miércoles, 11 de abril de 2012

Fanfic: Once. Capítulo 8: Problemas y despedidas.

Capítulo 8: Problemas y despedidas.



Bill se lavó la cara y se echó agua sobre el cuello. Había jabonado el pantalón para luego meterlo en la lavadora. Después, había ido a prepararle algo a Once, contando con la suerte de que en esa casa tuvieran un refrigerador surtido de toda clase de verduras, carnes y demás que le permitiesen hacerle pasta. Y si bien pareciese algo extraño que un chico como Bill supiese cocinar, lavar y demás, en realidad no lo era, ya que su madre le dejaba solo la mayoría de tiempo cuando ella trabajaba desde que tenía nueve años, así que había aprendido todas esas labores por necesidad.

Ahora buscaba un poco de relajación al estar a solas en el baño, libre de Once que buscaba ayudarle o que le preguntaba seguido qué es lo que hacía, un Once con vestido corto que se alzaba a cada movimiento brusco, un Once que se embarraba la cara al comer o sollozaba —aunque lo negase— por haberse quemado con la comida recién hecha, un Once agradecido que le sonreía y alababa por su comida. Volvió a mojarse el rostro, quitándose todo rastro de maquillaje que pudiera haberle quedado. Se miró al espejo. ¿Qué le sucedía? No había cocinado para nadie más, a excepción de su madre algunos fines de semana en el que no se peleaban y ella no tenía dinero para llevarlo a comer fuera; pero para alguien ajeno no. Al menos esa culpa que le carcomía el pecho ya no se sentía más.

Estaba tranquilo, algo ‘incómodo’ por la situación del pantalón, pero no lo suficiente como para que esa sonrisa de satisfacción que tenía en la cara pudiera borrarse. Era divertido ser ‘malo’ con Once, aunque ya no lo era tanto al no haber razones, prefería ahora simplemente limitarse a molestarse un poco, hacerle bufar o que le gritase por ser tonto, llamarlo todavía le serviría como tranquilizador cuando se sentía mal o solo para oír su voz. Miró la hora en su móvil, ya era algo tarde, tendría que ir a su casa antes de que llegase su madre del trabajo, probablemente lo mismo pasaría con Once.

Se secó y salió del baño.


Tom se preguntaba cómo le explicaría a su madre el que hubiese una pequeña cacerola con fideos, y el que su puerta estuviese trabada, sin contar que se hallaba sin pantalón. Suspiró, tenía sueño, y se sentía tranquilo pese a lo demás. Bill era bueno, era como un hermano mayor. Deseaba tener uno ahora, y si lo tuviera que fuese como Bill.

Se acurrucó en el mueble y no fue hasta que llegó su padre que se despertó para dejar la casa como si ahí no hubiese pasado nada.

—Hijo, me parece perfecto que tomas esa iniciativa de cocinar y lavar tu ropa, en especial porque tu madre te sobreprotege demasiado y si no fueses así, lo más probable es que fueras dependiente al ser más grande —comentó Jörg, Tom se sonrojó al saber que le mentía tan descaradamente a su padre—. Solo que debes ser cuidadoso, ya que aún eres pequeño y de todas maneras hubieras podido lastimarte en lugar de ensuciarte el pantalón, ¿sí? —Tom asintió y su progenitor terminó su labor con la puerta, logrando abrirla y cogiendo sus herramientas del suelo—, y cuidado con esta puerta. Aún no termino de entender cómo es que la trabaste.

—Intenté abrirla y no se podía pá —insistió Tom. Y no mentía. Jörg asintió.

—Bueno, ve a cambiarte y descansar un rato, el turno de tu madre finaliza más tarde. Aún tenemos una charla pendiente eh —acotó su padre mientras se retiraba de su vista y se perdía en las escaleras.

Tom realmente se sentía cansado, así que, fingiendo que no había oído esa última oración, se lanzó en su cama para seguir descansando.  Ya mañana, para cuando despertase de su sueño, podría preocuparse por su padre y su charla. Se le antojaba hasta amargo el tener que mentirle una vez más.

