lunes, 16 de enero de 2012

Fanfiction: Once. Capítulo 4

Capítulo 4: Columpios.
*El nombre del capítulo es... evidente xD después de lo lean lo entenderán, no soy muy imaginativa para los títulos, supongo e.e*




Tom no era bueno en matemáticas, ni tampoco en historia, le tenía un cierto pánico a los números; nunca recordaba las fórmulas en la primera materia, ni las fechas de las líneas de tiempo para los exámenes de la segunda,  le podían decir que era feriado y él no tendría ni idea de qué se celebraba. Sin embargo, recordaba muy bien los rostros de la gente, y si te veía seguido, hasta tu nombre se lo aprendería de memoria; también las acciones, si lo lastimabas por alguna razón, podría hablarte con normalidad al siguiente día, no obstante, dentro de sí sentiría cierto desprecio.

Tom no era como sus compañeros que, al parecer, les borraban la memoria al dormir y cuando iban a la escuela de nuevo no recordaban lo que les pasó ayer, o si la madre de uno de sus amigos murió, o como cuando él tuvo una reacción alérgica a las picaduras de mosquito y aún así lo dejaron encerrado en una habitación llena de ellos solo para ver cómo se las ingeniaba para salir. El auxiliar tuvo que sacarlo y fue directo al hospital. Le pidieron disculpas entre lágrimas, alegando que sólo querían hacerle una broma. Su madre armó un escándalo a niveles estratosféricos pero eso era otro tema.

El punto radicaba en que… Tom no podía simplemente pensar la mayor parte del día en ese chico y cuando dejaba de verlo en dos recreos, fingir que estaba bien, que no le afectaba en lo más mínimo. Le afectaba quizá mucho, inclusive le preguntó a sus compañeros si lo habían visto en la entrada, pero nadie recordaba a aquél de peculiar apariencia. Incluso llegó a pensar que todo había sido obra de su imaginación… hasta ese día.

Tom fue jalado bruscamente antes de que llegase al colegio. Quiso gritar pero no lo concretó cuando le taparon la boca con una mano. Se comenzó a retorcer en el agarre y por la tensión le dio una pisoteada al pie de su atacante. La persona se alejó vociferando un ‘ouch’ en un tono que hizo girar el rostro a Tom. Era él.

—Joder, Once —masculló Bill.

Tom se vio tentado a gritar un ‘lo siento’ consecutivas veces pero se le hacía tarde. Se mordió el labio, bajó el rostro en señal de disculpa e intentó retomar su camino. Bill lo sujetó por la playera ancha y haló hacia sí, viéndoseles como si estuvieran en un abrazo compacto casi fraternal, aunque en realidad era una presa en la cual lo había atrapado Bill con el fin de que no se escapase.

—Suéltame, por favor, debo ir a clases —murmuró Tom, sintiéndose incómodo por la cercanía y el golpeteo del corazón de Bill contra sí. El pelinegro le sobrepasaba en altura, y edad.

—No lo haré hasta que cierren el portón y no puedas correr como niñito nerd a la entrada de la escuela —avisó Bill sin alejarse ni un centímetro.

Tom tragó saliva. Le entraron repentinas ganas de llorar que controló de inmediato, si sus compañeros lo humillaban y trataban peor al hacerlo no quería ni imaginarse lo que pasaría con Bill. Pero diablos, perdería clases, ¿cómo iba a regresar a casa y decirle a su madre que no había entrado al colegio? Y si no la encontraba, ¿cómo iba a mirarla y mentirle sobre lo que había hecho ese día en la escuela?

—Por favor, por favor, te doy mi almuerzo si quieres pero déjame ir a clases, no puedo ir a mi casa, estaría solo y…

—Y y y —chanceó Bill imitando su voz—. ¿Nunca has hecho esto, eh? —Tom negó, el pelinegro apoyó su quijada sobre su cabeza—. Aww, siento ganas de vomitar de lo malo que estoy siendo contigo —soltó con cierto tono dramático. Una esperanza se instaló en Tom, le dejaría ir—. Ey, no sueltes suspiros de alivio, era sarcasmo, duh.

—Si no me sueltas gritaré lo más alto posible para que vengan los auxiliares —amenazó con voz trémula. Escuchó la risa del otro y se estremeció todavía más.

—Te reto a que lo hagas con mis dedos metidos en tu boca —contraatacó el mayor.

Silencio.

Dos campanadas más. Los minutos seguían corriendo y Tom sentía que pasaban siglos ahí, respirando casi al mismo tiempo que Bill, acostumbrándose a la posición en la que estaba, aprendiendo a qué olía, creciendo más sus ansias por querer salir corriendo y prácticamente rogar porque le dejasen entrar.

—¿Por  qué yo? —preguntó Tom con voz pequeña y resignada después de que el ruido del portón al cerrarse resonara en sus oídos.

