miércoles, 8 de febrero de 2012

Fanfic: Once. Capítulo 7: Malos entendidos y arrepentimientos

Perdonen por el retraso ;-; Iré contestando a sus comentarios de uno en uno pero ahora no porque vengo de pasada~.

Capítulo 7: Malos entendidos y arrepentimientos



Tom no quiso ir a la escuela al siguiente día. Su madre accedió, su padre no se enteró hasta que llegó a casa.

—¿Qué te pasó en la boca? —preguntó su progenitor preocupado.

Tom se enrojeció levemente. —Me lastimé sin querer —respondió en voz baja. Su padre frunció el ceño y miró de reojo a su mujer.

—Ya estoy echándole cremas y dándoles pastillas para el dolor, no sabes qué horrible estaba ayer —explicó Anémona.

—Tom, ¿podemos conversar un momento? —La mujer vio con recelo a su marido, notando esa evidente indirecta, y tras una mirada significativa, se retiró de la sala, dejándole a solas—. Tom hijo, ¿cómo te hiciste esa herida? ¿Acaso hay niños molestándote en la escuela? ¿Ellos te hicieron eso?

Tom negó con la cabeza consecutivas veces. No podía ser cierto, su padre no podía saberlo.

—… o ¿se trata acaso de una chica? ¿Alguna niña te ha mordido al besarte? —tanteó Jörg de nuevo.

Tom se enrojeció hasta la punta de los cabellos rememorando aquella vez que Bill le hizo lo mismo de forma no tan violenta y sin sangre de por medio, sus confusiones y problemas para diferenciar una mordida de un beso.

Jörg se dio por satisfecho con la reacción de Tom. —Así que fue una chica, uh —le fastidió un poco para luego darle una palmada en el hombro.

Tom volvió a negar, le temblaba el labio de lo nervioso que se sentía, tartamudeaba incluso. Se sentía tonto, absurdo, al no borrar esos pensamientos que denominaba ‘raros’ e ‘impropios’ dentro de sí después de aquel incidente que tuvo con Bill. Para qué se iría a mentir, los consideraba impropios desde el momento en que sucedieron y, por el contrario a lo lógico, eso se le hizo más llamativo y tentador.

—Oh, vamos Tom, conmigo no tienes por qué tener miedo. No soy como tu madre, hijo. Es algo normal —le brindó una sonrisa para infundirle confianza, a lo que Tom respondió con un gesto de pánico al imaginarse lo ‘no-normal’ que su padre consideraría la verdad—.  Oh vamos Tom.

—Papá, ¿y si no hubiera sido una chica? —tentó, buscando aproximarse a la realidad. ‘No papá, no fue una chica, sino un chico que me mordió la boca hasta que me salió sangre tras amenazarme’, claro que eso sería mucho más difícil de decir, sin embargo, Tom sentía que nada perdía intentando.

Jörg se aclaró la garganta y miró a un costado. Tom le observó expectante, con la leve esperanza de que su padre comprendiese y le diese la oportunidad de explicarse por completo para después pedirle algún consejo. Porque se sentía perdido, Bill lo confundía y no sabía si actuaba bien al temerle pero, a la vez, seguir manteniendo ese interés casi enfermizo en él.

—¿A… a qué te refieres Tom? —preguntó su padre después de un momento. El rictus de su rostro denotaba incomodidad que no pasó desapercibida para Tom. Jörg no quería malinterpretar las palabras de su hijo y tocar un tema que evidentemente no quería mencionar, quizá era su mente, no, tenía que serlo. Su pequeño hijo de once años no podría referirse a…

—Un chico papá, si fuese uno el que me hubiese mordido, ¿qué pasaría? —aclaró Tom ya que a su parecer su padre pensaba otra cosa, o no le comprendía.

Jörg empalideció.

—¿Un chico? ¿Un chico te ha mordido la boca…? ¿Estaban jugando acaso? ¿Se aprovechó de ti? —barbotó sin poder procesar lo que había escuchado, o sin querer hacerlo.

Tom parpadeó. ¿Aprovecharse de él? Frunció el ceño y se planteó lo dicho por su padre. ¿Bill acaso se había aprovechado? Recuerdos comenzaron a pasar por su cabeza. Bill quitándole su dibujo de forma poco amable, para luego devolvérselo corregido, Bill amenazándole, para luego sonreírle y comprarle un helado, Bill mordiéndole la boca, la mejilla, la boca de nuevo y esa última vez con saña. Bill siendo bueno, Bill siendo malo, Bill siendo siempre tan atrayente. Bill no era aprovechado, de eso estaba seguro.

