lunes, 16 de enero de 2012

Fanfiction: Once. Capítulo 5

Capítulo 5: Necesidad.
*¿Necesidad? ¿De qué? x3 'k ya*





Tom mordió su almohada mientras los pensamientos sobre lo sucedido discurrían en su mente.

Chico besando a otro chico. Falso, no era beso, fue una mordida. Chico muerde a otro chico. Chico muerde a otro chico. Chico muerde a otro chico. Sería más fácil si uno de los chicos no fuese él, ni el otro Bill. ¿Por qué lo primero que había pensado había sido en un beso? Porque le habían mordido en la boca. Bill le había mordido en la boca. Bill le había mordido en la boca. Bill le había…

Ahogó un grito sobre la superficie suave y sintió su cara arder. Seguía presente la pregunta en su mente ´¿por qué?’. Por qué a él, por qué una mordida en la boca, por qué le daba un bochorno cuando pensaba en eso, por qué no le molestaba. No es que no le hubiesen besado antes, su novia y él se habían besado, ¡pero eso no contaba como beso! Tom lo sabía. Se golpeó contra la almohada justo cuando la puerta de su cuarto se abría.

—¿Estás bien, hijo? —preguntó una voz grave. Tom sintió bajársele la calentura de las mejillas para estar blanco como la cal.

—Sí-í, papá —respondió.

El hombre lo miró incrédulo y alzó una ceja. —No creo que lo estés si te golpeas contra… ¿la almohada? Hijo. —Tom conocía ese tono, se confirmaron sus sospechas al verle acercarse y sentarse sobre su cama—. Sé que no nos vemos seguido, que a veces vengo cansado para simplemente echarme a dormir y no querer saber de nada pero soy tu padre. ¿Sabes qué significa eso, no?

Tom asintió. La frase que le repetía desde pequeño: “Soy tu padre, cuentas conmigo para todo”. Sin embargo, algo dentro suyo le decía que no podría confiarle eso a su padre.

Un sonido de desaprobación salió de boca de su progenitor.

—¿Aún así no me lo dirás, cierto? —Si bien estaba formulada en pregunta, era una afirmación. Tom bajó el rostro sintiendo repentina vergüenza de sus actos.

Su padre le palmeó el brazo; no le diría más, Tom lo sabía y no se opuso. El resonar de la puerta al cerrarse le hizo desviar el curso de sus pensamientos.


Fin de semana y se encontraba recluido en su habitación, por opción propia cabe resaltar. No es que fuese a muchos lados en esos días, pero cambiar de ambiente y recibir un poco de vitamina D no le caería mal. Sin embargo, temía ir a la calle y encontrarse con Bill, ¿qué le diría?, ¿cómo actuaría si este intentase besarlo? Morderlo, se corrigió a sí mismo.

Su celular volvió a sonar. Si era Andreas de nuevo, juraba que le pediría que vaya a su casa exclusivamente para darle un golpe.

—¿Aló? —soltó con desgano y cierta irritación en la voz.

Pese a sus conjeturas, ninguna voz chillona se oyó a través de la línea. Frunció el ceño y se separó del aparato para ver el identificador de llamadas, percatándose de que era un número privado. Gruñó y se lo puso de nuevo contra la oreja.

—Mira, Andy, déjate de tonterías o no te prestaré mi PS, ¿ok? —Silencio. Tom rodó los ojos y colgó la llamada, cumpliría con su amenaza porque su amigo se estaba haciendo el gracioso con él.

—¡Tomi, llegó Andy, baja a saludarlo! —escuchó gritar a su madre. Si Andreas estaba allí, ¿quién le había llamado?

El sonido del crepitar de las escalones le indicó que el rubio estaba dirigiéndose hacia su cuarto. Se levantó de la cama, dejando a un lado el teléfono con expresión temerosa y abrió la puerta antes de que fuese aporreada por su mejor amigo.

Andreas lo observó extrañado.

—¿Chupaste un limón? —Tom lo miró con reproche e hizo ademanes de que avanzara—. Ok, no fue un limón, ¿te pasó algo?, ¿por qué la cara?