Al día siguiente Andreas buscó a Tom en el recreo, quería hablarle y aclarar las cosas. Pese a intentarlo, Tom no salió de su aula, se mantuvo dentro con la maestra, la de la oficina, la… psicóloga. Se preguntaba si acaso estaba rehuyéndole, o quizá las cosas se hubiesen tornado más problemáticas y Bill habría podido hacerle algo a Tom. Se espantó ante ese pensamiento, si algo sucedía todo sería culpa de su hermano, y de Tom, sí, porque era un descuidado y tonto. Con esos pensamientos atormentándole se fue a clases al sonar la campana de nuevo.

En los días siguientes no hubieron muchas diferencias, salvo que no se encontraba con Tom casi nunca a la salida, y cuando lo hacía, este prefería hablar de otros temas y luego irse, algo apresurado. Andreas sentía que Tom lo evitaba. Luego pensaba que quizá la actitud se le pasaría pronto, junto con esa ‘amistad’ con Bill. ‘Par de tontos’, bufaba Andreas mientras se cruzaba de brazos.


«Días malos», pensó Tom en el transcurso de esa semana, ya que había tenido un pequeño pleito con Andreas; la psicóloga le impedía salir a los recreos para tener charlas con él, principalmente para evitar que se viese con Bill, Tom sabía eso, sin embargo, no lo cumpliría, otra razón para que fuesen días malos. Tenía que verse con Bill a la salida, sea como sea, hubiese o no una razón lo hacían, charlaban un poco, Bill le compraba un dulce y luego se iba a su casa. Todo tenía que ser rápido y discreto, o sino podrían ser descubiertos.

—¿Qué pasó? ¿Por qué tardaste? —preguntó Bill con un deje de ansiedad. Su situación estaba volviéndose engorrosa y temía que Once, como todo niño que buscase comodidad, dejara de tomarse esas molestias y simplemente un día de esos no fuera más donde él. Temía no verle de nuevo, necesitaba hacerlo a pesar de que todo se tornase dificultoso.

—No pasó nada, o bueno sí, es que hablé con Andy, mi amigo, el hermano de Georg —explicó Once, mientras le sonreía, buscándole tranquilizar—, me dijo unas cosas sin importancia y…

—El rubito, ¿peleaste con él, cierto? ¿Te molestó o algo? —cuestionó Bill, con actitud algo agresiva.

—No, no lo hizo —se apresuró a contestar—, ¿no le harás nada como a los otros niños, verdad?

Bill sonrió y le indicó que se sentara a su costado, compartiéndole de su bebida, la cual había comprado a sabiendas de que era la preferida de Once. —Esos niños que te dije que maté, todo eso uhmn era mentira. Nunca he matado a nadie, ni siquiera a una mosca porque son demasiado rápidas, quizá a seres microscópicos, pero en ese caso dudo que se considere asesinato.

—¿En serio? ¡Entonces me mentiste! —dijo Once, cruzándose de brazos y con el entrecejo arrugado. Bill suspiró.

—Sí, lo hice porque pensé que eras un mocoso molesto que buscaría sacarme de mis casillas, y no erré en mi hipótesis, lo eres, pero también me gusta que lo seas, porque eso te hace especial, me irritas de una forma que me obligas a ver lo inmaduro que soy, y me haces sentir que me necesitas es todo tan confuso, Once. —Bill intentó explicar lo que sentía, logrando que el aludido se sonroje y giré el rostro para no hacerlo evidente—. Es tonto buscar darle un nombre o coherencia, en serio. Perdón, no te mentiré de ahora en adelante.

—¿Y los niños? Esos niños que iban y nunca más regresaban a los grados menores, ¿por qué no lo hacían? —interrogó Tom, intentando desviar la atención y saciar de paso esa duda.

—Duh, porque cuando subes un grado, a menos que repruebes, no lo bajas de nuevo y es por eso que no los veían allí. Siempre me reí de ese ‘mito’ —señaló Bill entre comillas con los dedos la última palabra y le limpió la barbilla a Once, que tenía una gota del líquido que tomaba.

—Ehmn… ok —dio la razón Tom, sintiéndose absurdo por haber formulado esa pregunta—. Creo que tengo que irme.
—¿Tan pronto? Si apenas llegas —replicó Bill.

—Sí, pero recuerda que hablé con Andy y…

—Oh, bueno, toma —le tendió una barra de chocolate y no la soltó.

—¿No me la darás? —preguntó Tom, deshaciendo el agarre, Bill le rozó los dedos antes de que lo hiciera por completo.