—No, o bueno, al menos no la primera vez —respondió Tom, sintiendo el pequeño ardor en su labio todavía.

—¿Pri-primera vez?

—Ok, ok suficiente charla de padre a hijo, me siento excluida —dijo Anémona al irrumpir en la sala. Ambos la miraron sorprendidos—. ¿Qué? Tom debe ponerse más crema —explicó como si fuese lo más obvio del mundo.

Tom alzó un poco su labio para vérselo y alzó una ceja.

—Todavía tengo crema mamá —una mirada de su progenitora bastó para que Tom bajase la cabeza y susurrara un ‘lo siento’.

Jörg lo notó, sin embargo, le restó importancia, en ese instante no tenía más cabeza para pensar. Hesitaba entre decírselo a su mujer o guardárselo para él hasta que estuviese en las condiciones para oír la historia completa y sacar sus conclusiones, no obstante, desde ya su mente cavilaba una conclusión que brillaba con luces de neón por sobre las otras posibles. Su hijo, su primogénito y único hijo estaba saliendo con alguien de su mismo sexo, y no solo eso, sino que también ese niño le dejaba marcas visibles. ¿Cómo había podido pasar eso en su familia? ¿Cómo no lo había notado? ¿Acaso era alguien que él conocía?

El timbre sonó y Anémona miró a Jörg, señalándole con la cabeza en dirección a la puerta para que la abriera, debido a que ella se encontraba ocupada poniéndole crema en la boca a Tom. Jörg asintió; su rostro se tiñó de rojo por la repentina cólera al ver a Andreas en la puerta. Andreas, «claro que era él, ¿quién más sino?», pensó y se hizo a un lado para que pasara.

—Buenas señor Trümper —saludó el rubio con una sonrisa inocente. ‘Qué descaro’ fue lo que pasó por la mente de Jörg.

—Andy querido, hice galletas para que convides con Tom —indicó Anémona aún centrada en su labor. Tom balbuceó algo que no se llegó a entender por evidentes razones—. No digas nada, todavía no seca.

Jörg observó la escena y arrugó la nariz. —Anémona, debemos hablar —mencionó intentando no elevar demasiado el tono, a pesar de sentirse por demás ofendido frente a la actitud permisiva que había tomado su mujer. ¿Permitir que su hijo esté con otro niño en su propia cara? Y ni intentar impedirlo, sino por el contrario,  apoyarlo y hasta hacerle galletas a forma de celebración.

La mujer le miró extrañada y dejó de abanicarle a Tom el labio.

—A solas —agregó, y partieron en dirección a su habitación.

—¿Qué le sucede a tu papá? —cuestionó Andreas.

—No lo sé Andy, de veras que no —soltó Tom con sinceridad. No comprendió la reacción de su padre, y tampoco pudo contarle todo. Sintió nostalgia al notar que si tomaba esa actitud con solo decirle una parte, al contarle todo no podría entenderle y por ende sería en vano hacerlo.

—¿Por qué faltaste a la escuela? —interrogó su mejor amigo para distraerlo al verle con esa expresión triste.

Tom rodó los ojos e hizo un puchero. —Lo mío se ve, la pregunta sería por qué faltaste tú —contraatacó, eludiendo de esa forma posibles preguntas sobre el cómo se había hecho esa herida.

—Pues porque no quise ir, y mi mamá no me dijo nada al estar más preocupada en el asunto de la nueva novia de Georg —masculló con desinterés mientras alzaba un hombro—, se pone algo histérica por eso, no entiendo muy bien el porqué, creo que tiene que ver por cómo se viste.

Tom arrugó la nariz. —No entiendo, ¿eso qué importancia tiene?

—No sé,  según yo es porque usa ropas muy pequeñas con las que se le ve todo —rió Andreas y Tom se sonrojó—; no me busques marear, ¿por qué tienes la boca así?

—No me creerás o actuarás raro conmigo —afirmó Tom.

—¿Eso te hizo la persona que te llamaba? —preguntó Andreas asustado. Tom lo miró extrañado.

—¿Qué? Yo no conozco a quien me esté llamando, pero al parecer esa persona sí —dijo Tom sintiendo un leve estremecimiento. Andreas le observó con miedo, aún con la culpa atorada en la garganta—, se sabe mi nombre Andy.

