miércoles, 11 de abril de 2012

Oneshot: El dulce príncipe.

Si se me pasaron dedazos, perdón.

Título: El dulce príncipe.

Autor: kasomicu

Rated: +13.

Categoría: Slash.

Género: Romance.

Advertencia: Twincest no relacionado, OoC, Chan, Fantasía, AU.

Resumen: "Solo un príncipe poseedor de un corazón puro podrá combatir el hechizo que requiere de coraje y constancia" 


Disclaimer: Los personajes son reales, los que no, son de mi autoría parcial porque están basados, al igual que la trama, en el cuento de Hans Christian Andersen llamado Los cisnes salvajes


Capítulo único


El pequeño observaba con ojos ávidos y llenos de curiosidad al libro que tenía entre sus diminutas manos, la pasta poseía un azul brillante con diversos relieves hechos con oro, pero el niño desconocía el valor de aquel metal precioso y más impactante le parecía su interior, las páginas que recitaban oraciones piadosas que todavía no podía leer debido a su edad, los dibujos en colores chillones que en su cabeza cobraban movimiento y voz, haciéndole sonreír.

Un hombre cogió en brazos al infante y le dejó un beso sobre su melena rubia.

—Pareciera que algún Dios pagano nos hubiese jugado una tetra, hijo. Me arrebató al amor de mi vida y a ti te dejó sin madre, no pudiendo ni siquiera verla alguna vez pero teniéndola siempre contigo al poseer su misma belleza. —El menor se limitó a sonreír, ignorante de lo dicho al ser todavía inocente. El padre apoyó su frente sobre la de su pequeño y suspiró—. Sonríe, Tom, sonríe, lo único que nos queda es encontrar felicidad en nosotros mismos y en Dios —mencionó mientras sujetaba el libro que traía el niño en sus manos—. Pasaremos tiempos difíciles en el reino, aún eres pequeño y no lo entiendes pero… —Alzó el horarium—, encontrarás la paz aquí.

Tom pestañeó e intentó coger su libro de nuevo, el padre sonrió y se lo dio, besándole la mejilla esta vez y bajándolo.

Observar a su último hijo jugar le complacía a Jörg, le hacía sentir una momentánea paz. Sin embargo, como rey, sabía que así viese a todos sus hijos jugar no podría volver a sentirse calmo por completo. Habían problemas con otro reino, el cual exigía que se unificaran si es que deseaban que no se desatase una guerra.

Jörg se sentó y tomó un sorbo de su copa, observando el jardín en su esplendor al ser mediodía. Un día hermoso debía admitir, por más nubarrones que lo amenazasen a nivel personal.

Uno de los sirvientes apareció de pronto, captando su atención de inmediato, se imaginaba el porqué de su presencia, sin embargo —y como si de alguna forma pudiese alargar más el momento—, esperó a que hablase.

—Su Majestad, sus invitados han llegado —informó el siervo. Jörg asintió y se levantó para ingresar al palacio.


Jörg observó a los presentes e inclinó la cabeza, el hombre que tenía en frente poseía un rimbombante traje que por poco le hizo resoplar, al costado estaba su séquito y una doncella de expresión fatua, la que suponía era la princesa. Hacia evidente hasta en sus ropas sus intenciones, disminuirlo, arrimarlo hacia la necesidad de unificar sus reinos para que la economía del suyo se equilibrase, y de paso regirse bajo todas sus leyes. 
Pero el rey no quería desertar, no estaba dispuesto a ceder.

—¿A qué debo el honor de vuestra presencia? —musitó con fingida cordialidad.

—Pues he venido a hablar de nuestros asuntos, ¿de qué más sino? —soltó una jocosa risa tras lo dicho. Jörg sonrió por cortesía—. He venido a hacerte otra proposición. 

El rey más joven alzó una ceja e instó a que prosiguiese. 

—Debido a que lo más sensato es que unifiquemos los reinos, y que no tiene por qué darse una guerra en la cual se conoce el resultado al tú no tener medios. Te ofrezco que unifiquemos los reinos y que el poder recaiga sobre ti. —Jörg se admiró ante lo expuesto y quiso responderle de inmediato afirmativamente debido a que eso le convendría—. Pero con una condición —la mano regordeta y llena de anillos levantó un dedo frente al rey—: que te cases con mi hija.

La princesa lo observó con una mirada que fingía ser dulce aunque pareciese que tuviese los ojos pútridos por dentro. Irradiaba maldad, como si poseyese un aura oscura que lo obligase a uno a retroceder. Pero era por el bien del reino, se intentaba convencer de aquello.