—Mírame cuando te hablo —demandó Bill. Le sonaba a lo que le repetía la psicóloga en las charlas, ‘establecer conexión visual con la otra persona durante una conversación significa que la estás escuchando’, rememoró. Once oía a Bill, solo que le incomodaba, de una forma extraña y hasta placentera pero era incomodidad al fin y al cabo.

Volteó a observarle, con las mejillas encendidas, y Bill le mordió el labio inferior, demorándose en soltarlo y no rompiendo el contacto visual. Once no buscó alejarse, solo le alarmó cuando sintió que le succionaban el labio levemente para luego dejarle libre.

—Vete a casa, nos vemos mañana —avisó Bill mientras se levantaba del suelo y le daba el chocolate nuevamente. Once recibió el regalo.

—Pero mañana es sábado —remarcó lo obvio. Bill rodó los ojos.

—¡Oh! ¡Colón, acabas de descubrir es eslabón perdido de las civilizaciones! Eso es obvio, iré a verte, y tú saldrás en cuanto te dé la señal, ¿entiendes? —se limpió el pantalón y Tom asintió—. Ok, hasta mañana.

Once se fue de allí corriendo.


Besos. Casi besos. Citas. Casi citas. ¿Le iría a recoger con flores? Era lo que se preguntaba Tom mientras ayudaba a su madre a colocar la mesa. «No, Tom no seas ingenuo, no es para tanto, es una salida… de amigos, sí, de amigos», se decía a sí mismo. Era estúpido pensar que él era una niña y tendría que vestirse como una para que Bill le recogiera de su casa en traje y le llevase a pasear, era absurdo, pero Bill le había dicho que iría a verle, y eso le confundía. ¿Qué significaría ‘verle’? ¿Ir a pasear? ¿A comer helado? ¿Al acantilado? ¿Al parque? ¿O solo irle a saludar para luego volver a su casa? Suspiró, se hacía películas mentales por situaciones baladíes, o no tanto. Se maldijo a sí mismo y se lamentó, mejor jugaría PS y dormiría después de cenar, para estar distraído y no ponerse a alucinar.

—Hijo —llamó su padre, consiguiendo su atención—, tenemos una charla pendiente, eh.

Tragó saliva. Se había olvidado por completo de ese asunto. —Sí, papá.

—Está mal que anden hablando ustedes a solas y me dejen de lado, ¿les parece justo que hagan eso siendo yo también parte de la familia? Me excluyen eso es lo que hacen y podré fingir que eso no pasa, pero está sucediendo —se quejó Anémona.

Jörg suspiró y después tomó aire, Tom quiso esconderse, ya veía avecinarse una tormentosa discusión que impediría que tuviesen una comida agradable en familia pero que, por otro lado, también podría evitar que aquella ‘charla’ se lleve a cabo; se mordió el labio cavilando sobre ello cuando los gritos comenzaron a soltarse. Negó con la cabeza y subió las escaleras, comería más tarde y se haría el dormido si su padre iba a buscarle, tendría excusa, ya que eso es lo que hacía de pequeño.

Ya en su habitación observó su celular, tenía más de diez llamadas perdidas de ‘privado’. Pensó seriamente en romperlo y alegar que fue un accidente, para que le comprasen uno nuevo, con un número diferente y luego se planteó el solo romper el chip para adquirir otro. Todo, a su juicio, implicaba que hablase con sus padres y no-gracias, él prefería no hacerlo. Suspiró y se acercó a su PS, jugaría para hacer tiempo hasta que le llegase el sueño.

Eligió su personaje para pelear y extrañó a Andreas, si su mejor amigo estuviera allí podrían jugar juntos en vez de hacerlo con la máquina, se sintió ‘malo’ por pensar de esa forma, como si fuese solo un objeto. Luego se preguntó qué pasaría si Bill pudiera llamarle, se imaginó hablando por horas con él, de temas sin importancia y sin la intimidación de por medio que le ejercía al verle de frente.

YOU WIN!

El sonido de las teclas siendo apretadas con fuerza y los gruñidos de Tom mientras jugaba era lo único que podía oírse sobre los gritos de Anémona y Jörg. Tom seguía pensando en Bill llamándole, seguramente por ese medio sería capaz de decirle muchas cosas, quizá ahora Bill sería como su mejor amigo o algo parecido. Tenía amigos en clase, pero con ellos no salía después de la escuela y no le divertía mucho el hablar con ellos. Bill. Bill y más Bill.

YOU LOSE!