El otro chico suspiró, se sentía ‘malo’ por estar aliviado con la noticia de que Tom aún no sabía la verdad.


Los ojos color caramelo de la mujer se vieron enormes al abrirlos en toda su extensión.

—¡¿Qué mi hijo qué?! —chilló.

Jörg le chistó. —Baja la voz —pidió, recordándole con un gesto que no estaban solos en casa.

—¡Es que eso no es posible Jörg! No puedes soltarme algo como eso, a pesar de que me hayas ofendido en el transcurso y esperar que me quede tranquila, no puedes, oh Dios mío. —Se sentó en el borde de su cama y apoyó su frente sobre su mano—. ¿Estás seguro?

—No.

—¿No lo estás? ¿De dónde has sacado eso, Jörg? ¿Acaso tu mente sucia o qué? —instó a que le respondiese con ese tono que se le antojaba molesto a su marido.

Jörg pensó en contarle lo que le había dicho Tom, pero no lo hizo. Dudaba que su mujer pudiese reaccionar con cordura y, en ese instante, entendió que si su hijo se lo había dicho a él, era porque Anémona no le despertaba tal confianza, o que le tuviese demasiado temor como para hacerlo, cual fuese la razón, no pensaba decepcionarlo.

—Piensa lo que quieras mujer —contestó con desgano, a sabiendas de que esa respuesta desencadenaría otras réplicas que terminarían desviando la inicial. No le interesaba, había guardado el secreto de su hijo.


Bill apretó marcación rápida de nuevo y le daba a buzón. Gruñó de nuevo. Once había apagado su celular, otra vez, desconociendo que eso lo irritaba más. «Maldito, maldito, maldito Once», pensaba Bill. Realmente le molestaba que no le contestase, ya que él se sentía mejor al escucharlo agitarse por el auricular debido al temor. Podría sonar enfermo, pero esa era su forma de vengarse al este haberlo lastimado. Quería verle, había faltado a la escuela con la intención de no hacerlo, pero era inútil, por muy enojado que estuviese Bill, Once seguía siendo Once, y no era fácil desligarse de un crío como ese, con mucho más razón si este no pusiese resistencia a que lo molestasen a gusto.

Mañana iría a clases, así tuviera que soportar la perorata de la psicóloga de la escuela y sus advertencias sobre alejarse de Once, a las que él haría caso omiso, para simplemente dedicarse a observarlo, intimidarlo y molestarlo hasta el cansancio. Pues seguía doliéndole que Tom fuera un acusete, y por un instante creyó que quizá lo hubiese hecho adrede, luego desertó, algo había tenido que ver la arpía de la docente. Sí, ella le detestaba porque por más veces que él acudiese a ella por obligación, los cambios que se veían eran a gusto de Bill, sus amenazas o frases positivas no le tenían efecto sobre él.

—Vieja bruja —dijo en voz alta atrayendo las miradas de los transeúntes.

Al siguiente día Tom tuvo una charla con la psicóloga de nuevo, y también clases con ella, por lo que le fue incómodo el intentar prestar atención mientras era observado de ‘esa forma’. Lo hubiese olvidado rápido, o fingido hacerlo, sin embargo lo recordó cuando Andreas le preguntó el porqué estaba yendo a esa oficina, ya que lo había visto hacerlo en el recreo.

—Porque me dormí en clases, es que la noche anterior ese número desconocido seguía llamándome —explicó Tom. En realidad no estaba mintiéndole, aquella había sido la causa que desencadenase el resto de cosas que le habían traído como consecuencia el tener que oírla hablar mal de Bill.

Andreas se rascó el cuello. —Bueno uhmn, ¿y cómo es cuando te habla? Me han contado que es algo gruñona e insistente, ¿te trata bien?

—Sí, supongo, aunque sí es insistente al punto de llegar a ser molesta —contestó Tom y siguieron caminando.

Estaban llegando a casa de Andreas, así que se detuvieron para que él dejase su mochila y pudiese ir a la casa de Tom sin ese peso, ya que no tenía tareas ese día.

—Quédate un rato en la sala, no me demoraré —dijo el rubio indicándole a Tom el sillón, notando que la luz de arriba estaba encendida, evidenciando que Georg ya estaba en casa, quizá con su novia, quería evitarle malos ratos a Tom, conociendo cómo se ponía de exagerado al ver a las personas dándose un beso.

Tom asintió.