Una sonrisa maquiavélica se formó en la comisura de los labios de la futura reina.

 …

Los ojos grandes del infante se hallaban acuosos y las señales de un irremisiblemente puchero se mostraban esplendorosas en su pequeño labio inferior tembloroso. El castaño sonrió ladinamente y asintió, dándole énfasis a sus palabras.

—Te desangrarás por esa herida y morirás, lo he visto antes —repitió.

—¿En serio, Georg? ¡Entonces quiero ver a papá! —sollozó el niño. El rictus del mayor decayó y su entrecejo se frunció.

—Está con la malhumorada de Betsabé, no te hará caso así se te salgan las entrañas por ese raspón —masculló Georg. El pequeño Tom se cubrió la boca con la mano en señal de espanto frente a su terrible destino, todo por no poner cuidado al jugar y caerse. Miró con pavor los hilillos de sangre que manaban de su rodilla.

—¡No me quiero morir! —lloriqueó y otro niño se unió a la escena, uno mayor que ambos.

—¿Qué sucede aquí? —interrogó el recién llegado con expresión circunspecta, tenía quince años, a diferencia de Georg que tenía once y el pequeño Tom de cuatro años.

—Nada, Gustav —apremió a responder el castaño, pero era evidente que no sucedía precisamente nada al estar Tom con una herida en la rodilla y llorando desconsoladamente.

—Gus, me voy a morir —dijo Tom entre gimoteos. El rubio arqueó una ceja y miró acusatoriamente a Georg, para después sentarse junto al menor de sus hermanos.

—¿Por qué lo dices, Tom?

—Georg me contó que cuando uno tenía una herida en la rodilla se desangraba y moría —respondió. 

Gustav resopló para darle un empujón a Georg que lo hiciera caer al suelo y luego abrazar a Tom.

—No te va a pasar nada de eso, Tom. Solo que Georg es tan estúpido a veces —consoló el mayor. Georg se levantó para limpiarse el traje y alzar la nariz haciéndose el ofendido—. Y tú deja de molestar a Tom y haz los deberes, que sé que no los has terminado.

—¡Tú no eres mi madre ni mi padre para darme órdenes! —exclamó Georg remilgoso.

—No hace falta, soy tu hermano mayor.

—¡Andreas es incluso mayor que tú y es menos lioso! —bramó. Gustav dejó a Tom en el suelo después de explicarle que con un poco de agua todo pasaría y observó fijamente a Georg.

—¿Ves a Andreas aquí? Pues yo no, así que en base a ello el que puede hacer y deshacer algo ahora soy yo, así que ve a tu habitación a hacer los deberes —ordenó nuevamente con la expresión endurecida.

Georg lo miró con desprecio y entró al palacio. Gustav cargó a Tom y fue hacia los lavabos, necesitaba limpiarle la herida, a veces sentía que era el único sensato de todos sus hermanos, exceptuando el pequeño 
Tom que era un adorable niño que nunca causaba problemas, a diferencia de sus otros diez hermanos. 

Suspiró, se amaban entre ellos a pesar de todo.

—Ya no me duele —mencionó Tom con una sonrisa que le iluminaba el rostro y la cual Gustav no se resistió a corresponder.

—¿Ves? Solo era un pequeño raspón, ten más cuidado, ¿estamos? —Le guiñó un ojo y lo bajó del lavatorio. 

Tom asintió y caminó en otra dirección.

Gustav pensó que se avecinaba la boda de su padre, comprendía la situación así se negasen a explicársela propiamente debido a que era solo un adolescente, y lo que más le preocupaba de todo era la reacción de sus hermanos frente a este cambio. Cuando su madre murió, fue muy difícil, pero lo fueron superando de a pocos, aunque ineludiblemente era un hecho que los había marcado, ahora era distinto.

Esta mujer con la que se iba a casar, la princesa del otro reino parecía… mala, no parecía, era mala, exudaba maldad por cada poro, y presentaba una poco disimulada repulsión a sus hermanos y también hacia él. Pero Gustav no era del tipo de personas que se entrometen en los asuntos del resto ni andan pendientes de la opinión que tienen, sino que sus sospechas estaban hechas a base de hechos, como que les quitasen ciertas gollerías a sus hermanos menores, algo tan ínfimo pero visto con cierto deleite perverso en los ojos de aquella mujer, el que limitase el tiempo que dedicaba el rey a sus hijos y, refutando la idea de que pudiera haber sido obra alguna de su imaginación o elucubraciones suyas por celos infundados al no querer poseer una madrastra, escuchó  una conversación entre su padre y Betsabé; esta última hablaba pestes de Gustav y sus hermanos, consiguiendo que incluso un rasgo de hesitación se implantase en el rostro del rey. Esa mujer los detestaba.

