domingo, 8 de enero de 2012

Fanfiction: Once. Capítulo 1

Título: Once
Resumen: Se supone que no debía cruzar la verja, y lo hizo. Se supone que se llamaba Tom no Once. Se supone que no le gustase, sin embargo, así fue. Era como un juego del cual no podía huir al siempre tenerlo tras de sí como si fuese un… predador y él su incauta presa, no que tuviese algo que decir al respecto. Advertencia: Shota, violencia verbal, incesto-no relacionado.
Género: Drama.
Disclaimer: Todos los personajes públicamente reconocidos no son de mi propiedad, lo que hagan y la trama en general sí lo es. No se busca ofensa con esto.
*mete manita*
¿Sí saben quién es Once, no? Y si la respuesta es no pues los invito a que lo conozcan y se enamoren de él. Para las que se conocen de memoria a Once, pues a revivir momentos lol, ok no °-°, iré actualizando seguido (demasiado seguido para estar al mismo nivel en el que estaba en THF.es, así que verán ciertas modificaciones, como que me olvidé los títulos xDD.

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Capítulo 1: El chico raro. 



Tom era intrépido, y eso era bueno, o al menos creía que sí porque aún no había buscado el significado de ese término con el cual su maestra lo había calificado. Sus amigos le decían que era genial (aunque se les olvidase al día siguiente), y eso le bastaba para ensalzar su autoestima, porque era muy tímido a veces y demasiado inseguro, aunque se hiciese el gracioso de la clase para disimularlo.

Su mayor problema eran las chicas, le incomodaban en demasía, se preguntaba si era normal que no le gustasen como a sus compañeros. Claro que había tenido una novia, pero no contaba, sólo se había besado con ella y buscado tocarla a ver si pasaba eso que les decían sus amigos, sin embargo, las niñas al parecer despertaban en él grima.

—¡Tom! —escuchó gritar para luego sentir un objeto impactar contra su rostro.

—¡Ouch! —gritó por el dolor. Se sobó la mejilla herida y sintió las miradas de desprecio de los otros. Se puso nervioso y exclamó un:—¿Qué?

 —La pelota, tonto, rebotó en tu cara porque no estabas prestando atención al juego y se pasó por arriba de la verja —le regañó uno de sus compañeros.

Abrió los ojos en toda su extensión. ¿Había escuchado bien? Si es que sus oídos no le fallaban, su compañero había dicho ‘pasó por arriba de la verja’, es decir… al otro lado del patio. Donde estaban los de mayores grados.

Donde ninguno se atrevía a cruzar por su salud física. Contaban algunos, que una vez un niño pasó ahí y nunca más regresó. ¿Cómo? No lo sabía nadie, y tampoco querían averiguarlo.

 —No jodas, Tom, ya dejaste que se fuera por estar en la luna, ahora vas y la traes de vuelta —ordenó el mismo chico. Tom lo miró temeroso.

—Eh… ¿Por qué yo? Nadie pasa la verja.

—Pues es tu problema, esa pelota no es tuya y debes devolverla, ¡eso te pasa por imbécil! ¡Y serás un gallina si no la traes! —incitó el otro niño. Los otros comenzaron a abuchearlo, se estremeció. Estaba siendo rechazado, todos lo miraban con desprecio en los ojos, tragó saliva. Quería llorar, pero se mordió el labio para evitar que las lágrimas salieran.

—¡Gallina!

—¡Gallina!

—¡Mírenme, soy el gallina Tom! ¡Cococoroco!

Escuchaba las risas, y las burlas. Se sentía presionado, miró a un lado para no sentirse más intimidado, pero uno de ellos le dio un golpe en el hombro lo suficientemente fuerte como para que cayera al suelo, otro comenzó a aletear como si fuese una gallina y siguió cacareando haciendo en alusión a él.

—¡Basta! —exclamó a voz de grito intentando opacar a todos los ruidos que hacían.

Los demás se detuvieron, el que primero le había hablado, llamado Bryan, lo miró fijamente.

—Creo que no te escuché bien, gallina —instó haciendo un énfasis especial en la última palabra.

Tom se levantó del suelo, buscando demostrar que no se sentía aprisionado, aunque la realidad fuese distinta.

 —No soy gallina, y traeré esa jodida pelota aquí, ahora mismo —anunció, ahora posando la vista sobre ellos, reafirmando su oración.

—Pues hazlo —dijo Bryan. Tom asintió y les dio la espalda.

 Se limpió el polvo que tenía en los pantalones y se dirigió a la verja, palpando sobre esta para ver por dónde podría entrar. Los demás lo miraban absortos, murmurando entre ellos lo que podría pasarle. Algunos ya comenzaban a hacer apuestas.

 Tom pasó de ello y siguió el recorrido de la verja. Se estaba alejando del grupo, no le importaba, se sentía mejor así, pensó que quizá podría subir por ésta para llegar al otro extremo. Miró la altura y se sostuvo con los dedos por entre los huecos del fierro, tentó para ver cuánto peso aguantaba y sí lo soportaba. Cuánto agradeció a su metabolismo en ese instante.