El rubio subió las escaleras viendo de reojo la habitación abierta de su hermano, lo vio buscando unas cosas en su estante y a alguien de espaldas sentado sobre su cama. Esos cabellos negros desordenados, ese cinturón y camiseta se le hicieron familiares y, en vez de ir a su cuarto, se quedó en el umbral de la puerta de la habitación de Georg.

—Gigi, hola, ya llegué —avisó Andreas, su hermano se giró y le sonrió.

—Hola enano —dijo Georg. A Andreas se le ocurrió girar el rostro y ver el gesto torcido del rostro de Bill.

—Hola Andy —saludó Bill mientras se paraba a recibir los cuadernos del castaño—. Ya hobbit, nos vemos mañana.

Andreas se quedó paralizado y con la boca abierta.

—¿Qué pasa rubito? ¿Te asusté? —Bill se acercó y Andreas frunció el ceño al recordar todo lo que le había pasado a Tom por culpa de las llamadas de ese chico.

—Tú estás molestando a mi amigo, no le dejas dormir e incluso lo han llevado donde la psicóloga por dormirse en clase, ¡eres cruel! —increpó Andreas, a lo que Bill lo observó confuso.

—¡Andy! ¡Apúrate! —gritó Tom desde el primer piso.

Bill sonrió. —Once está aquí —afirmó en vez de preguntar. Andreas lo miró asustado y retrocedió instintivamente.

—No, tú no te le vas a acercar a Tom —advirtió con voz trémula. Su hermano le vio con una ceja alzada.

—Andy, Bill conoce a Tom —dijo Georg y el aludido rió.

—¿Ah? —recién Andreas había reparado en cómo Bill se había a Tom, con el nombre de Once—. No es posible, no, yo no te he visto antes, ni con él. Tom me cuenta todo y no me ha hablado de ti —recriminó. Era imposible, Tom no tenía muchos amigos, Andreas era su único y mejor amigo; no le omitiría algo como eso.

—Oh, me pondré a llorar porque no te ha hablado de mí —se burló Bill—, Once es mi pequeño amigo, uno algo llorón pero lo es.

Tom era llorón, un poco, no demasiado, solo si lo molestabas. Eso lo sabía Andreas, no había forma que lo supiera Bill.

—¡Andreas! —volvió a llamar Tom. El rubio optó por bajar las escaleras corriendo al oír que alguien quería subir, y evidentemente era Tom. No quería que lo viera, la resultante de ese encuentro podría concluir con la confesión de Bill, sobre que él lo llamaba y que Andreas le había dado el número.

Se lo encontró en los primeros escalones. —Vámonos.

Tom le vio extrañado y dijo:—Sigues con tu mochila.

Andreas asintió pero igual le empujó en dirección a la puerta. Saliendo presuroso con Tom siguiéndole los pasos aún preguntándole el porqué del apuro. Su amigo se limitó a contestar con un ‘En tu casa te explico’, y Tom rodó los ojos sin esperar que Andreas se pusiera coherente, ya que a veces se comportaba como un tonto sin razón aparente.

Por otro lado Bill se despedía de Georg, y salía de su casa con los apuntes. Siguiendo, sin ser visto, a Andreas y Tom, no se le había ocurrido antes y quizá podría serle de mucha utilidad el conocer dónde vivía Once.


Andreas estaba jugando con la PS de Tom en la sala mientras que este se ponía a luchar contra los ejercicios de matemática.

—¿Puedes bajarle un poco el volumen, Andy? No me concentro —pidió Tom recibiendo una alzada de hombro en respuesta—, hey, hablo en serio. Que tú no tengas tareas no significa que yo tampoco.

—Eres un aburrido, me parece tonto que te pongas a intentar resolver los ejercicios si sabes que no lo harás y todo el tiempo que invertiste habrá sido en vano —respondió Andreas. Tom frunció el ceño, ‘al menos lo intento’, pensó.

—Hablo en serio, bájale el volumen.

—Esta máquina juega mejor que tú —canturreó para fastidiarle.

—No me importa, bájale el volumen —insistió Tom, dejando de lado sus cosas para hacerlo él mismo. Andreas se quejó con un ‘¡Hey!’ al Tom apagarle el PS—. ¿Ahora quién juega mejor?

