miércoles, 10 de octubre de 2012

Fanfic: Catorce. Capítulo 2

Bueno, como lo prometido es deuda, aquí traigo el segundo capítulo como lo puse en mi página en facebook. Estoy algo mal, no sé si es la gripe o las estupideces que hago, en fin, no haré mucha parte introductoria, porque no me acuerdo de qué se trataba este capítulo e.e, pero quizá esto será excusa para seguir escribiendo Catorce en vez de ahogarme en fics largos. ¿Dije que no haría una introducción larga? I LIED -
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Ahora sí. Les dejo el capítulo.

N/A: Acabo de leerlo al compadre compadre -es decir, de volada, rápido y sin percatarme en detalles pero joder, yo he escrito esto así que los detalles me los sé-. Y aquí aparecen cosas que tendrán que ver en otros capítulos, y espero tengan buena memoria y sepan sumar 1+1 ÑACA ÑACA. Y nah, eso es todo.


Capítulo 2: Regresión

Bill recogió sus cosas de casa de Georg y decidió que le daría una visita a un viejo amigo. Tocó la puerta y, minutos más tarde, la figura de un rubio con fuertes brazos se presentó ante Bill, el cual sonrió recibiendo una mirada extrañada junto con un gruñido.

—Oh, vamos, Gustav. Apenas me ves y, ¿ya te enojas? ¿No me invitarás a pasar antes, uh? —Bill ensanchó su sonrisa.

Gustav se hizo a un lado y suspiró. —Pasa, Kaulitz. Créeme que no me esperaba verte pero en fin.

—Gracias. —Bill entró a la casa y, de inmediato, recordó todo lo que había pasado allí. Desde que conoció a Ana, amiga de Natalie, durante una de las fiestas y cómo en otra reunión en ese mismo lugar había sido rechazado. Se preguntó qué tan distinto hubiera sido perder su virginidad con una chica, y pensó “menos apretado o menos doloroso”.
—¿Qué sucede, Kaulitz? Pensamos que nunca regresarías, o bueno, más bien yo creí que no volvería a verte —confesó Gustav mientras señalaba al mueble para que se sentara. Bill obedeció y asintió.
—Es lindo de tu parte el que seas sincero, amigo mío —soltó con ironía—. Pero yo sí te extrañé, no tenía quién me estuviera diciendo los pros y contras de mis actos así nunca los tomase en cuenta. Aunque viéndolo bien, me sirvieron de algo ya que nadie me aconsejaba en ese momento —caviló un instante, recordando lo cansada que llegaba su madre del trabajo como para charlar con él—. Bueno, bueno, Gustav, tengo que un favor que pedirte.
—Sé específico y veré si acepto —dijo Gustav. Aunque Bill ya sabía con eso tenía asegurado un ‘sí’.



El celular de Tom vibró sobre la mesilla y, lo primero que pensó fue “Es Bill”. Lo contestó rápidamente.

—¿Aló?

La voz del otro lado de la línea era la de su padre. Su llamada diaria. Desde el divorcio, Jörg lo llamaba a su celular, no lo hacía al teléfono de la casa para no tener que hablar con Anémona ni por equivocación; y Tom pasaba los fines de semana con él.

Habló un poco con Jörg, y se sintió mal por la decepción que le invadió al saber que no era Bill.

Al colgar escuchó la puerta de la entrada abrirse y se levantó de su cama. Su madre había llegado. Tom bajó las escaleras y vio que su progenitora no se encontraba sola. Frunció el ceño.