Había perdido por estar distraído. Se maldijo a sí mismo y se centró en el juego.

YOU WIN!

Escuchó los escalones siendo pisados. Alguien subía, se puso nervioso. «Quizá sea mi mamá yendo a su cuarto, no tengo por qué pensar que es mi papá viniendo al mío para hablar», pensó, presionando cualquier botón.

YOU LOSE!

Había perdido otra vez. Los pasos se sentían cercanos, se mordió el labio y cerró los ojos al su puerta estar siendo aporreada.

YOU LOSE!

Game Over

—Tom, abre la puerta —dijo su padre. Caviló la posibilidad de hacerse el dormido—. Sé que estás ahí, ya oí cuando jugabas con tu PS —comentó destruyendo su salida. Soltó el mando y le abrió la puerta—. Hijo, cuánto lo siento, de veras que sí, pero tú sabes que tu mamá y yo nos amamos y, por lo mismo, a veces tenemos trifulcas entre nosotros que… —Tom se abstuvo de responder a la perorata que su progenitor estaba dándole, a pesar de estar oyéndola por millonésima vez, sabía que era mejor no refutar a los adultos, no cuando quieres que este se desvíe del tema y se ensimisme en una charla por demás aburrida que lo libraba de todo.

Tom asentía conforme iba hablando, se cuestionaba si acaso sus padres terminarían como los de Andreas, separados, viviendo en casas diferentes y actuando como si fuesen desconocidos. Chasqueó la lengua, eso le parecería horrible, Andy había llorado mucho cuando eso sucedió.

—¿Pasa algo, Tom? —interrogó su padre por su chasqueo, el aludido negó con la cabeza—. Bueno, ya que terminé de explicarte aquello ahora hablaremos de lo otro, siéntate. —Tom tragó saliva y obedeció, al parecer no la iba a tener tan fácil—. Bien, quiero que me cuentes lo de tu labio, ahora está mejor, pero días atrás no, y tú mencionaste algo sobre que un chico te lo había hecho sin aprovecharte de ti, y eso me obliga a preguntar si fue Andy, ya que ahora los he visto distanciados, ¿no te gustó lo que te hizo y por eso se alejaron?

Tom lo observó confuso, no entendía lo que su padre le estaba diciendo, ni tampoco que metiera a Andreas en ello. —No, Andy no fue, y… mejor olvidémoslo —propuso. Jörg frunció el ceño y le miró fijamente.

—No, hablaremos de esto ya, eres mi hijo y aún me debes responder y contar ciertas cosas, en especial si estas te afectan de alguna forma, como por ejemplo tu labio lastimado —reclamó Jörg, Tom asintió cabizbajo, no tenía escapatoria—. Ahora entonces cuéntame qué es lo que sucedió, sin omitir detalles ni decirme mentiras, que sabré cuando lo haces.

Tom pensó en cómo su padre sabría cuando él mintiera, apuñuscó las sábanas que tenía entre dedos y se dispuso a contarle, desconociendo por completo que su progenitor se encontraba igual de nervioso que él.

—Lo que sucede es que tengo un… amigo —las cejas de Jörg se juntaron más conforme Tom iba hablando— y pues el otro día peleamos, nos lastimamos mucho, yo lo lancé al suelo y no permití que me diera golpes con sus manos, presioné las suyas con las mías y como teníamos las caras una contra la otra, me mordió la boca, pero no quise contártelo porque él es mi amigo, yo le dejé un ojo morado y… eso —explicó Tom, tartamudeando por el nerviosismo y rogando que su padre no sospechase.

Jörg se sintió aliviado. Tenía sentido, Anémona enloquecía a la sola mención de ‘pelea’ y el nombre de su hijo en ella. Así que era coherente que buscase ocultarlo diciendo que se había mordido la boca y provocado la herida. Tom era un niño, el que en su momento le hubiese intentado confesar la verdad con nerviosismo era por el temor a su madre, Jörg suspiró, su mente había elucubrado todo. El asunto terminaba allí mismo, con esa irrefutable realidad, aunque dentro de sí tuviese ese atisbo de duda que buscase aplacar con la lógica.

—Gracias Tom, por la confianza al decirme esto, no te preocupes no se lo contaré a tu madre —barbotó Jörg, para luego acariciarle la mejilla y salir de la habitación.