—Estás siendo un idiota, y también lo eres por ocultarme cosas —se quejó como si él no hiciese lo mismo. Tom palideció, pensando instantáneamente en Bill. Vocalizó un ‘¿ah?’ para no ponerse en evidencia si es que su mejor amigo hablaba de otro asunto—. No te hagas el desentendido Tom, tú estás juntándote con Bill, el chico raro del salón de mi hermano —afirmó, Tom iba a decir algo pero Andreas le chistó—, ni te atrevas a negarlo que sabré reconocer si es que me estás mintiendo. ¿Por qué no me lo dijiste? ¡Ese chico es anormal!

—No lo es, puede que dé un poco de miedo, pero no es anormal. —Tom defendió a Bill muy a pesar de todo.

—¡Já! Entonces era cierto, también eres su amigo, te va a lastimar Tom y vendrás llorando como una niñita conmigo, ¿sabes qué haré cuando pase eso? Te daré la espalda como tú lo haces ahora al defenderlo y mentirme —sentenció Andreas.

—¿De qué hablas? No quería meterte en problemas, fue algo raro y repentino —explicó Tom— no es como si me hubiera hecho daño, solo… solo lo de mi boca, me la mordió anteayer. Él es bueno, no digas babosadas Andy. —La intención de Tom era ser sincero y reducir la impresión que podría causarle a Andreas al confesarle algo como la mordida de labios de forma rápida y cambiando de tema radicalmente, sin embargo, poco útil le fue cuando su rubio amigo se quedó en aquella frase.

—¿Te mordió la boca? —repitió Andreas con ambas cejas alzadas y los ojos a punto de salírseles de las cuencas. Tom sonrió por el nerviosismo.

—Solo fue una pequeña mordida, ni me dolió, aunque sí me asusté un poco cuando sangré, creo que está enojado conmigo.

—Es un demente Tom, aléjate de él —ordenó Andreas—. Mi hermano me ha contado que en su salón se pelea con todos por cosas sin importancia, aparte que se droga y fuma en plena escuela. No es bueno, es un jodido loco.

—Andreas, estás celoso —masculló Tom, torciendo la boca después. El rubio se señaló a sí mismo con expresión de incredulidad—, sí, lo estás. Por eso te pones a hablar mal de Bill, igual que la psicóloga; son unos estúpidos, Bill no se droga, podrá fumar, ¿pero acaso los otros chicos de su edad no lo hacen? Tu hermano también lo hace, no te hagas el tonto y… y, ¿qué tiene si se pelea con los demás? Yo lo he visto con cicatrices y moretones, puede que lo haga para defenderse, tú no sabes, esa profesora tampoco.

Su amigo lo observó ofendido y luego rememoró lo que le había ocultado. Tendría que decírselo así quedase como un mal amigo, ya que Tom no quería atender a la razón.

—Él, él es el que está llamando como número desconocido.

—No te creo, ahora estás buscando decir cosas feas de Bill para que me aleje de él, pero no, al parecer el mal amigo es otro —contraatacó Tom. Andreas se sintió frustrado, no le creían—. Y si vas a decir cosas así, mejor vete, en serio, quiero hacer mi tarea tranquilo.

—¿Me estás botando? Ok Tom, solo no me busques cuando estés en problemas por culpa de tu amiguito el raro —advirtió Andreas mientras se dirigía hacia la puerta.

—Ciérrala al salir —respondió Tom y la puerta retumbó al ser azotada—. Mierda.

Como no había nadie en casa Tom gritó de frustración sin tener la necesidad de taparse la cara con una almohada para evitar que ese ruido les moleste a sus padres. Quería llorar, se había peleado con Andreas y hacia poco Bill se había enojado con él de la nada. ¿Qué más podría pasarle? Ya no sentía ni ganas de hacer sus tareas. Estaba preguntándose si se bañaría o dormiría. Tom sentía la cabeza arderle, no tenía ánimos de nada ahora, quizá dormir, más tarde se despertaría y ya vería qué hacer. El timbre le hizo dar un bote en su asiento y luego se levantó en dirección a la puerta.

«Conmigo no», pensó al cerrarla de nuevo ya que no había nadie, «conmigo Bill no es así.»

Tom no concebía la idea en que una misma persona actuase de determinada forma con algunos y que con otros de diferente manera; una abismalmente distinta a la anterior, más que eso, una contradictoria. Andreas había llamado loco a Bill, y Tom no le hacía caso, no le creía. ‘Los locos son los que van donde los loqueros’ había dicho su madre alguna vez, refiriéndose a los psicólogos, por esa razón no le había confesado que tenía charlas con una en la escuela, Bill también recibía esas charlas; se preguntaba entonces si acaso ambos estarían locos.