—¿Má? —la llamó para que lo escuchara sobre las risas que compartían. Anémona se giró en su dirección.
—¡Tomi! Mira, este señor se ofreció amablemente a traerme a casa —indicó Anémona.
—¿Y tu auto?
—Se ha averiado, ¡en plena autopista! Llamé a la grúa y pues Gordon trabaja como mecánico allí. Como no tenía cómo regresar, él se ofreció a ayudarme y aquí estoy, cariño. —Gordon le sonrió y a Tom se le hizo conocido el gesto. Desechó su pensamiento y se acercó a ellos—. ¿Ya comiste?
—Sí, sí —respondió Tom algo fastidiado.
—Bueno, un gusto Anémona, me retiro —avisó Gordon. La mujer negó.
—Pero si te debo una cena en agradecimiento, por favor.
—Quizá tiene que ir a comer con su familia, mamá —respondió Tom seco.
—Soy divorciado, hijo —le respondió—. Insisto, no quiero molestar.
—¡Si no es ninguna molestia! ¿Verdad que no, Tomi? —Anémona observó a su vástago en búsqueda de aprobación. Tom asintió al verle el brillo en los ojos. Su madre tenía derecho a salir con alguien, aunque no le gustase del todo la idea.


Bill se sentó junto a un árbol y esperó que fuese la salida para ver a Once. Había tenido una infructuosa búsqueda de empleo, en donde recibió un par de invitaciones para salir de parte de viejos casados, sin embargo, ninguna buena propuesta de trabajo. Y no estaba para eso, quería conseguir su propio dinero. No había prestado mucha importancia a encontrar un departamento, más tarde quizá, después de pasar tiempo con Once.

Pensó en fumar, no obstante, iba a dejar el cigarro, o al menos frente a Once, no quería ser una ‘mala influencia’ aunque ese término se le antojase gracioso y le hiciese rodar los ojos después de haber sido expulsado por esa razón. De todas formas, Once no iría a ser como él, había cambiado pero mantenía eso dentro de sí que le impedía ser un paria. Tenía una madre preocupada, un padre que le quería, aunque ahora estaban divorciados. Torció la boca.

—La gente no debería casarse si es que no se sienten seguros de que serán capaces de pasarse toda la vida con alguien más —masculló Bill en voz baja, mirando con fijeza el portón de la salida.
—Por eso las personas optan por convivir en la actualidad —mencionaron a su espalda. Bill se giró en dirección a la voz femenina y se encontró con una mujer de más de treinta años que llevaba uniforme y unos papeles en mano y un maletín colgando de su hombro. La mayor le sonrió, Bill le correspondió al gesto por educación, sintiéndose extrañado—. ¿Alumno de aquí?
—Oh, no —negó Bill mientras se pasaba un mechón por detrás de la oreja.
—Es que te veo muy joven para tener un hijo en estos grados, incluso para ser maestro. ¿Hermano de algún alumno, quizá? —tentó la mujer nuevamente.
—Amigo de uno, y exalumno también —aclaró Bill. Recibió una sonrisa.
—Qué grato, soy maestra nueva. Mi nombre es Dunja —le extendió la mano, Bill saludó—. Y, ¿vienes a recoger a tu amigo? Qué bueno. En fin uhm… ¿cuál era tu nombre?
—No se lo mencioné, me llamo Bill.                                                                                                                              
—Bueno Bill, un gusto conocerte, cualquier cosa estoy para ayudarte, aunque con horario limitado porque aparte de ser maestra soy madre, y ese trabajo es a tiempo completo —se carcajeó y Bill asintió sonriente.
—Un placer, Dunja. —Bill la observó entrar y supuso que enseñaba al turno de la tarde. Le pareció una simpática persona, de las pocas que son así.

El timbre sonó estruendoso y la puerta se abrió, dejando que el tumulto se dispersara. Ahora que sabía 
cómo estaba Once, podía distinguirlo con facilidad. Un chico con rastas no pasaba desapercibido.

Unos ojos azules hicieron contacto con los suyos. Andreas. Creyó por un instante que al notar su presencia se lo mencionaría a Once, sin embargo, le guió por el camino contrario. Andreas quería jugar sucio.