Tom botó el aire que había aguantado y agradeció el poco interés detectivesco de su padre, ya que no supo que había mentido.


—He recibido otra notificación de la escuela, y me la vienen a dejar aquí porque tú nunca me las haces llegar, tienen dos asuntos que informarme, uno de una nota que no me llegó de tu maestra y otro de que estás siendo una mala influencia para niños de grados menores. Entonces me pregunto, ¿qué hice mal? —exclamó Simone para luego sentarse y dejar en la mesa el papel. Se tomó el rostro entre las manos y sollozó—. No entiendes, de ninguna forma, hace poco te encontré marihuana y cigarros, es decir, ¡por Dios! ¡Tienes dieciséis años y ya fumas yerba! ¡Por supuesto que creo que podrías ser mala influencia!

Bill bajó la cabeza, centró su mirada en el suelo y jugó con sus dedos, también sentado. ¿Qué podría decirle a su madre? Si le respondía recibiría una cachetada, y si era sincero consigo mismo detestaba que eso sucediese; por otro lado quería que su madre olvidase de una vez por todas esas amenazas de mandarlo a un colegio militar con la cual lo tenía desde el año pasado y que ahora se habían incrementado al parecer. Bill tenía ganas de decirle que no, que ahora todo el dinero que tenía se lo gastaba en golosinas que le regalaba a Once, pero su progenitora no querría saber quién era Once, no después de esa notificación. 

—¿Estás vendiendo drogas a niños? ¿Es eso? —Bill rodó los ojos—. No me mires así, tengo mis razones para dudar, ya no te daré más dinero del necesario, no para que los malgastes en porquerías.

—No vendo drogas, lo de la yerba fue algo ocasional y no la compré en la escuela —se defendió Bill. Simone suspiró aliviada.

—La verdad es que no te veo haciendo eso tampoco, qué sé yo, Dios mío, todo esto está pasando por mi culpa, debí quedarme más en casa cuando tu padre se fue. ¿Sabes que te expulsarán si cometes otra falta, no? —Bill asintió—. Pues actúas como si no lo supieras.

—No es como si yo lo hiciese adrede, sabes que no le caigo muy bien que digamos a la psicóloga, mamá, compréndeme, cree en mí por esta vez —suplicó Bill. Simone le observó un momento y giró el rostro.

—¿Cómo hacerlo? La confianza se gana, hijo, y tú ya perdiste la mía —se limpió las lágrimas y se retiró a su cuarto. Bill se golpeó la cabeza contra la mesa sin hacer mucho ruido para no alarmar a su madre. Se sentía frustrado y jodido.

Mañana sería otro día, mañana vería a Once y todo sería mejor, al menos efímeramente. Presionó marcación rápida y lo llamó esperando oírle, escuchando el buzón que tenía, donde pedía que dejen su mensaje con esa vocecilla chillona propia de la edad. El solo oírle le tranquilizaba, así estuvo hasta que pudo dormir, con el celular en mano y sobre el sillón de la sala.


Tom dormía plácidamente en su cama, sin preocupaciones, ¿por qué debería tenerlas al ser sábado? Nadie se levanta temprano ese día. No… nadie en su sano juicio se despertaría. El golpe de una piedra chocar contra su ventana le hizo dar un brinco en el colchón con el corazón latiéndole a mil. «¿Qué fue eso?», pensó. Quizá un temblor, o un choque, o su madre aporreando la puerta para que se levantase a tomar su leche. Se talló los ojos, y su cabeza le dolió. Se había asustado.

Un silbido, eso sí pudo reconocerlo, había sido un silbido que provenía de afuera, la curiosidad le pudo y se asomó por la ventana, se encontró con un Bill encapuchado haciéndole señas para que bajase.

Tom entró en pánico. No se había bañado aún, no había tomado su leche, tampoco se había cambiado, ni siquiera había ideado una manera de salir de casa sin ser visto y Bill ya estaba allí, recogiéndole para salir, no sabía todavía a dónde o cómo pero le acompañaría sea como sea.

Corrió en dirección al baño y se lavó los dientes apurado mientras se quitaba su pantalón de pijama y se calzaba unos vaqueros, se libró de su camiseta por una para salir, se peinó con las manos y sujetó sus zapatillas, se las pondría afuera. Bajó con cuidado los escalones, esperando no ser oído, se dirigió a la cocina, para su suerte su madre todavía no estaba ahí; salió por la puerta, se puso los zapatos y saludó acezado a Bill.