Fue a la cocina, a tomar un poco de agua. Su madre le armaría problemas al llegar a casa, por no haber comido su almuerzo y le cuestionaría el porqué no estaba con Andreas, era inadmisible para ella que se encontrase solo. Suspiró y decidió no pensar mucho en ello.

Se hallaba subiendo los escalones en pos de su habitación cuando de pronto un ruido estruendoso le alarmó, deteniendo sus pasos y acelerándosele el ritmo cardíaco. «¿Qué había sido eso?», se preguntó. Un sonido como el que hacía una ventana al cerrarse, una vieja ventana que no se abría hace tiempo por lo que no podría haber sido cerrada sino abierta. Caviló sus opciones, creyendo que lo más factible sería correr hacia su cuarto y encerrarse con seguro, hasta que reparó en que su madre le había quitado el que tenía, alegando que un niño pequeño no necesitaba tener uno. Qué equivocada estaba.

Los segundos pasaban en lo que discurrían sus pensamientos; unos pasos se oyeron cercanos y, sin pensárselo más, subió las escaleras e ingresó en el primer cuarto que encontró. Se apoyó contra la puerta, buscando respirar con normalidad, y mientras se tapaba la boca con su mano, intentando ocultar sus jadeos ruidosos; creyendo ingenuamente que aquella persona que había irrumpido en su casa no le encontraría después del sonoro portazo que provocó al cerrar esa puerta con los nervios aturdiéndole.

Más pasos, mucho más cercanos. Tembló y deseó que sus padres estuvieran allí. Se lamentó botar a Andreas, serían al menos dos si es que se hubiese quedado. ¿Y si llamase a la policía? El teléfono estaba en el primer piso, se mordisqueó el labio inferior, y recordó que tenía el celular en el bolsillo; lo había apagado para evitar las llamadas del número desconocido pero ahora le sería de utilidad por lo que lo prendió.

El aporreo de una puerta le hizo estremecer. No era en la que se hallaba apoyado, no obstante, sí en una próxima a la suya. Por el nerviosismo apretó el botón de altavoz, haciendo que resonasen las timbradas de su móvil. Los aporreos se detuvieron y Tom cortó la llamada. Inmediatamente su celular comenzó a sonar, notó que era el número desconocido antes de apagar la máquina en definitiva, sin embargo, ya había sido escuchado. Maldijo a la persona que lo llamaba en privado y se mordió el labio. La manija de su puerta estaba siendo manipulada, luego aporreada con fuerza, no se movió ni un ápice a pesar de encontrarse por demás nervioso. Ahora eran patadas las que sentía a través de la madera.

—¡Lárguese de aquí! —vociferó Tom en un arranque de desesperación. Las patadas cesaron. Se sintió aliviado, aunque esa sensación no durase mucho.

—Oh no, querido Once, no me has hecho forzar esa maldita ventana para que ahora me botes sin ni siquiera dejarme verte —dijo, al que reconoció Tom como Bill, tras la puerta; la cual cedió al intentar ser forzada de nuevo—. Hola Once —saludó al entrar.

Tom lo observó pasmado, ahora apoyado contra la pared. ‘Es un jodido loco’, esas palabras resonaron en su cabeza, lo vio de nuevo, sonriente, pero no lo hacía con los ojos; hasta ahora notaba que no lo hacía.

—¿No me saludarás? O, ¿es que acaso ya no me extrañas? Yo sí te extrañé pequeño —confesó Bill, para luego ubicarse en la orilla de la cama, dejando caer sin cuidado su mochila en el suelo—. ¿Te quedarás allí o vendrás a sentarte conmigo? No muerdo —chanceó para luego guiñarle un ojo; «¿en serio?», preguntó Tom para sí, sorprendido por su cinismo—… o bueno, no mucho. Dejémoslo en que hoy no te morderé.

Tom no supo se creerle, al no lo veía alterado como la vez pasada, aunque con Bill nunca se sabía. Optó por darle una oportunidad, como siempre, y se acercó un poco más.