—Me llamaron, pensé que eras tú, pero fue cuando llegaste —explicó Tom en voz baja, como si su madre tuviese un oído súperdesarrollado y pudiese escucharle desde un piso de distancia.

—¡Duh! Se llama al número pues, tonto.

—Llamó como privado —terminó de decir. Andreas se rascó el cuello en evidente señal de nerviosismo, Tom se mantuvo mordiéndose los labios sin llegar a lastimárselos.

Ahora tenía otra cosa en qué mantener su mente ocupada. Y si bien eso no era bueno, por lo menos lo tenía lejos del tema Bill.


Entró sigilosamente, no quería problemas, no ahora, por primera vez tenía la intención de estar en casa y hacer las tareas para que no le diesen más amonestaciones el lunes. Podrían suspenderlo de nuevo y hasta expulsarlo; y no-gracias, sabía que sería difícil entrar a otra escuela con antecedentes como el suyo. De repente la idea de dejar de estudiar y huir del pueblo sonaba menos tentadora.

Fue extraño no encontrar a su madre, bueno no tanto. Soltó el aire que había contenido por los nervios y subió confiado a su habitación. Un ruido dentro le hizo alarmarse, eran cajones siendo abiertos y cerrados. Abrió la puerta para encontrarse con su progenitora, la cual giró el rostro dejando caer el cajón al suelo y con una expresión entre furia y tristeza, con un tinte de decepción si se ponía a analizarlo. Tembló de pies a cabeza al notar lo que traía en mano, eran sus cigarros. Su madre no sabía que él fumaba, ni que había probado yerba y que seguramente era lo que ella olisqueó en su cuarto y ahora buscaba. Era idiota por no pensar que pudiese forzar la cerradura.

—¿Hace cuánto que te metes estas porquerías? —preguntó con la mandíbula tensa y alzando los pitillos, su mirada le penetraba y hacía sentir como si fuese pequeño—. Y aquí huele a otras cosas, dime dónde guardas esas cochinadas y tu castigo será menor. Si no lo haces te meteré a un colegio militar.

Bill frunció el ceño y, aparentando tranquilidad, le señaló su cama.

La mujer revisó la almohada, abrió la funda dejando escapar el relleno y encontró la bolsa con zipper que contenía lo que expelía aquel aroma, la apretó entre sus dedos y se acercó a su hijo. Lo miró fijamente, diciéndole todo sin abrir la boca para luego abofetearlo con fuerza y salir a pasos furibundos.

Bill se quedó con el rostro girado. Sintiendo palpitar su cabeza al igual que su mejilla y ese ardor nublarle los ojos para que dos gotas gruesas saliesen de sus cuencas. Tiró sin ganas los apuntes que había pedido prestado para hacer sus deberes y cerró la puerta tras de sí, dejándose caer al suelo con la cabeza gacha.

Podía irse el mismísimo mundo a la mierda, a Bill no le interesaba nada ahora. Sacó su móvil del bolsillo con desinterés y tecleó marcación rápida.

—¿Sí?... —contuvo la respiración y cerró los ojos, sólo quería oírle, pensar en el crío de melena rubia que le provocaba ternura—. Mira, quienquiera que seas, no me gusta que me llames, no te conozco, ¿ok? ¡Ni quiero conocerte! —Bill se aguantó la risa que quería salírsele de los labios, lo estaba poniendo nervioso y un Once estando así se le figuraba en su mente, con las mejillas sonrojadas por el enojo, y el ceño ligeramente fruncido—. ¡De seguro eres un viejo arrugado que no tiene qué hacer con su vida! Así que ¡adiós!

El pelinegro rió en silencio. Ese Once, lo mataba con sus ocurrencias y el curso de sus pensamientos.

Cerró fuertemente los ojos y las lágrimas siguieron cayendo. Arrugó la nariz y soltó un suspiro. Debía hacer otra cosa, rápido. Quería molestar a Once, se preguntaba si estaría enojado con él, le gustaría hablarle y decirle: “Soy yo el que te molestaba por teléfono crío”; quizá eso sí le pondría furioso, y por ahora no quería alejarlo. Sintió una molestia en la boca del estómago, tal vez le temería ahora por haberlo mordido, o hubiese confundido las cosas, y no sabía cómo explicarle —sonando creíble— que lo había hecho por impulso, al ver su boca en un puchero en lo primero que pensó fue en morderle los labios.

