jueves, 12 de enero de 2012

Fanfiction: Once. Capítulo 2.


Capítulo 2: Esbozos


Tom se mantuvo quieto sobre su cama. No quería tocar su guitarra ni tenía ánimos como para ir donde Andreas a jugar; estaba sumido en sus pensamientos, los sucesos de ese día repitiéndose una y otra vez en su cabeza. Y le molestaba eso. Ese chico de apariencia extraña era solo eso, no un asesino serial que cobraría venganza de todos los que se relacionaban con él. Se regañó a sí mismo, debería dejar de ver tantas películas de horror porque le afectaban, y de qué manera.

Se mordió el labio mientras se sentaba sobre su cama. Le había gustado la sensación que le embargó cuando el resto comenzó a halagarlo por su hazaña, eso había permitido que pudiese camuflar su miedo frente a los otros y que simplemente dijera que había logrado escapar del chico asesino que tenía sangre chorreando. No había especificado que lo que le sangraba era la nariz. Poco importaba, lo único que interesaba era que había quedado como un héroe.

Suspiró complacido. Había sido un día estupendo, y como plus, no tenía tareas para el siguiente día. Decidió que tomaría una siesta antes de la merienda porque, a su criterio, lo tenía bien merecido.


Esa mañana su madre no quiso que fuese a la escuela por sus heridas recientes, sin embargo, Tom no podía permitírselo, no después de tener un mérito entre sus compañeros. Así que terminó por irse alegando que perdería clases y podrían bajarle puntaje, cosa que su madre tomó como buena excusa.

Pese a lo que creyó en un principio, su fama había quedado en el olvido para ser reemplazada por la de Karl, uno de sus compañeros, que se había logrado comer un gusano recién sacado del césped del patio. Para él eso era completamente asqueroso y absurdo, pero para el resto era algo morbosamente atrayente, por lo que optó por ponerse a dibujar en el receso en vez de estar vitoreando el ‘logro’ del otro niño.

Comenzó a hacer esbozos sobre el papel, nada muy detallado, y no lo suficientemente bueno, pero lo distraía y ocupaba en algo como para rehuir de su realidad, así fuese momentáneamente. Se había sentado sobre el piso y acomodado su morral sobre sus piernas para allí ubicar su bloc y ponerse a dibujar.

Era el hombre de la película, el que abusaba de niños y que cuyos padres habían terminado quemándolo, sólo consiguiendo que este cobrase vida en sus pesadillas para matar a sus hijos. Tom no sabía si era aterrador por ser el personaje en sí, o porque su dibujo le había quedado pésimo. Tembló ligeramente cuando creyó ver humo al imaginarse al hombre quemándose. Cerró los ojos y negó con la cabeza, todo estaba en su mente, no obstante, podía olerlo.

—¿Es ese un dibujo o estás de coña? —preguntó una voz detrás de él. 

Sobresaltado, giró el rostro, notando que, con la verja de por medio, se encontraba el chico que ayer había visto mirando el papel que traía entre manos con un mohín que se acentuaba por el pitillo entre sus labios. Había algo distinto en su semblante ese día, tenía la piel amoratada del rostro, y una bandita sobre su ceja; no traía maquillaje y sus cabellos estaban desordenados, con un mechón buscando asomarse por su rostro y por el otro lado cogido tras su oreja. Sus ropas seguían siendo oscuras y aún traía esas muñequeras con púas, no pudo evitar observar una pequeña mancha rojiza sobre el metal.

—Ey, Once, pásame tu mierda esa —señaló el bloc. Tom frunció el entrecejo—. ¿Qué, no oyes?

El menor ariscó la nariz. El aroma que desprendía el ‘cigarro’ del otro le daba un molesto escozor. 

—Mi nombre es Tom, no Once y no quiero dar… —Tom se alzó para reclamarle aquello en lo que el moreno aprovechó y pasó un brazo por sobre la verja para quitarle el bloc—. ¡Oye! ¡Es mi cuaderno, dámelo!

El mayor acomodó el pitillo entre sus labios mientras sacaba un carboncillo de su bolsillo para luego dibujar sobre el papel esbozos, líneas que rasgaban con suavidad dándole forma a su dibujo sobre las hojas del bloc a pesar de estar en una posición por demás incómoda.

Tom se preocupaba más por su bloc que por su dibujo, que tendría poca importancia en relación a dónde había sido hecho, ya que en esas páginas, se hallaban sus apuntes de las clases; de los cuales había sacado un resumen detallado porque notaba que tenía un mejor aprendizaje mediante esas notas que al leer sus libros o separatas. Aparte que había descubierto un fenómeno que se repetía durante los exámenes, siempre venían preguntas de lo que se hablaba durante la explicación del tema, y no de las más de diez hojas que tenían que leer, así que era de vital importancia que su cuaderno saliera ileso de esa contienda entre el chico y el carboncillo.