No era como si Gustav pudiese hacer mucho al respecto, eso era lo más le frustraba, el tener en su conocimiento algo pero que no le servía de utilidad al ser solo un adolescente. Quizá si hablaría con su padre… fue lo que pensó, desertando de inmediato a la idea puesto que su progenitor había ido cambiando desde que Betsabé había aparecido en sus vidas. Pasando de ser un alegre, recto pero bonachón padre y rey a ser uno egoísta, arisco y petulante, como por arte de alguna especie de hechicería. 

Gustav de pronto temía que estuviesen en peligro.


—Dudo que sea una buena idea, Betsabé. Es mi hijo y lo sabes —musitó Jörg.

—¡Claro que sé que es tu hijo! Y como si fuera mío, por eso mismo te lo planteo así: ya que sus hermanos no son precisamente unos ejemplos dignos a seguir y asegurándote de que sea, mañana más tarde, un hombre valeroso y humilde. ¿Qué mejor forma que aprendiendo todos esos valores en una familia campesina? Con gente que realmente es humilde y puedan inculcárselo y sin la mala influencia que representan sus hermanos de por medio, Jörg, toma en cuenta mis palabras. Tom es un niño muy tierno aún y merece tener un próspero futuro, ¿no lo crees así? Y tú también lo mereces, el sentirte plenamente orgulloso de al menos uno de tus hijos. —La mujer le sirvió más té, de aquel que solo ella hacía y le ofreció una sonrisa a la que no tardó en corresponder.

—Uhmn —paladeó el sabor del líquido y suspiró—. Creo que tienes razón. Y así Tom podría ser el próximo al trono.

—Como tú lo digas, amor —cedió Betsabé.


Tom se sentó en su cama mientras el siervo armaba su equipaje, llevaba bajo su brazo su libro azul, el horarium que había mandado a hacer su madre antes de morir para su pequeño hijo. Su padre le había dicho que daría un viaje pero que regresaría al castillo en cuanto fuese más grande como sus hermanos. Y Tom, inocente como todo niño, aceptó sin muchos rodeos y más bien con curiosidad.

Cuando se despidió de sus hermanos algunos de ellos lloraban, su padre no lo hacía, y así se embarcó en el carromato en dirección a una casa alejada del pueblo, donde vivía una pareja de campesinos cariñosos que le dieron mucho afecto pero seguían sin ser su padre o sus hermanos. Ahí recién reparó Tom, a su corta edad, qué es lo que era el sufrir.

Al tener quince años, su padre le había dicho, volvería a casa y todo sería como antes. Eso mantenía la llama de su fe encendida y oraba todas las noches por su familia.


Betsabé tenía puesta una capa singular cuando reunió a todos los hermanos de Tom en la terraza del castillo, 
ellos temiendo a algún castigo habían obedecido, y esta les miró con desprecio apenas aparecieron.

—Ustedes son… unos ¡indeseables! ¡Obstáculos en mi camino! ¿Creen que su padre está actuando así de la nada? ¿Piensan que volverá a ser el de siempre, eh? ¡Ilusos! Vuestro padre es solo una marioneta más en este juego donde la dominancia es lo fundamental, y este reino es el trofeo, ¿y ustedes? Son insectos despreciables que podrían dificultarme el paso, así que… ¡Vuelen, vuelen lejos! —farfulló y movió la capa haciendo que los absortos niños se convirtiesen en cisnes, pero no unos cisnes cualquiera, sino cada uno con su pequeña corona en la cabeza al ser príncipes.

Las aves obedecieron a la mujer y con torpes aleteos desaparecieron de su visión. Betsabé sonrió con suficiencia.


Tom dormía plácidamente en su mullida cama, con las lágrimas secas sobre sus mejillas por no haber podido conciliar el sueño hasta después de mucho rato de pensar. Pero ahora Morfeo compensaba a su dulce e inocente alma con un sueño profundo del cual no podría despertar hasta el alba, así que por ello no pudo apreciar cuando sus hermanos en forma de cisnes batieron sus alas con fuerza en su ventana para que los observase y supiese de su maleficio.

~o~

David, el campesino que cuidaba a Tom, sujetaba los leños, mientras que un Tom más grande le ayudaba tras sus pasos.