—Tardaste mucho, Once, casi me viene la adultez estando aquí —bromeó Bill. Tom dejó de respirar por la boca y alzó una ceja.

—Vine lo más pronto posible —se quejó Tom—, mejor vámonos de aquí, antes de que me vea mi mamá.

Bill asintió y caminaron calle abajo.

—¿Por qué tan temprano? —preguntó Tom. Bill se metió las manos en los bolsillos de su cazadora y levantó un hombro.

—Me botaron de mi casa —respondió, recibiendo un ‘¿En serio?’ ligado a una expresión preocupada de Tom. Se carcajeó y aclaró su garganta—. En realidad salí para no tener que soportar a mi madre, se pone pesada los fines de semana.

Tom todavía se comía la cabeza para idear una forma de justificarse al regresar a casa, lo más probable es que si le dijera que fue donde Andreas su madre llamaría donde él para asegurarse. Los músculos de sus hombros se tensaron.

—Ey, extraño escuchar tu voz chillona, di algo —fastidió Bill mientras le picaba con un dedo en uno de sus costados. Tom dio un brinco y salió de su ensimismamiento. ¿Valía la pena arriesgarse a que su madre lo castigase? Miraba a Bill, sintió que la boca se le secó y un tono rojizo tiñó sus mejillas. No estaba seguro si valía la pena o no pero lo haría de todas formas.

—¿A dónde vamos? —omitió el comentario anterior porque sabía que Bill solo lo hacía para molestarle y observó el camino.

—Que sea una sorpresa, no la arruines —le guiñó un ojo y su sonrojo se intensificó. Había un no-sé-qué en ese gesto de complicidad, algo que no discernía con exactitud pero le calaba hondo, acelerando su respiración y haciéndole sudar las manos.

Siguieron caminando frente a las curiosas miradas de la gente, algunos eran compañeros suyos que de inmediato reconocieron a Bill como el muchacho del dibujo y se abstuvieron de correr en dirección a Tom para preguntarle. Bill se sentía incómodo al haber mocosos viéndoles y aceleró el paso, jalando la mano de Tom para que no se quedase atrás, haciéndole estremecer al contacto, tanto por lo abrupto como por la sensación cálida de su palma.

—Te suda la mano —señaló Bill.

—Solo cuando estoy nervioso —explicó Tom, Bill le sonrió y se metieron entre dos casas, utilizando una vía alterna que poseía menos transeúntes que pudieran observarlos. Se dirigían al bosque, eso era lo que Tom podía concluir.

Pronto comprobó que en verdad irían allí. Sintió cierto pavor al recordar las advertencias de su madre sobre los posibles animales salvajes que podría encontrar en el bosque, o la temida bruja Áchukin que se comía las entrañas de los niños que se portaban mal y no querían tomar la leche, ahora rememoraba que no había tomado la suya. «Es solo un mito, uno tonto», intentó convencerse y apretó más la mano que le sujetaba.

—¿Qué pasa? —cuestionó Bill por la presión ejercida. Tom negó con la cabeza.

—Nada —respondió algo avergonzado por sus temores infantiles.

—No te llevaré a un escondite a matarte o violarte o algo así, eh. Ya te dije que no soy un asesino —aclaró Bill, confundiendo su nerviosismo. Tom negó efusivamente otra vez.

—No, no, no es por eso… es que me da algo de miedo el bosque, por una bruja que supuestamente vivía aquí y se comía a los niños. —Bill detuvo su caminar y le miró fijamente, poniéndose a su altura.

—¿Hablas en serio? —interrogó. Tom asintió, rehuyéndole la mirada—. Joder, extrañamente no me sorprende viniendo de ti pero… —Se mordió el labio—. Mierda, eres tan… adorable.

Parecía que le costaba decir eso, y era cierto, Bill sentía ternura por Once, y por ello se esforzaba para no lastimarlo, para no actuar impulsivamente, en síntesis era otro junto a Once, o más bien, era él mismo. Si sus compañeros no fueran tan estúpidos no tendría que protegerse y andar siempre a la defensiva, si tuviera amigos no tendría por qué buscar unos mayores fuera de la escuela, si no anduviera tenso no tendría por qué fumar. Todo era por algo, había una razón que le impedía ser Bill, el que es impulsivo pero sin llegar a lastimarte, un tanto torpe al intentar brindarte cariño. Como un pequeño niño.