Sin embargo, por mucho que se quejó, el joven no le devolvía las hojas. De todas formas no podía hacer mucho ruido sino quería atraer la atención de algunos profesores o tutores. Se avergonzaba en realidad por su acercamiento con el pelinegro.

—Toma, quejica —masculló al lanzarle el bloc que cayó sobre la arena, Tom sintiéndose extrañamente humillado lo recogió y caminó hacia sus compañeros sin mirar atrás; como nota mental sabría a partir de ese instante que no debía acercarse a la verja, bajo ninguna circunstancia—. ¡Te espero mañana, Once! —escuchó su voz de nuevo para después oírlo succionar.

Se apresuró hacia los otros que lo miraban extrañadísimos, se hacía a la idea del porqué.

—¿Quién era ese chico raro? —murmuraron sin atreverse a preguntárselo al propio Tom. Quién se mantuvo distante acomodándose en un rincón mientras verificaba que su cuaderno estuviese bien. Después de limpiarle la arena estaba en perfecto estado y no pudo evitar fijarse en el dibujo.

Abrió los ojos en toda su extensión. Ese no era el mismo, podía incluso sentirse las magulladuras en la piel del hombre, sus facciones toscas, sus ojos penetrantes, la textura de su viejo sombrero ajado. Tragó saliva, era…

—Increíble —le leyó el pensamiento uno de sus compañeros que se había acercado lo suficiente como para ver el dibujo—. ¿Lo hiciste tú?

Tom balbuceó antes de aclararse la garganta y responder: —No.

—¿Entonces quién lo hizo?

—¡Fue el chico raro del otro lado!

—¡Lo quiere dejar así!

—¡No, tonto, es Freddy!

—¿Freddy quién?

Se acomodó el cabello tras su oreja durante la discusión de sus compañeros. Todavía permanecía pasmado por el dibujo, miró de reojo hacia la verja y lo encontró ahí, apoyado contra esta aún fumando. De espaldas parecía menos aterrador que de frente. ¿Qué edad tendría?, ¿por qué fumaba esa cosa que apestaba?, se preguntaba Tom. ¿Por qué lo molestaba?, ¿sería cierto que ese niño habría matado a otro chico con esas púas?

Un escalofrío lo estremeció al recordar la mancha rojiza seca sobre estos metales en sus muñequeras. Todo en él avisaba a gritos ‘Peligro’, pese a ello, no podía evitar observarle aunque fuese de reojo y preguntarse por qué era así. Bajó el rostro cuando su mirada pesó lo suficiente como para hacerle girar y sonreírle. Una sonrisa sin felicidad, con un tinte tétrico que pudo calar tanto dentro de Tom para como obligarse a oír la conversación de sus compañeros en vez de tomarle más importancia a aquel joven.


El “You win!” se volvía a escuchar en la estancia seguido de los gritos de victoria que daba Andreas por ganar tres partidas seguidas.  Tom dejó de maniobrar el mando con desinterés, a espera de que el rubio platinado configurase el juego para otra partida más. No que se encontrase animoso por jugar, pero quería distraerse, salir de ese estado abstraído en que lo dejaba ese extraño.

—Ey, Tom, no es divertido sino le pones ganas —se quejó su amigo mientras le daba una patada en la pierna para que reaccionase—. Creo que jugar con la máquina estaría más interesante que hacerlo con un zombie-Tom.

El rubio alzó una ceja y luego rodó los ojos. —Es que no tengo muchas ganas de jugar, en serio, no es nada personal, Andy, ando raro.

—Raro… tsk —chasqueó la lengua el chico—. La próxima vez no mires películas de terror si te pondrás como mariquita —mencionó mientras dejaba el mando a un costado. Tom alzó un hombro.

—No, no es por eso. —Tom negó con la cabeza, no sabía si Andreas podría entenderle—. ¿Has oído esa leyenda urbana que cuenta que  un chico de grados inferiores pasó la verja y nunca regresó?

Su amigo se rascó el cuello mientras negaba con la cabeza con el semblante repentinamente pálido.

—Yo no sé de eso, Tom, y la verdad es que no me gustaría averiguarlo, incluso he pensado en repetir las materias para no pasar al siguiente año, pero ya sabes cómo es mi madre. —Tom asintió en conocimiento y se mordisqueo el labio y miró la pared.

Andreas entonces no estaba interesado en saber de él, y siendo sinceros a Tom tampoco le hubiese importado hasta antes de verlo por primera vez. Maldecía a aquella pelota.

…O quizá no tanto

Algo de morbo tenía toda esa situación y Tom al sentirse protagonista de la misma creyó que ese surrealismo era digno de películas de horror. Y en ello radicaba la emoción que le impedía desligarse de todo. Sumido en esa pequeña conclusión que no iría a decir en voz alta por su naturaleza contradictoria y porque arruinaría el encanto de aquella experiencia, la voz de su madre hizo aparición en la estancia para avisarles que la merienda estaba servida. Pestañeó varias veces y el jalón brusco de su amigo le hizo levantarse del sillón para seguirle el paso.


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