El muchacho ya disfrutaba de sus quince primaveras y su belleza no había hecho más que ensalzarse, teniendo ahora cabellos rubios reposando sobre sus hombros que resplandecían frente al sol, el cual le decía lo hermoso que era al alba posarse sobre sus ojos color miel, las rosas le susurraban que no había joven más bello y sus mejillas se teñían de un rojizo que en lo armonioso de su rostro no hacía más que arrobar su apariencia. Pero la belleza de Tom no estaba sujeta a los límites de lo físico, que si bien era cierto era un muy bien parecido joven, sin embargo, también era una de las personas más dulces que habitara por allí, siendo bondadoso, atento y humilde, rasgos que conseguían que algunas muchachas del pueblo soñasen con él al ser tan perfecto y que reafirmara que su belleza externa era como su belleza interna, si es que no era aún mayor.

Al llegar a la cabaña, dejando los leños en donde le ordenó David, Tom se limpió en el agua cristalina y se sentó junto a Dunja, la esposa de David, que se encontraba observando curiosa las páginas de su horarium. 
Él leyó algunas de las oraciones que se encontraban allí y ella le ofreció una sonrisa agradecida.

—Piadosas tus palabras, mancebo —farfulló Dunja, Tom negó.

—Las palabras del Libro de las Horas lo son, mi señora. —Señaló el libro azul que tenía en sus manos con una sonrisa reluciente.

—Hoy vendrán del castillo. El momento ha llegado, Tom —masculló la dama con tono solemne. Tom asintió, sentía nostalgia de alejarse de sus padres putativos, sin embargo, también la emoción de volver a encontrarse con su padre y sus hermanos.

Y, como quien tienta al diablo, la puerta fue aporreada. Tom fue en búsqueda de sus pertenencias y, tras una afectuosa y triste despedida, siguió a los hombres que habían venido por él.

Ya en el palacio, la bienvenida se la dio su madrastra, la actual reina Betsabé, con la misma fingida sonrisa que le había dado años atrás, solo que ahora más vetusta.

—¡Tom, el pequeño Tom! —dijo—. Mírate qué grande estás, lo malo son tus fachas, no podrás ver a tu padre así. Acompáñame, te preparé un baño y vestimentas para que luzcas como un príncipe debe lucir.

Tom, manteniendo su educación y sin pensar mal de nadie, accedió, desconociendo las intenciones turbias que poseía aquella mujer.


“No puedo, simplemente no puedo convertirlo en cisne como a sus hermanos. Jörg sospecharía… pero tampoco puedo permitir que se vuelva un obstáculo. ¡Ya sé! Haré que ni su propio padre lo reconozca al quitarle su belleza”, pensó Betsabé mientras se dirigía al cuarto de baño.

Tres sapos aparecieron en la instancia como por arte de magia.

La malvada mujer sujetó a uno y le dio un beso para luego ordenarle:—Cuando Tom venga a bañarse te posarás sobre su cabeza y lo volverás tan estúpido como tú. —Dejó que el anfibio cayera al agua, sujetando el segundo—. Tú te posarás sobre su rostro y lo volverás tan horrible como tú para que su padre no pueda reconocerla y tú —dijo mientras dejaba caer al segundo— te posarás sobre su corazón para que esté henchido de pensamientos perversos que no podrá realizar al ser estúpido.

Los tres sapos volvieron el agua de la bañera verde y con burbujas que explotaban provocando un sonido desagradable. Betsabé sonrió.


El príncipe, primero estaba dudoso por el color del agua, pero luego confiado al oírle decir a Betsabé que el agua era verdusca debido a los minerales que le había puesto para que fuera más relajante su baño. Lo que le extrañó fue que al entrar en ella esta estuviera diáfana como si antes no hubiera poseído aquel color oscuro. Decidió restarle importancia al creer que más sabría su madrastra que él de los efectos del menjunje.

Los sapos, sin embargo, no desaparecieron con aquella facilidad, y cada uno obedeció las palabras de Betsabé. Tom se hundió un poco más en el agua, no percibiendo el contacto de los seres, que al rozar la lozana piel del príncipe se transformaron en amapolas rojas. La magia de Betsabé no tenía poder sobre él por poseer un corazón inocente y ser piadoso.

Tom salió relajado del baño y se calzó su bata, dirigiéndose hacia su habitación. Se puso el traje que yacía sobre su cama y el sonido de la puerta le hizo ponerse alerta. La abrió y le sonrió a Betsabé.