—Ven, siéntate aquí —indicó Bill, palmeando el espacio libre de la orilla de la cama de sus padres, ya que en ese cuarto había entrado. Tom asintió y obedeció, se sintió algo cohibido al tenerlo junto a él—. Mi cabello también era rubio, pero como me gustaba me lo teñí —mencionó Bill rompiendo el mutismo, mientras señalaba el pelo de Tom, el cual le observó de reojo notando sus raíces rubias—, aunque a ti se te ve bien, quizá lo único que te falte es que le hagas algo, con tenerlo un poco largo solo logras verte más niña de lo que ya te ves, no que te siente mal, solo lo digo. —Tom se preguntó si acaso Bill se había visto al espejo—. En fin, son cosas tontas, quería hablar contigo, no hacer un monólogo; extraño oír tu vocecita chillona.

—No tengo una voz chillona —se quejó Tom. Bill rió.

—Sabía que te jodería eso, Once y, solo para lo sepas, sí la tienes, seguro te cambiará al crecer pero por ahora te molestaré con eso —fastidió Bill y le removió los cabellos. Tom bufó mostrando un surco entre sus cejas—. Te dije que venía a hablar uhmn —se rascó el cuello y Tom se cuestionó cómo sabía su dirección— he oído que te mandaron a ti donde la psicóloga porque te dormiste en clase, ¿qué tan cierto es eso?

Nuevamente, Tom se sorprendió. Él no le había contado eso a Bill, así como tampoco le había dicho cuál era su dirección. Recordó la tarde en que le había mordido la boca, en sus palabras, le acusaba de haber ido donde su maestra a contarle de él, cuando en realidad no había sucedido aquello por decisión propia y su docente fue le habló sobre Bill.

No tenía idea de cómo lo sabía pero quería aclarar las cosas ya.

—Sí, me quedé dormido en clases de Lengua, y como la maestra es también la psicóloga pues… —dejó al aire la frase, sabiendo que le había dicho lo que Bill quería saber.

—¿Qué te dijo? ¿Te obligo a que le dijeras algo? —Bill hablaba de una forma diferente a como solía expresarse, le prestaba atención y no endurecía sus facciones, tampoco poseía algún tinte de burla. Bill sabía lo que era estar en el lugar de Tom, con esa ‘vieja bruja’ molestándole y buscando sonsacarle cosas, u obligándole a hacer otras. Llevaba recién año y medio recibiendo esas charlas que le parecían una broma de mal gusto, y ahora había tratado mal a Once por culpa de esa psicóloga sin tino.

—Me preguntó por ti, que nos habían visto hablar y me dijo que yo no debía hacerlo. —Tom frunció el entrecejo al decirlo, recordando las palabras de Andreas y su profesora que no se percató cuando Bill le vio avergonzado—. Pero… no les creí, y luego tú esa tarde me… ya sabes…

Bill observó el labio magullado de Tom y sintió culpa. 

—Deberías ponerte un piercing, uhmn en la boca por si te queda una cicatriz —fue lo primero que se le ocurrió decir a Bill. Y sonrió ante el gesto extraño de Tom—. Era broma, uh. ¿Quieres comer un helado?

A su manera, Bill intentaba pedir disculpas sin realmente hacerlo. Él sabía que eso era infantil sin embargo no por ello se impedía hacerlo. Tom negó:—Si como helado ya no tendré hambre y aún no he almorzado, aparte no puedo salir de casa —se excusó.

Bill alzó una ceja. —¿Entonces qué esperas para comer? Vamos enano, te haré comer así tenga que llevarte a rastras. —Tom, ante la amenaza que podría cumplirse, conociendo cómo era Bill, se levantó y le siguió los pasos—. Así me gusta —sonrió Bill y salieron del cuarto.
                                        
Bill se quedó de brazos cruzados contra la entrada de la cocina, observando algo fascinado a Once moviéndose como una hormiga obrera de un lado para otro. Estaba tan abstraído en ello, que no notó en sí lo que hacía Once en específico, y grande fue su sorpresa cuando lo vio sorbiendo con una pajilla —literalmente— una especie de líquido algo viscoso que había sobre un recipiente. Bill no sabía si iba en broma o en serio pensaba seguir comiendo aquel ‘vómito verde’.

—¿Qué demonios es eso? —preguntó al coger una silla para sentarse junto a Tom y su ‘almuerzo’.

Tom dejó de sorber y rodó los ojos. —¿Qué no me viste? Saqué la sopa de la licuadora y la entibié, mi mamá me la dejó preparada.

—Eso no fue lo que te pregunté. —Bill le picó un costado, haciéndole sentir cosquillas a Tom—. Hablo de qué es en sí el que estés comiendo con una de esas cosas —señaló la pajilla. Tom alzó un hombro.

