agarre y agregó un “yo tampoco” que no verbalizó—. Yo hablo con él, ¿y qué? Eso no tiene nada que ver con que me haya quedado dormido en clases, ni con nada mío, no es que como si fuésemos…

Se detuvo. Balbuceó palabras ininteligibles y cerró la boca. La profesora le miró con preocupación y quiso pegarse la cabeza por ser tan tonto. ¿Acaso verdaderamente había insinuado que…?

—A-amigos. No somos amigos, solo nos hablamos —mencionó muy tarde.

—Bueno, Trümper, estaremos en continuas charlas a partir de ahora —avisó la mayor con un trato totalmente distinto al empleado con antelación—. Puedes retirarte.

Tom asintió y salió de la oficina con la cabeza ardiéndole. Corrió hacia los baños a mojarse el rostro. Su corazón le latía con fuerza. ¿Qué había insinuado?, ¿por qué lo había hecho? Era como si ese pensamiento hubiese rondado su mente desde antes y estuviese esperando a una situación como esa para salir.

No quiso decir amigos, no, lo que en realidad iba a decir… se negaba a pensarlo siquiera. Ahora con el asunto de ese número desconocido había dejado de pensar en Bill. Y no sabía qué cosa le ponía más nervioso. Negó con la cabeza y se encerró en un cubículo del baño, no salió de allí hasta que sus piernas se le acalambraron por tenerlas recogidas sobre el váter, lo amonestaron por segunda vez en ese día. Tom quería despertarse de nuevo y fingir estar enfermo para no haber ido a la escuela.


Tom salió de clases con una expresión cansada y cabizbajo. Su labio empezó a temblarle y se lo mordió en un intento de evitar que las lágrimas comenzasen a acumulársele en las comisuras de sus ojos. Se hizo espacio entre sus compañeros para salir más rápido e irse a su casa, si alguno de ellos lo pillaba a punto de llorar, recibiría una humillación que en ese instante no estaba dispuesto a soportar. Le gritaron por moverse sin pedir permiso, y soltó unos “lo siento” sin verdaderamente sentirlo antes de encontrarse fuera de la escuela.

Iría a casa en ese preciso instante, y quizá su madre le vería en ese estado, lloraría un rato en su hombro y de ahí tomaría una siesta, sintiéndose parcialmente mejor. Se detuvo y apretó la correa de su mochila. No quería eso, ya no era un niño que sonreía cuando su madre le besaba en la herida; se dio la vuelta, iría al parque, a ese donde había ido con Bill, se sentaría en los bancos un momento, lloraría allí sin que nadie le viese y regresaría a casa como si nada hubiese ocurrido.


El castaño se acercó al pelinegro que garabateaba sobre su cuaderno.

—Ey, Bill —le llamó aunado a un leve roce en su hombro, el aludido al hacer algo solía ensimismarse y no estar conectado con su entorno así hubiese un maestro gritándole por andar distraído en otros asuntos durante su clase.

Bill saltó en su asiento y con el ceño fruncido le miró de reojo.

—¿Qué? —preguntó mientras cerraba su cuaderno por inercia y se giraba levemente en dirección al otro. Le debía algo de respeto, porque Georg era de los pocos que no le juzgaba cuando hacía algo, mejor dicho, no se metía en sus asuntos.

—Mis apuntes, te los presté y no me los devolviste —respondió Georg. Con una mirada indiferente, Bill sintió leve culpabilidad por habérselos pedido y no utilizarlos para nada, recibiendo gritos consecutivos de parte de sus maestros por incumplimiento de tareas y poca preocupación por ello.

Recordó la actitud de su madre durante el fin de semana y rebuscó entre sus cosas, sacando con cuidado los apuntes del castaño y entregándoselos. Esperó que este le dijera algo a modo de queja o quizá le diese un golpe por ser tan estúpido; nada de eso llegó y los pasos de Georg al alejarse de dejaron oír. Por eso le caía bien, aunque no se lo dijera ni en broma.

—Kaulitz, a mi oficina —pestañeó un par de veces al ver a la psicóloga junto a su maestro. ¿En qué momento había entrado?

Chasqueó la lengua y guardó sus cosas en su mochila, poniéndole un pequeño candado para evitar que le devolviesen las bromas que él les había hecho a sus compañeros —algunas incluían ratas muertas—. Estaba seguro que ninguno de allí sabría cómo forzar el candado, así que siguió a la psicóloga con despreocupación, pese a que estaba seguro que el tono de esta y su rictus no significaban nada bueno.


No era un niño, no lo era, a pesar de estar sentado en un columpio comiéndose un helado no lo era. Sorbió su nariz y lamió un poco más. No tenía verdaderas ganas de comerlo, pero algo dulce creía que podría animarle.

Su mamá le gritaría por llegar tarde a la casa, o tal vez lo abrazaría hasta ahogarlo quejándose por asustarla así. Cual fuese la resultante, no le parecía agradable. Cogió su mochila del suelo y decidió ir a su casa, olvidando fugazmente el asunto de Bill-novio-noamigo y la psicóloga. Se sonrojó y limpió sus lágrimas sin cuidado.