—Tenías razón, Betsabé. Disfruté mucho del baño y me relajé bastante —dijo Tom.

Betsabé tuvo que controlar el impulso de contraer el rostro en señal evidente de desprecio y un tinte de envidia ante la belleza arrobadora del joven.

—Oh, pues si crees que mi labor como tu nueva madre ha acabado, aún no lo has visto todo, Tom. Te pondré algunos polvos en el rostro, ya sabes, de los que están destinados exclusivamente para la nobleza y para que luzcas deslumbrante. Ven conmigo —pidió. Tom asintió y la siguió.


Jörg movía los dedos sobre el brazo de su silla, se encontraba ansioso, quería ver cuanto antes a su hijo. 
Betsabé apareció con una mueca en la boca y una expresión que no supo descifrar.

—¿Qué sucede? —interrogó.

—Tom, ya podrás verlo. Ven Tom —lo llamó y un joven bien vestido pero con el rostro sucio y contraído apareció frente él. No, ese no podía ser su hijo el que era tan bello como su difunta esposa.

—Padre —musitó el muchacho con una sonrisa. Jörg frunció la nariz y giró el rostro.

—¡Guardias! Llévenselo, este no es mi hijo, es un impostor. —Tom negó con palabras y gestos pero los hombres igual lo sujetaron y llevaron fuera del palacio.

—¡No! Padre… mis hermanos sí me hubieran reconocido, ¿por qué, padre? ¿Acaso ya no me quieres? —farfulló al viento y suspiró.

Decían que sus hermanos habían huido del castillo, se preguntaba por qué nunca lo habían visitado y también por qué su padre no había sabido quién era. ¿Es que acaso el tiempo lo había cambiado tanto? Pensó que podría ir donde David y Dunja, pero desechó esa idea al no recordar el camino porque siempre lo llevaban en carromato. Se preguntaba qué sería de su vida ahora.

Sin pensarlo, y con el afán de no ensimismarse en pensamientos negativos, Tom caminó sin rumbo fijo por el bosque.


El príncipe, recordando las palabras del campesino David, caminaba en dirección al río para así poder encontrar a alguien que pudiese ayudarle a encontrar a sus hermanos, pero horrorosa fue su sorpresa al vislumbrar su reflejo en las aguas.

Su rostro antes impoluto se hallaba repleto de manchas, sus facciones contraídas aunque él no estuviese haciendo nada para provocar aquello, sus cabellos rubios de un color apagado. Ingresó al río para limpiarse y al salir volvió a brillar como antes frente al sol. ¿Cómo era posible que hubiese cambiado tanto? Es por ello que su padre no pudo reconocerlo. ¿Pero cómo había pasado? Recordó a Betsabé poniéndole los polvos y demás al arreglarlo, ¿podría ser? Tom no se atrevía a desconfiar de alguien, sin embargo… era una opción factible. Se mordió el labio y se sintió confundido. Decidió que si bien era importante pensar sobre ello, lo era aún más el encontrar a sus hermanos, y, lo más inmediato, buscar un lugar donde dormir o comida. 

Debería recordar más de las lecciones que le había dado David. Se guió en el bosque, no alejándose del río, hasta que encontró algunas frutas comestibles, que estaba seguro no eran venenosas, y que engulló hambriento. Tan ensimismado estaba que no reparó en la presencia de alguien junto a él.

—Ten cuidado, jovencito, o podrías atragantarte —aconsejó la anciana con una dulce sonrisa, a lo que Tom la observó avergonzado.

—Es que tenía mucha hambre, perdón —dijo. La mujer mayor asintió, con un ademán restándole importancia al asunto.

—No tienes de qué disculparte, niño. ¿Qué hacías aquí en el bosque? Ya pronto el sol se irá y se puede tornar todo muy peligroso.

—Es que busco a mis hermanos, dulce mujer. ¿No los habrá visto acaso? A once príncipes —preguntó Tom esperanzado, la anciana negó.

—No he visto a once príncipes, pero sí a once cisnes con coronas que pasan muy seguido por aquí —informó. Tom escuchó atento cuando la señora le instruía por dónde los había observado, admitiendo internamente y con algo de decepción que Betsabé era alguna especie de maga que los había hechizado, así como lo había vuelto horrible frente a los ojos de su padre.

Después de acompañarla a su casa en forma de agradecimiento, Tom se dirigió en búsqueda de sus hermanos y, a penas el sol se ocultó tras las montañas, once cisnes bajaron del cielo hacia la tierra transformándose en aquel lapso en príncipes. Tom sin poder contenerse corrió a su encuentro, abrazándose a sus hermanos que lo habían reconocido de inmediato.