Se golpeó contra la puerta. Lo volvería hacer, una y otra vez, en esta ocasión ya no por impulso sino porque ya había sentido esa suavidad, y la expresión en el rostro de Once no tenía precio. Se golpeó una vez más. Era algo enfermo, a sobremanera, y pensó en cómo sería besarlo.

—¡Maldición! No puedo estar tan jodido de la cabeza —susurró entre dientes.


Tom rodó sobre la cama para quedar boca abajo. Andreas le sugirió que no les dijese a sus padres lo de las llamadas con número desconocido, alegando que sería preocuparlos en vano y que las personas que lo estaban haciendo ya se aburrirían. Si bien dudó en un principio de esa opción, decidió seguirla, no quería llamar la atención de sus padres.

Y sonó de nuevo. Miró el teléfono fijamente. Tragó saliva, lo levantó y seguía como número desconocido.

—¿Estás seguro de que se cansarán?

Andreas asintió con una sonrisa nerviosa. —Siempre lo hacen, hehe.


El rubio entró a su casa con el ceño fruncido mientras su hermano le acariciaba la melena juguetonamente a modo de saludo.

—¿Cómo te fue, enano? ¿Jugaste a las muñecas con tu amigo? —chanceó el mayor.

—No juego a las muñecas con Tom, y no me fue bien, toda la tarde ese chico raro estuvo llamándole. ¡Se supone que tú deberías protegerme! —le regañó Andreas.

Georg rodó los ojos. —No tengo ganas de pelearme con ese mocoso, de veras que no. Es insoportable, aunque le concedo el mérito de ser bueno en los estudios “cuando tiene ganas” —se alzó de hombros—. No lo vi como una potencial amenaza para tu amiguita de jueguitos de té, en serio, parece nena —rió.

—Eres estúpido y un mal hermano —gruñó el rubio y se encaminó a la cocina.

—Yo también te quiero, enano —respondió el castaño y se levantó para seguirle los pasos—. ¿Qué le dijo en las llamadas?

A Georg realmente no le importaba, Bill tenía su edad pero era tan impulsivo que su poco control le hacía lucir como un “mocoso”, uno caprichoso en parte, algo así como su hermano, la diferencia radicaba en que era menos inocente con todas esas porquerías que hacía y al pavonearse de sus actitudes como si con eso pudiese ganarse el respeto del resto. Sin embargo, “malo” no lo veía, lo calificaba como problemático e infantil. Se había peleado con otros muchachos sí, había fumado, también, no obstante mantenía ese comportamiento sin malicia que caracterizaba a sus otros compañeros.

Es por ello que cuando vino a pedirle sus apuntes para ponerse al día de las clases, se los prestó, y cuando vio que se acercaba a su hermano para preguntarle sobre el pequeño rubio de ojos caramelo con quien lo había visto una vez, no había buscado alejarle, ni buscó impedirle que le pidiese el teléfono de Tom de una forma poco amable. El trato de Bill era así, tampoco era como si le hubiese obligado a Andreas con una pistola en mano que se lo diera.

Georg había visto a Bill cuando hablaba con el amigo de su hermano, lo trataba distinto y a su parecer se llevaban bien. Le parecía genial que tuviera un amigo, así fuera menor. Solo que… su hermano era un tanto exagerado, al igual que Tom, por eso pensaba que se comportaban como dos niñitas.

—No le dijo nada —se removió de su sitio frente a la incomodidad que le implicaba hablar de eso, sentía que había traicionado a Tom—. Solo respiraba, y lo llamaba seguido. Era molesto.

—Bill es así  —soltó Georg mientras le restaba importancia al asunto con un chasquido de lengua.

Andreas sacó leche del refrigerador y se sirvió un poco en un vaso.

—Eres un subnormal —se quejó con el bigote blanco. El mayor rodó los ojos.

—Le hablará en algún momento, le cae bien por lo visto —terminó por decir.

Andreas se asustó ante la idea. No podía ser bueno que su amigo tuviera algún tipo de relación con ese chico extraño.

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