—Te digo que no te preocupes por nada, Bill pasó a recoger sus cosas anoche de mi casa y me mandó a decir que no iría a venir hoy a verte. Así que apresurémonos para acabar con los deberes y jugar Tekken, ¿sí? Y no te atrevas a negármelo que sé que te gustan esos juegos aunque a mí ya no tanto —dijo Andreas mientras prácticamente empujaba a Tom en dirección a su casa.
—Ok, ok —cedió Tom, sintiéndose internamente desanimado porque no iría a ver a Bill.
—¡Pon de tu parte! Haz de cuenta que Heissel nos viene siguiendo, por cierto, me dijo que porqué ya no querías salir con ella —informó Andreas. Tom bufó.
—Ella es muy precoz, y se me pega mucho —respondió Tom como si fuera una frase memorizada.
—Sí, lo que tú digas —farfulló Andreas con los ojos puestos atrás para ver si los seguían.
—¿Qué tanto miras?
—Nada, nada —respondió Andreas notoriamente nervioso.

Bill conocía todos los atajos y los alcanzó antes de que se percatasen de ello. Detuvo a Tom al sujetarlo por el hombro, el rubio le sonrió emocionado.

—¡Bill! Pensé que no vendrías —musitó Tom.
—¿Por qué no iría a hacerlo si te lo prometí? —interrogó Bill, observando de reojo a Andreas—. Incluso tú me viste Andreas, ¿o me equivoco?
—¿Yo? ¿En qué momento? —se hizo el ofendido y lo vio con extrañeza. Tom pestañeó y miró acusatoriamente a Andreas.
—Me dijiste que Bill no vendría hoy, que te lo había contado anoche —reprochó. Andreas se alzó de hombros—. ¿Otra vez tomarás esa actitud, Andy? ¡Cuál es tu problema!
—La verdad es que nunca dije nada de eso a Andreas —mencionó Bill y bajó su mano para aunarla con la de Tom. Andreas apreció el gesto y frunció el entrecejo.
—Tom, si vas a andar tomado de la mano con este, ten la decencia de admitir que eres gay, o bisexual en su defecto —masculló Andreas. Tom acentuó su rictus con un sonrojo que logró disimular.
—Eso no tiene nada que ver, Bill es mi amigo y puede tomarme la mano…
—Abrazarte también —acotó Bill con cierta risilla socarrona en el rostro que Andreas observó. Tom asintió.
—Sí, eso también, cuando él quiera. No te hagas el tonto si nosotros también lo hacemos de vez en cuando —acusó Tom.
—¡No es cierto! Desde que tienes novias no quieres que te vean así porque te da vergüenza, ahh pero con Bill sí, ¿no? ¡Por qué con él sí! —se quejó.
—¡Pero si eso no es el punto, Andy! Hablábamos de por qué me ocultas cosas, por qué me mientes —evadió el asunto. Bill rió sin hacer ruido y recibió una mirada furibunda de Andreas—. ¿Es porque odias a Bill? ¿Qué te ha hecho él? ¿Estás celoso porque eres mi mejor amigo? No dejarás de serlo porque yo tenga otros amigos, Andy.
 —¡Ah! Simplemente déjalo pasar, ¿ok? Quédate con tu “amigo”, yo me voy a mi casa —informó para darse media vuelta y caminar en dirección contraria.

Bill negó con la cabeza aún sonriendo y Tom puso una expresión afligida.

—Lo siento, Bill. —El moreno le restó importancia al asunto con un ademán—. ¿Cómo te fue hoy?
—Regular, no conseguí empleo y menos casa pero no me quejo, he tenido días peores —alzó los hombros—. ¿Y tú, Once? ¿Cómo rendiste en tu prueba?
—También regular. Creo que debí estudiar más pero estaba pensando en… cosas. —Específicamente en su mamá y Gordon y cómo eso lapidaba toda la posibilidad remota de que en algún momento sus padres regresasen.
Bill le acarició la mano con el pulgar. —¿Qué cosas?
—Mi mamá trajo un tipo a casa anoche, no me cae bien, se le ve algo falso, sin embargo, se nota que le gusta a ella —contó. Bill hizo una mueca y suspiró.
—No soy realmente el más indicado para darte charla sobre padres, los míos se separaron cuando tenía siete años, y fue más bien mi padre el que nos abandonó… el punto es que en algún momento tenía que pasar, yo vi a muchos hombres con mi madre, no todos me caían, es más, como soy tan jodido me llevé mal con todos pero luego entendí que —recordó a su madre y que en verdad no había sacado ninguna moraleja del asunto— todos merecemos segundas oportunidades. ¿Quieres acompañarme a buscar un departamento?
—Uhmn, gracias y claro —anunció Tom. Bill asintió y siguieron caminando.