—¿No te alegra verme, Once? Yo pasaba por aquí y decidí visitarte ya que no puedo entrar a la escuela hasta la próxima semana —respondió mientras lo soltaba y luego acariciaba sin delicadeza sus cabellos rubios.

Tom se sonrojó y ariscó la nariz. Ese gesto era para los niños y él no era uno, ya iba según su criterio encaminándose hacia la adolescencia, y después a la adultez. Era un chico grande, no un niño.

—No me trates como un niño, no me conoces, y ni siquiera sé por qué estás molestándome ahora, ¡hoy me tocaban mates!, ¿sabes qué quiere decir eso? ¡Me perdí una práctica! —se quejó en voz ligeramente alta. Al ver la expresión furibunda de Bill se arrepintió de inmediato.

—Primero, eres Once, no te trato como a los otros niños o ya te hubiese destripado como al otro. —Tom se vio tentado a huir pero por el pasmo se mantuvo quieto al pensar ‘¿Destripar? ¡Qué atroz!’—.  Segundo, ¿tengo cara de que me importe? Duh, si no quieres que maltrate esa bonita carita de muñequita que tienes, mejor cállate, tarjeta amarilla.

Tom se mordió la lengua y asintió.

—Ahora, sígueme —ordenó Bill.

El rubio sabía que tenía oportunidad de escapar, aun sabiéndolo, obedeció sin rechistar exponiéndose a ser descubierto fuera del colegio en horarios de clase por algún vecino cotilla o por su propia madre (siendo exagerados), pero usaba a su favor la excusa de que quizá la golpiza de Bill fuese un mayor riesgo.


Columpios. Eso es lo que veía en el parque adonde Bill lo llevó. A diferencia suya, el otro había visto helados, y casi a rastras lo llevó donde la mujer que los vendía.

Mientras el pelinegro se concentraba en evadir las preguntas sobre por qué no estaban en la escuela, Tom pensaba en ‘me está tomando de la mano, me está tomando de la mano’. Nadie —aparte de su madre— había tenido ese gesto con él, y quizá Bill no era la persona que pensaba tenerlo, ni a su novia la agarraba de la mano… que empezó a sudarle de los nervios justo cuando Bill alejó la suya para pagar los helados.

—Ey, Once, coge el tuyo, te debía un refrigerio, no es como un sándwich pero es algo —dijo y le ofreció uno de los helados. Tom lo agarró cuidadosamente para no tener que rozarse de nuevo con él.

Era raro, muy raro. Le amenazaba, le molestaba, le veía de  una forma que le aterraba y, a la par, le observaba de forma juguetona o giraba el rostro rehuyendo de su mirada cuando hablaban, y eso no era malo, no podía serlo si le hacía sentir con ganas de reír o poner cara de espanto por lo incongruente.

Se apoyaron contras las rejas del parque. Tom seguía mirando de reojo a los columpios, pensando que era de críos el sentarse ahí, sin embargo, seguía haciéndolo. Bill comía su helado y observaba a Tom, era demasiado niño que ni aparentaba su edad por más altura que tuviese, siguió la dirección de su mirada.

Claro, en vez de irse a orillas del rio y fumarse un cigarrillo, había decidido molestar al mocoso ese que aún le gustaban los columpios, y era demasiado inocente como para no molestarlo un rato, pero no demasiado para evitar que llorase, porque había notado cómo la respiración se le volvió irregular en un momento cuando lo tenía sujeto, así que suponía que era de lágrima fácil, no obstante, no lo veía como un llorón.

Le embarró la mejilla con su helado para sacarlo de ese estado de ensoñación. Tom se giró asustado y, por el movimiento brusco, dejó caer la bola de helado fuera de su cono. Bill bufó.

—Ni creas que te compraré otro, eh —le advirtió al verlo fijar sus ojos donde yacía su helado. Algo en la expresión de Tom, mezcla entre confusión, decepción y tristeza le hizo morderle la mejilla en donde todavía quedaba rastro de  su helado, haciéndole sobresaltarse de nuevo y esta vez botando el cono.

Tom retrocedió unos pasos por inercia. Bill se enderezó y miró a otro lado. No había sido algo preparado con antelación, le había salido espontáneamente y la reacción del menor había sido de rechazo, o al menos eso se aventuraba a suponer, se le encogió el estómago y le ofreció su helado.

—No tengo más hambre, Once, cómetelo tú.

El pequeño rubio aceptó más por incomodidad que por estar verdaderamente interesado en comerlo. Le había causado cierta nostalgia que se le cayera el suyo porque se lo habían invitado y le parecía un gesto amigable. Se sobó la mejilla todavía extrañado y terminó rápidamente su nuevo postre, no pudo pasar el hecho de que el sabor oscilase entre vainilla y Bill.