—¡Tom, pequeño Tom! —chillaron emocionados.

—¡Hermanos míos! Han pasado años desde que los he visto y mírenlos ahora, la cruel maga de Betsabé les ha echado un embrujo, pero juro solemnemente en el nombre del Todopoderoso que yo les quitaré esto —masculló Tom con seguridad. Gustav le observó con una sonrisa amable.

—Dudo que lo consigas, Tom. Es magia negra, ella es una bruja y tú posees una alma inocente, tu noble corazón no conoce de estas artes —contratacó Gustav. Tom negó.

—Lo haré, verán que sí —soltó.

Se pasaron la noche contándose lo que no habían podido contarse al estar separados tantos años. Entre esas cosas que los hermanos de Tom vivían en un reino más allá del mar, y que tenían que esperar los días que fuesen más largos del año para cruzar todo el mar, aunque al llegar la tarde se convirtiesen en cisnes, para volver a estas tierras y esperarle encontrarle. Que existía un pequeño montículo de tierra en medio del mar en el que se juntaban al caer la tarde y donde pasaban la noche pero que solo si se apretaban lo suficiente.

Ahora se llevarían a Tom consigo, así que antes de dormir formaron una hamaca con mimbres y juncos, y al amanecer el joven se despertó meciéndose en ella con sus hermanos en forma de cisnes sujetando los extremos de la hamaca y sobre los aires.

Tom se maravilló con la vista y luego agradeció a sus hermanos por todo. Les prometió que pronto todos serían completamente humanos y liberarían a su padre de Betsabé.

Una tormenta hizo algo dificultoso el viaje, haciendo que los cisnes tuvieran que emplear mayor fuerza debido a que cargaban con el peso considerable de Tom, este se sintió culpable, la tarde se avecinaba y todos morirían si es que no llegaban a aquella pequeña isla en medio del camino. Tom se encomendó a sus rezos y hermanos llegaron a tierra justo antes de transformarse en humanos, todos se apretujaron y cubrieron con la hamaca por la lluvia.

Al siguiente día el viaje fue más corto, ya sea porque no era la primera mitad, o por cual haya sido la razón, pero después de que uno de los cisnes negara cuando Tom preguntó si aquella tierra de colores y formas diversas y centellantes era la tierra de la que hablaran, y luego al ser humano Georg le explicase que se trataba de la casa del Hada Natalie, pues habían llegado.

Se ubicaron en una cueva que era donde estaban sus hermanos.

Esa noche Tom soñó con algo distinto. Una mujer con un halo brillante y cegador, con una túnica blanca iluminada y una cabellera rubia que adornaba sus hombros desnudos. Unas facciones delicadas casi angelicales.

—¿Quién eres tú? —interrogó Tom pasmado.

—Soy el Hada Natalie y he venido a tus sueños para ayudarte porque sé que posees un noble corazón y eres un ser piadoso —explicó.

—¿Ayudarme?

—Sí, ayudarte con tus hermanos, Tom. Ellos están bajo un hechizo oscuro pero no irreversible, pero para salvarlos deberás ser paciente y perseverante al pasar por un camino sumamente doloroso, de ello dependerá no solo que vuelvan a su forma humana, sino su vida también, ¿entiendes, Tom? —Tom asintió—. Deberás buscar las ortigas, de las que crecen en los cementerios, y con ellas harás camisas para cada uno de tus hermanos. Hasta no terminar la décima primera camisa no podrás hablar, no podrás decir ni una palabra o tus hermanos morirán, al despertar encontrarás la primera tanda de ortigas para que comiences. Mis mejores deseos, Tom.

Sus ojos se abrieron de inmediato, su piel estaba escarapelada y su pecho elevándose, había sido un sueño. 
Giró y vio amontonadas a las ortigas y se dio cuenta que era real. Se acercó a las plantas y empezó su labor, completamente decidido.

A la mañana siguiente sus hermanos observaron el cuadro en su forma de cisnes, preguntándose el por qué Tom no hablaba, al caer la tarde Gustav se acercó a él y tomándolo por sus manos lastimadas por las ortigas le preguntó, Tom se limitó a sonreírle, en ese momento descubriendo todos que su pequeño hermano hacía algo en contra de la maldición. Georg lloró junto a Tom de la emoción y cuando sus lágrimas hicieron contacto con sus palmas magulladas las heridas se sanaron.