—Mi mamá dice que para que cicatrice mi herida es mejor no exponerla a comida —explicó Tom. Bill puso los ojos en blanco.

—Pues no me parece bien que comas solo eso, eres un crío que está creciendo, eso no te alimenta, dame que te cocinaré algo —pidió Bill el envase, pero Tom algo cohibido por la proposición y negó con la cabeza—; anda, no seas terco —forcejeó Bill una vez más y Tom lo mismo, hasta el punto en que el mayor terminó con el recipiente en mano… y se encontraba al revés. Todo el contenido había caído sobre las piernas de Tom.

—¡No! Mis pantalones, mis pantalones nuevos… —Tom se lamentó mientras se paraba de la silla a observar en qué estado estaban sus amados vaqueros nuevos.

—Pues vete a cambiar —dijo Bill lo obvio y Once asintió, reprimiendo una lágrima—. Ah, si quieres te ayudo a lavarlos así se verán como si nada, no seas llorón. —Bill recibió una sonrisa tímida en respuesta y le siguió hacia el segundo piso.

Tom se dirigió hacia su cuarto, al llegar allí, movió la manija y notó que no podría abrirse. ¿Cómo era eso posible si él no tenía seguro en su puerta?

—Mierda, ¿ese es tu cuarto? —preguntó Bill.

—Sí, y… —manipuló la manija de nuevo—. No abre.

Bill intentó abrirla, pero como suponía no lo consiguió. —Perdón —se disculpó. Once le miró interrogante—. Es que cuando me puse a aporrear y patear las puertas, creo que me pasé con esta, no sabía que era de tu cuarto y pues la trabé.

—¡¿Y no se te ocurrió mover la manija?! —cuestionó Tom con el rostro rojo de furia, Bill sonrió a modo de disculpa. Sentía las piernas pegajosas, no podía entrar a cambiarse, ni darse una ducha en su baño—, ahora esta cosa se secará sobre mi pantalón y ya no tendrá arreglo.

Bill se sentía enojado consigo mismo. En ese mismo día había tenido esa maldita sensación de culpa, y absolutamente todo por hacerle cosas estúpidas a Once. Se sentía idiota y, por sobre todo, culpable.

—Quítate el pantalón —ordenó Bill. Tom lo miró con ojos abiertos en toda su extensión—, ¿qué? ¡No pienses cosas raras, eh! Es para lavártelo.

Tom se sonrojó sin poderlo evitar y le pidió que se diese vuelta para que no le viera. Bill aunque un poco reacio al principio, debido  lo absurdo de la petición, accedió.

—Ya puedes voltearte —indicó Tom. Bill rodó los ojos y se giró, encontrándose a un Once más pequeño de lo usual ya que se encontraba sin zapatillas, solo con medias y esa gran camiseta que le llegaba hasta medio muslo—. Heeeey —llamó incómodo, todavía con el pantalón en mano. Bill asintió como autómata y lo recibió, riéndose por nerviosismo.

—Parece que tuvieras un vestido encima —mencionó Bill. Y era cierto, la altura en que terminaba le daba esa ilusión, aunque evidentemente no tenía forma  como tendría uno. Once de esa manera se veía más frágil ante Bill, más diminuto, algo avergonzado y buscando bajarse más la camiseta para no enseñar sus delgadas piernas que se apreciaban en ese momento. «Lindo», fue la palabra que se formó en la mente de Bill, «demasiado lindo», negó con la cabeza.

‘¿En qué carajos estoy pensando?’, se preguntó Bill internamente. El leve rubor sobre las mejillas de Once no le ayudaba en nada.

—¿Me veo tan mal? —preguntó Tom, Bill sintió que debía mojarse la cara y pronto.

—¿Dónde está la lavandería? —Tom señaló hacia la planta baja. Estaba a punto de ir hacia las escaleras pero se detuvo ante la imagen mental de Once bajando los escalones con esa camiseta—. Baja tú primero.

Tom obedeció  y Bill se sintió un maldito pervertido.

3 comentarios:

  1. valla, es una buena continuación, me sigue gustando como el dia que encontre este fic jaja, es muy bueno, así que espero que lo sigas por un largo tiempo y espero que puedas poner la continuacion pronto, la verdad que escribes muy bien y se nota, eres buena en lo que haces, imagino que debe de gustarte mucho escribir, se te da muy bien, en fin, que espero leer pronto el capitulo lo ocho para saber que pasara con ese pequeño "Once".

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  2. cuando pondras el capirulo 8?

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