—No puedo creer que esos sean los precios por un departamento que parece un cuarto para planchar ropa, es decir, ¡es excesivamente caro! —Tom alzó los brazos mientras hablaba, Bill asintió y se acomodó el pelo que le caía por el rostro.
—Sí, y yo no puedo acarrear con esos gastos, pero ahora que aún no consigo trabajo. Tendré que seguir buscando departamentos, Once.
—¿Seguimos caminando entonces? —interrogó preguntándose si habría otros lugares.
—Nah, vamos a tu casa y mañana yo seguiré con esto. —Tom asintió y se sentó junto a él.
—Cuando saliste de la escuela, ¿dónde vivías? Ayer me dijiste que no regresaste a tu casa. —Bill titubeó. No era precisamente uno de los temas que quería hablar con Once, sin embargo, tenía que responderle, se había hecho la promesa de ser sincero con él.
—Uhmn, en ningún lado. Podría decirse que dormía en donde cayese —explicó—. No me tomes como ejemplo, Once. He sido una persona despreciable el tiempo que no estuve rondando por aquí. Escapé el día de mi graduación y estuve con personas que ni siquiera conocía por el solo hecho de que me ofrecieran una cama o mueble donde dormir.

Once se imaginó ello y no supo cómo sentirse.

—¿Te acostabas con gente? —se sintió pésimo por preocuparse especialmente por eso, pero no podía negárselo, fue lo primero que se le vino a la mente. Bill sonrió nostálgico.
—Sí. —Bill esperó recibir una mirada de desprecio o algún indicio de rechazo, pero lo que se encontró fueron los ojos de Once fijados en él con lástima.
—Tenías que hacerlo, ¿verdad? No es como si tuvieses muchas opciones —miró al suelo y pateó una piedra. Bill sonrió amargamente, odiaba la lástima y que esta proviniera de una de las personas que más le importaban solo conseguía que se sintiese peor.
—Supongo, no es como si me hubiesen puesto un arma en la cabeza. Pude haber hecho otras cosas, mejores que las que hice, o por lo menos de las que me sintiera orgulloso —la expresión de Once se suavizó aún más—. ¿Por qué me miras así, eh?
—Por nada, por nada —apresuró a contestar Tom, notando la incomodidad que sentía Bill y tomó su mano—. No… debes sentirte mal por eso, ya pasó, ¿no? Si… si no tienes donde quedarte por ahora no hay necesidad de que vayas a buscar a personas, puedo alojarte en mi casa. Te ayudaría a que entres por la ventana y dormirías en mi saco para dormir —la expresión de Bill ahora era distinta y Tom se sonrojó sin saber el por qué—. Solo… si quieres, claro.

Bill sonrió, podía hacerlo, podía dejar la casa de Gustav y estar en la de Once, pero sabía que acarrearía muchos problemas. Y… no podía.

Podría decir que no podía hacerlo al ser algo peligroso e irresponsable, algo demasiado osado, que en realidad no estaba en ninguna buena posición como para actuar de esa manera, pero sabía que no se trataba de eso. Los años habían pasado, y los límites tácitos que existían entre ellos se habían evaporado, Once ya no era un niño.

Tom miró a un costado, con la cabeza latiéndole. En su mente procesando sus palabras, lo que significarían. 
No había tenido ninguna intención oculta con su propuesta, pero de todas formas, el que Bill estuviera en su cuarto implicaría muchas cosas, intimidad, no quizá de la clase que Bill tenía con aquellos desconocidos a cambio de un techo, pero… Tom se mordió el labio, sintiéndose tonto por pensar tal vez demasiado.

—No te preocupes, pronto encontraré un lugar —le guiñó un ojo—, por mientras estoy bien en casa de mi amigo, no sabes qué placer encuentro en molestarlo. —Tom asintió y bajó la cabeza—. ¿Nos vamos ya?