—¿Quieres ir a los columpios? —cuestionó para romper el mutismo.

—Bueno, si tú quieres… —dijo Tom alzando un hombro como si le diese igual la idea. El mayor rodó los ojos y caminó en dirección a estos.

No quería hablar mucho. No lo hacía a menos que fuese algo importante y, como carecía de amigos de verdad —sus compañeros no contaban por el hecho de no ser sinceros del todo—, no tenía con quién charlar. Así que el silencio le era cómodo. Tom también era callado, pero cuando entraba en confianza podía ser la persona más habladora del mundo. A pesar de los raros encuentros entre ellos, todavía no había realmente esa confianza que la amistad brindaba.

Tom se meció de forma distraída en el columpio. Sentía que estaba siendo uno de esos ‘chicos malos’ que faltaban a la escuela por estar en la calle, lo curioso era que lo suyo no fue por opción propia, sino porque lo obligaron. ¿Volvería inválida su acción? Lo dudaba, ya había perdido una clase y con ello todos los puntos por asistencia y prácticas. Suspiró.

Bill, por su parte, rebuscaba entre sus bolsillos a ver si traía consigo algún pitillo porque comenzaba a crisparse de los nervios; había estado fingiendo ir al colegio estos días porque no quería quedarse en casa y que su madre se enterase que su auxiliar lo había sancionado suspendiéndolo por lo que restaba de la semana. Así que se iba al río a fumar, o se paseaba por el bosque con aire puro que contrastaba con el humo de su cigarro. Con el tiempo había aprendido a falsificar la firma de su progenitora, por lo que no tenía problema con la ficha de suspensión.

Lo distinto en esta ocasión fue que en el camino pasó por su escuela, y vio a todos los niños correr presurosos a la entrada, menos a Once; se imaginaba que era uno de esos críos que se esmeraban en llegar prontamente al colegio, no creía que había faltado, no lo había visto enfermo y dudaba que fuera como los otros. Cuando sucedió eso, sintió como una molestia en el pecho. Y se propuso a ver al mocoso así esté suspendido y aunque Once no lo apruebe, por eso con toda la pereza del mundo se levantó temprano y fue a intentar encontrarle. Lo logró y ahora estaban en los columpios, cada uno abstraído en sus propios dilemas.

—Quiero ir a mi casa —dijo Tom después de un largo silencio.

—Pues vete —respondió Bill al percatarse de que no tenía razones para que estuviera allí, ya lo había visto y molestado un rato, no que significase que necesitara razones para tenerlo cerca.

Tom se rascó el cuello incómodo.

—¿Por qué no vas al colegio? —preguntó para no marcharse.

Claro, pedía irse y cuando tenía ‘el permiso’ no lo hacía. La fuerza del morbo guiaba sus acciones.

Absorbió, retuvo el aire y, aún haciéndolo, respondió con voz queda: —Porque maté a otro crío y así me castigan en la escuela, no dejándome ir —soltó el aire y se sujetó el puente de la nariz.

Tom lo miró fijamente.

—Me estás mintiendo —aseveró. Bill lo vio de soslayo—. No estarías aquí si hubieses matado a alguien, estarías en la cárcel o no sé.

—La escuela no está para ganarse escándalos, y menos de ese tipo. ¿Te imaginas la cantidad de niños que dejarían de asistir por temor? Así me lleven a un Centro de Menores, quedaría marcada por una trágica historia, y bah, simplemente no les conviene, podrían cerrarla o algo —explicó mientras movía las manos.

El rubio frunció el ceño. ¿Sería cierto? Lo observó de nuevo, no se veía como alguien capaz de matar a otra persona; se tensó al recordar la sangre en su muñequera y de inmediato posó los ojos en aquel lugar, no traía accesorios ese día. Si fuese asesino de niños y los encontrase en la escuela no necesitaría llevarlos un día fuera de clases. O sea que no planeaba matarlo. Se sintió a salvo.

—¿Por qué ríes como idiota? —le preguntó Bill, ya que Tom por estar ensimismado no había notado que el mayor se había acercado para mirarle sonreír como bobo frente a sus conjeturas.

—No me río como idiota —refutó con la nariz ariscada. Torció los labios en gesto de disgusto y recibió una mordida en la boca por ello.

Otra vez fue algo espontáneo. Bill se sorprendió de realmente haberlo hecho, tanto así que abrió los ojos en toda su extensión y miró a Tom, con su pequeño labio rosáceo entre sus dientes aún y su rostro sonrojado. Le dejó ir.

—Vete —ordenó.

Tom asintió y se fue corriendo del parque, con el corazón latiéndole con fuerza.

1 comentario:

  1. e_e esas mordidas me dejaron... wow... -se va a leer- ¡Es tu culpa Nadir! xD

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