Pasó otro día más, y los cisnes fueron en búsqueda de comida, para no interrumpir a Tom, el cual siguió en lo suyo.

Unos ladridos lo alertaron. Se hizo un ovillo con el par de camisas que tenía hechas en el fondo de la cueva, esperando pasar inadvertido para aquellos canes. Sin embargo, la suerte parecía no estar de su parte puesto que unos perros cazadores aparecieron mostrando sus fauces. Un silbido se oyó haciendo que los animales se calmasen. Tom se tensó al no saber de dónde provenía, pronto un muchacho que oscilaba entre los veinte 
y veinticinco años lo observó en su escondite.

—Hola —le saludó el joven. Tom tragó saliva y se aferró más a sus camisas por más daño que le provocasen a sus manos—. Me llamo Bill, y al parecer mis perros te confundieron con alguna presa —sonrió—. ¿No puedes hablar? —Tom no respondió ni con gestos a lo que Bill bufó—. Bueno, déjame te ayudo con eso.

Al Bill intentar quitarle las camisas Tom se reusó a dejarlo, pero el joven aprovechó la pequeña pelea para sujetarlo por su cintura y subirlo a su caballo, pidiéndole a su sirviente que cogiera también las cosas del niño.

Bill era el rey de aquel reino y había visto en Tom una belleza digna de retratarse, una belleza tan inmaculada y salvaje, exquisita, exótica, no podía simplemente permitir que se fuera. Se casaría con él, lo haría rey. Lo dejó en manos de las siervas para que lo vistiesen de acuerdo a su nuevo estatus social, ahora iría preparando todo para la boda.

—Pero Majestad, ese muchacho no puede ser de fiar, ¿no le ve usted que teje con ortigas? ¡Quién haría eso si no ha de ser por brujería! —acusó el arzobispo, a lo que el rey rodó los ojos.

—No seas exagerado, Anis, debe ser algo especial para él, no le veo nada mal, aparte de que lastime sus manos, creo. En fin, necesito saber fechas que puedan ser factibles para mi casamiento —pidió Bill mientras dejaba caer su puño sobre la mesa.


Tom se comía la cabeza pensando en cómo podría huir de aquella situación. No podía pedir ayuda a sus hermanos al no poder gritar. Al menos en aquel castillo le habían permitido darse un baño caliente y le habían dado ropas, pero Tom necesitaba continuar con su labor, intentó explicarles a las mujeres que le servían de las camisas y ortigas que aquel maniático había cogido del lugar donde lo raptó, sin embargo, ellas no le comprendían. Tom terminó por resoplar y sentarse en su cama.

La perilla de su cuarto fue girada y él se alarmó ante ello, espigándose de inmediato y espantándose al ver al moreno de ojos miel y piel pálida que lo había secuestrado; como si pudiese servir de algo, sujetó una almohada y la levantó amenazante, obteniendo una mirada dulce y una sonrisa del mismo modo mientras el mayor rompía el trecho entre ambos. Tom retrocedió en la cama hasta quedar de espaldas contra el respaldo. Tragó saliva y cerró fuertemente los ojos.

Bill sintió retorcerse algo en su pecho al verle tan temeroso, alargó su mano hasta el rostro del chico y lo acarició suavemente.

—No pienso lastimarte, eres demasiado hermoso como para hacerlo. Discúlpame si no he demostrado mis modales y simplemente te he quitado de tu… hogar pero es que tú eres tan bello, mereces algo mejor. Yo te daré todo lo que desees, mi fortuna será la tuya, te haré el muchacho más feliz de este reino —prometió 
Bill con una sonrisa resplandeciente que Tom vio a medias por abrir solamente un ojo, cosa que le pareció tierna a Bill—. Vamos… ¿qué es lo que más quieres, uh? —preguntó mientras pasaba su nariz por la mejilla de Tom, embriagándose con su aroma.

Las manos de Tom comenzaron a temblar y su corazón latió furioso. El rey era… atrayente a pesar de ser 
un maniático que lo haya traído contra su voluntad, era atrayente y guapo, mucho, demasiado. Pero muy a pesar de que fuera algo tentador, él tenía un deber con sus hermanos, por lo que puso sus manos sobre el pecho del joven, deteniendo su acercamiento peligroso.

Tom señaló hacia su camisa y luego a sus manos heridas como si estuviera tejiendo. Bill parpadeó y luego le sonrió.