—No es cierto, soy algo tonto, que es distinto y… —Bill le mordió la boca, apretando bajo sus dientes sus labios, deteniendo su verborrea y haciéndole sonrojar de cuenta nueva. Le observaba con fijeza y su corazón de nuevo retumbaba contra su pecho como si quiera salírsele.

Le soltó y Tom quiso correr a refugiarse en algún lugar lejano para gritar.

—Perdón por eso, ehmn, ¿seguimos? Quería mostrarte uno de mis escondites, cuando quiero huir del mundo —dijo Bill como si no hubiese pasado nada, aunque con un leve tinte rojo en sus mejillas que Tom no notó.

—Sí —respondió Tom con la cabeza gacha. Se tomaron por la mano de nuevo y siguieron caminando.

Un claro se extendía frente a sus orbes. Bill lo señaló e indicó que habían llegado.

—No hay árboles en esta zona, o bueno sí, los suficientes como para que haya sombra y todo es tan…

—Calmo, principalmente por la ausencia de sonidos, me gusta que esté así, se respira aire puro y puedo escuchar mis pensamientos —añadió Bill, tomando una bocanada de aire y acercándose al árbol caído—. Ven, siéntate junto a mí —pidió. Tom hizo caso y se ubicó a su lado, preguntándose si en verdad no habría algún animal salvaje por allí—. No va a venir nadie, pocas personas vienen al bosque y no es porque dé miedo, sino que temen perderse, si tienes un mal sentido de orientación creo que estarías en problemas.

—¿Y no hay animales por aquí?

—He visto conejos y venados, no hay de qué preocuparse, a menos que te asuste una cola pomposa, digo —bromeó Bill mientras le ofrecía una sonrisa, Tom se sintió más tranquilo—. Quería enseñarte este lugar y… decirte algo. —La expresión del moreno decayó y Tom sintió el impulso de tocarle la mano para calmarle o hacerle sentir mejor.

—¿Sucede algo? —dentro de Tom se hallaba un mal presentimiento.

—Sí, no… no podemos vernos más. —Tom sintió que se le oprimía el pecho y le escocía la garganta y los ojos, quería llorar.

—¿Por qué? —preguntó buscándole la mirada.

—Porque soy malo para ti. —Al menos eso le había dicho la psicóloga, él sabía que no era cierto, aunque a veces lo dudaba porque por sus llamadas había metido en problemas a Once, sin embargo, Bill ahora tendría graves problemas al verle de nuevo, estaba bajo amenaza de expulsión y en verdad no quería eso.

—¿Ah? ¿De qué hablas? Dijiste que no habría problemas con no vernos fuera de la escuela, es más, fuiste tú el que quiso vernos hoy, y… ¿por qué lo haces en verdad? ¿Es por qué no tengo dieciséis como tú? ¿No puedes tener un amigo de mi edad? ¿Soy muy niño para serlo? ¿Muy… adorable? Podría cambiar, ser rudo como tú, o… hacerme un piercing como el que tienes en la lengua, teñirme el pelo de negro, vestirme así, Bill yo… —Tom no sabía qué decir. Se sentía tonto y esnifaba por su roja nariz debido al llanto contenido, no quería llorar frente a Bill, eso lo haría ver ‘más bebé’.

—Once, Once, no, esto no depende de mí, en serio —mencionó Bill y sintió presión en su pecho por verle así. No quería lastimarle, pero tampoco quería traer consecuencias para ambos.

—¿Me trajiste hasta aquí solo para decirme eso? Si es así me voy porque mi mamá me castigará por esto, sí, soy un niño de mami pero al menos no miento, mentiroso —exclamó Tom, con el sentimiento quemándole por dentro.

Bill asintió y le vio irse, junto a su poca voluntad para no llorar, porque Bill también quería hacerlo aunque no lo demostrase.

4 comentarios:

  1. madremia!!!! que pasará ahora? Tom podrá volver solo a su casa? se perderá? uyyy, me tienes super enganchada a tu fic!! espero que subas capi pronto!!!

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  2. qe guay estuvo genial estoy enganchada sube el capi dentro de poco!

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  3. me encanta tu fic, ojala y haya otro capitulo pronto....

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  4. Oh que la ching... ¡par de idiotas los dos! Gah! -sigue leyendo-

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