Se impulsó y se aferró con las manos, incluso sintiendo cómo se lastimaba por la presión del fierro oxidado.
Puso sus pies sobre la verja y movió una mano hacia otro agujero de esta, subiendo un poco más de a pocos. El sonido del timbre lo alarmó haciendo que cayera hacia adelante, haciéndose daño en el trayecto el hombro y el rostro. Pudo escuchar cómo sus compañeros eran gritados por el tutor y agradeció estar en la sombra y no poder ser visto. Estaba solo. Ya había terminado el receso y estaba solo, solo en el otro lado del patio, porque había caído aparatosamente allí. Tosió contra la arena del suelo y con ayuda de sus antebrazos se levantó. Le dolía el cuerpo, se imaginaba que tendría muchas raspaduras por aquello. Maldijo por lo bajo.

 El patio de los mayores era muchísimo más grande que el de ellos. Podía ver las aulas cerradas, claro, ya estaban en ellas, así como él se suponía que debería estar. Ahora tendría tardanza, y quizá se perdería alguna práctica de matemáticas, con lo que odiaba esa materia, pero por lo mismo no quería perder clase para intentar por lo menos entender algo. Bufó.

 Miró a los alrededores, no era aterrador como los demás decían, era como el lado de los grados menores, sólo que con menos afiches de colores y más espacio. Caminó un poco más, aún por la sombra, no quería que alguno de los auxiliares de esos salones lo encontrase y lo regañase por estar allí.

 Buscaba con la mirada la pelota, pero no la encontraba. Se pateó mentalmente, ¿cómo no podía encontrarla si no había caído muy lejos? Se mordisqueó el labio inferior ansioso, se estaba alejando y, a su vez, entrando más en el patio ajeno. Escuchó unos gritos guturales de un profesor en el piso superior y dio un brinco. Sus maestros no eran un pan de Dios, pero gritos así no les daban. ¿Tan diferente eran los alumnos mayores?

 —Jodido yo por estar pensando en tonterías y no poder ni jugar bien a la pelota —masculló al notar que efectivamente no había rastro de esta.

 Un rebote le hizo girar. Se encontró con la figura de un chico alto, de cabello negro hasta un poco antes de los hombros, maquillaje corrido y con la nariz que le sangraba. Su ropa consistía en unos pantalones negros, una playera con estampado de Green day, zapatillas azules y unas muñequeras en los brazos. El extraño esnifó una vez y detuvo el rebote.

—¿Buscabas esto? —preguntó con voz gangosa, sosteniendo la pelota.

 Tom asintió pero no se movió de su sitio. La apariencia del chico no le daba confianza.

 —Te está… —hizo señales hacia su nariz. No pudo evitar mencionarlo, le aturdía ese hecho.

 El pelinegro elevó un hombro y luego se pasó el brazo sobre la nariz con descuido, haciendo un mohín al sentir el ardor.

 —¿Esta pelota es tuya, no? —volvió a preguntar. Tom retrocedió un paso por inercia—. Je, que no muerdo, responde crío.

 —No soy un crío —soltó entre dientes, el otro rió.

 —¿Qué edad tienes, diez años? Para mí eres un crío —repitió con chanza, dando un paso hacia su dirección. Tom retrocedió otro poco.

—Tengo once recién cumplidos, para tu información —mencionó.

 El otro rodó los ojos. —Ok, nene-con-once-años-recién-cumplidos. ¿Es esta tu pelota y la quieres de regreso? —interrogó por tercera vez. Tom bufó.

 —No, no es mía. Es de un… compañero, estábamos jugando a la pelota y…

 —Cayó aquí, lo sé, pero ¿sabes? Como no es tuya no te la daré, quiero que venga el dueño de la pelota.

Tom alzó una ceja. —Bryan no vendrá. El que dejó caer la pelota fui yo, es mi responsabilidad llevarla —dijo un tanto incómodo mientras se rascaba el cuello, recordando la intimidación previa.

 —No, no es tu obligación. —Tom, por estar distraído, no se percató que el otro estaba más cerca de él—. No debes permitir que te manejen. No seas tonto.

 El rubio quiso correr al notar que el chico era muchísimo más alto que él. Y con esos ojos marrones fijos sobre los suyos, más el maquillaje corrido, le daba un aspecto aún más aterrador. La sangre seca seguía impregnada bajo su nariz.

 —Toma, vete ahora si no quieres que te mate como al otro niño —murmuró el moreno mientras le daba de forma brusca el balón.

 Tom se alejó corriendo, de verdad le creía lo dicho. Esas muñequeras suyas tenían púas que fácilmente podrían lastimarlo. No le importó el dolor al cruzar la verja de nuevo, ni tampoco cuando tuvo que correr en dirección a su salón con la pelota en mano. Recibió regaños y puntos menos en sus próximas calificaciones, pero estaba a salvo.

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