—Oh, te refieres a tus camisas, pues te he preparado un cuarto para que puedas hacerlas ahí sin ser molestado —farfulló Bill. Tom no pudo evitar sonreír—. Te ves incluso más hermoso cuando ríes —acotó, levantando una ceja insinuante, haciendo que Tom se sonrojase.

Y es así como comenzó el cortejo de Bill hacia a Tom. No es que fuese necesario al Bill ser un rey, pero él quería hacerlo, así que acompañaba a Tom a tejer sus camisas de ortiga, y le curaba las manos después de hacerlo, consiguiendo besarlas tras ello. Tom no se quejaba, Bill era muy dulce con él y, tal y como le había prometido, le daba todo lo que pudiera desear.

Pero faltando tres camisas que terminar se le acabó la ortiga a Tom. Así que él recordó su sueño, y tuvo que esperar que todos se durmieran para ir al cementerio. Con lo que no contaba Tom es que estaba siendo seguido por Anis, el arzobispo, que aún no confiaba del todo en el muchacho rubio.

Tom se espantó al vislumbrar en el cementerio a brujas desnudas que fornicaban y se comían las entrañas de los muertos que habían sacado de sus tumbas en algún rito satánico, pero intentando lo mejor que podía en no ver, se limitó a cortar las ortigas y llevárselas consigo al castillo. Pero Anis ya lo había observado para ese momento.


—Es como le digo, Majestad. Estaba junto a brujas, siendo parte de aquel ritual —aseveró Anis. Bill suspiró sintiéndose decepcionado.

—Pues no queda de otra más que mandarlo a juicio —dijo Bill.


Tal y como iba a ser, Tom no pudo defenderse durante el juicio debido a que si hablaba sus hermanos fallecerían, así que lo sentenciaron a morir en la hoguera al día siguiente, durmiendo ahora en un calabozo, en el cual le dejaron a modo de broma las ortigas y camisas, desconociendo que le servirían para terminar su labor. Tom pensaba que si conseguía terminar las camisas valía la pena perder la vida con tal de que sus hermanos estuviesen bien.

Cuando el sol se mostró esplendoroso ante el reino la muchedumbre se hallaba ansiosa esperando a que matasen al brujo prometido del rey en la hoguera y Tom en el carromato se encontraba terminando las camisas sin interesarle que le tirasen verduras y frutas podridas, tampoco en que hubiese un montículo más adelante que quemarían junto con él. Solo estaba centrado en su objetivo, terminar las camisas. 

Algunos de los aldeanos quisieron arrancarle las camisas pero Tom luchó hasta que un ruido les hizo girar el rostro a todos, los cisnes con coronas rodeaban a Tom que le faltaba terminar de tejer una manga, pero que aun así lanzó las camisas a sus hermanos, haciendo que adoptasen su forma humana en frente de todos.

—¡Soy inocente! —gritó Tom cuando finalmente Georg se transformó en un humano pero manteniendo un ala de cisne—. Perdona, Georg.

—No te preocupes, Tom. Lo mantendré como símbolo del héroe que serás para mí a partir de ahora —le dijo sonriente.

Bill, Anis y los demás se acercaron con los ojos perplejos, el primero sujetando entre sus brazos a Tom para besarle el rostro.

—Oh, hermosa criatura, tu nombre era Tom y cuánto me alegro que no seas un brujo ni tengas que ver con esos seres despreciables —exclamó Bill sonriente. Tom le correspondió al gesto.

—Solo lo hacía por mis hermanos, estaban bajo un hechizo que les hizo mi malvada madrastra, Bill —respondió Tom alegre de por fin poder decir el nombre de su amado.

—Arreglaremos ese asunto después, por mientras tus hermanos bienvenidos serán en nuestro hogar y se celebrará de nuevo nuestra boda para reafirmar tu inocencia, mi querido Tom. —El pueblo gritó de felicidad y el montículo que iba a servir para la hoguera se transformó en una inmensa montaña de flores que llovió sobre todos.

Sonrieron y festejaron las buenas nuevas en el reino de la mejor manera, mientras al compás de un beso compartido entre los nuevos reyes se dio por comenzado otra fase que traería tranquilidad y bienaventuranzas para todos.

3 comentarios:

  1. No pude evitar escuchar El Lago de los Cisnes mientras leía esto. Me encantó la historia, la dulzura de Tom =3
    Ah!! Estuvo tan cute =D

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    1. @L, lol, por más que puedas pensar que El lago de los Cisnes es la versión disney de esto, temo decir que no. xD. Gracias por leer y comentar. Sí, Tom es muy dulce, demasiado cof cof.

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