Sintió unas manos en sus hombros y se encontró sentado en el columpio otra vez, volteó el rostro y vio quién había sido.

—Hola, Once —dijo un Bill con mal semblante, el maquillaje corrido y los ojos rojos penetrándole con la mirada.

Tom no sabía si temer por la furia retratada en el rostro de Bill o sentirse avergonzado por lo que le había insinuado a su maestra, y que minutos antes había confesado en su cabeza.

—Yo-o…

—Nah, no digas nada, no pensé encontrarte por aquí pero mira qué curiosa es la vida, lo hice, ¿me esperabas acaso? —interrogó Bill sin tener genuinas intenciones de ser respondido. Tom negó con la cabeza y él torció la boca en un gesto de una pseudo-sonrisa que se le pintaba más macabra que de felicidad a Tom—. ¿Tu nombre es Tom Trümper, eh? Igual te llamaré Once, porque para mí sigues siendo un mocoso estúpido de once años que no hace más que ir a llorarle a la maestra. ¡¿Me temes, no?!

Tom dio un brinco aún sentado con los ojos abiertos en toda su extensión. ¿De qué hablaba Bill? ¿Por qué lo trataba así? ¿Por qué le insultaba? Volvió a llorar de nuevo sin poderlo evitar.

—Y ahí vas de nuevo, pues ¡sigue haciéndolo! ¡Sigue llorando como un marica! ¡Quéjate donde la maestra! Porque a partir de ahora sí te molestaré hasta que no quieras ir a la maldita escuela o siquiera salir de tu casa. ¿Me entiendes? —escupió las palabras con un tono que acentuó los gritos. Tom siguió llorando e incluso comenzó a temblar, temía a Bill, ahora sí que lo hacía.

El pelinegro se movió alrededor de Tom, observándole temeroso con el cono moviéndosele en mano, se lo arrebató y comió un poco.

—Sabes… —Siguió hablando con la boca llena—. Me caías bien, pensé que te pasaba lo mismo conmigo, pero en fin… eres como el resto —tragó y frunció el entrecejo por lo frío.

—Túnosabes —soltó Tom después de un momento, aún con las lágrimas secas y otras saliéndose de sus cuencas.

—¿Qué dijiste? No te entendí —demandó Bill todavía con ponzoña en sus palabras.

Tom levantó el rostro que había bajado por los gritos y repitió: —Dije que tú no sabes —se limpió la nariz con la rebeca de su casaca y entrecerró los ojos temiendo a que Bill le diese un golpe.

—Oh, yo sí sé mocoso, yo sí sé —embarró los labios de Tom con helado y los mordió con furia, haciéndole asustar y recibiendo unos golpes y patadas al hacerlo, se lamió la boca y le sonrió—. El que no sabe eres tú, y tampoco querrás saber, así que no te me acerques o sino me encargaré de que esa boquita no diga más estupideces.

Lanzó lo que quedó del cono al suelo y se largó tan sigiloso como llegó, dejando a un Once con la boca sangrante por la fuerza de aquella mordida, y con un susto que le provocó tanto lágrimas de miedo como de decepción.

Bill apretó la mandíbula cuando se alejó lo suficiente y lloró también. Se sentía herido y tonto.


Tom no quiso almorzar. Su madre le insistió pero él se negó de nuevo y huyó a su habitación, había dejado de sangrar por hacer presión con un pañuelo que tenía entre sus cosas pero el apetito que pudiera haber sentido ya no estaba, no tenía ánimos de nada, quería hacerse uno con su cama y no salir jamás.

Pensó en llamarle a Andreas para distraerse y pedirle que viniese a su casa, pero apenas prendió el celular le comenzaron a llamar. Una y otra vez, y él colgaba de igual forma, hasta que al intentar comunicarse con Andreas aceptó una llamada. Era una voz, algo distorsionada y se escuchaba lejana, lo llamaba por su nombre. Tom se sintió asustado, no se trataba de un desconocido, sino de alguien que lo hacía adrede no eligiendo un nombre al azar, conociéndole y… molestándole. Apagó su móvil y lo tiró lejos.

No estaba de humor para eso, y tenía miedo. Se puso a llorar de nuevo aovillado en su cama. 

5 comentarios:

  1. jooo me encantoo, espero que puedas actualizar pronto, es bueno el fiction =3

    Byee

    By:Carol

    ResponderEliminar
  2. Nadir Kasomicu déjame decirte que escribes precioso!
    Eso de marcar para sólo escuchar la voz de quien te interesa lo he hecho yo un montonal y me ha hecho sonreír todo el capítulo. Sin embargo mi parte favorita, aunque suene yo medio loca, fue la despedida de bill.
    No me puedo creer tu edad eres muy joven y talentosa.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. @Nina, muchísimas gracias. Y creo que esos detalles hacen que uno le tome estima a Once por lo realistas que son. La despedida es triste, un Bill confundido y herido a la vez. Gracias de nuevo, jo, ya me siento vieja pero supongo que aún no lo soy, lol.

      Eliminar
  3. Me imaginé una de esas películas donde el asesino te llama, no contesta y te mata mientras duermes... oh, lo siento xD

    ResponderEliminar