Bill entró a casa de Once y fue como una regresión en el tiempo. Vio a un Once pequeño y que se observaba frágil con solo una camiseta bajar de las escaleras, a uno que se quemaba con los spaghettis recién hechos, uno que le miraba fijamente y con curiosidad… y se vio a sí mismo, a sí mismo con menor edad y con menos problemas, con un entusiasmo por cambiar que se desvaneció en cuanto entró a la escuela militar, sintió repentinas ganas urgentes de fumarse un cigarrillo.

El lugar no había cambiado demasiado, quizá algunos detalles ínfimos, como el color de las cortinas y algún par de muebles, Bill suponía que la mamá de Once lo había hecho adrede, porque quería mantener los recuerdos de su ex; pensó en su madre, en cómo ella se ponía a llorar aferrada a una de las camisas que su padre había dejado olvidada antes de irse de casa, él sabía que Simone al menos el primer año no podía dormir si no tenía esa camisa  junto a ella. Once dejó su mochila sobre el mueble y entró a la cocina, Bill lo siguió y se sentó mientras Once calentaba su comida en el microondas.

—¿Y ya sabes cocinar algo sin quemarte? —preguntó Bill buscando molestarlo y de paso así despabilarse, Once se giró para verle y frunció el ceño con una expresión ofendida.
—Sé cocinar, y modestia aparte, me sale muy bien todo lo que hago, otra cosa es que mi madre me deje hacerlo —alzó los hombros.
—Por lo visto, tu madre sigue siendo igual de sobreprotectora —señaló Bill.
—Después del divorcio las cosas cambiaron un poco, ella se puso un tanto histérica, muy aparte de lo mucho que le afectó la ausencia de papá, no había quien “me cuidase” en las tardes, pero tuvo que aceptarlo; es así como aproveché para hacerme el piercing, cosa que hasta ahora me reclama, y también las rastas, sin embargo, también es algo que tuvo que aceptarlo supongo. En conclusión, sigue siendo sobreprotectora, no obstante, ya no tanto —explicó Tom. Bill se levantó y sujetó una de rastas.
—¿Quieres decir que te hiciste rastas a modo de rebelión?
—No he dicho eso —contradijo Tom haciendo un mohín, Bill sonrió y jaló un poco su cabello.
—Sí, lo hiciste a modo de rebelión, admítelo, el pequeño Once se rebeló arruinándose sus cabellos de ricitos de oro —chanceó Bill. Tom resopló y le golpeó el pecho, haciéndolo retroceder un poco pero sin evitar que siguiera riéndose.
—¿Y tú qué? ¿Te dejaste crecer el pelo para ser hippie o para parecer chica? —Bill fingió sentirse ofendido.
—Ouch. Pero de todas formas, no lo has negado, te hiciste las rastas por eso, y… ¿el piercing también? —Bill le miró los labios y se relamió los propios. Tom se puso nervioso y también se relamió los suyos, recordaba la razón por la cual se había hecho ese piercing y el color rojizo inundó sus mejillas.

—Ehmn… —Tom no sabía cómo, pero Bill ya había acortado la distancia entre sus cuerpos.
El sonido del microondas arruinó el ambiente y se separaron entre aclaraciones de garganta y sonrisas incómodas.

3 comentarios:

  1. Aish!! Yo quería que se besaran xD
    Me gustó muchísimo el capítulo, como todos. Pff, si hubieran visto la sonrisota de oreja a oreja que puse cuando ví que había nuevo capítulo jajaja.
    Espero con ansias el que sigue! Soy adicta a Catorce =3
    Muchos besos y abrazos desde México, hermosa!<3 ^^

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  2. Yo también quería que se besaran o-o tendré que esperar B: me encanta Catorce, ojalá no te retrases mucho en colgar el siguiente :) Besos!

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  3. Ayy!! .____________________________________________.
    Aigoo, no sabía que ya habías actualizado, yo desconectada del mundo xD. Pero ya me los leí todos, si señor ^_^
    nce,digo Catorce, tan adorable como siempre y Bill tan ...tan él. Congats

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