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Ahora sí. Les dejo el capítulo.
N/A: Acabo de leerlo al compadre compadre -es decir, de volada, rápido y sin percatarme en detalles pero joder, yo he escrito esto así que los detalles me los sé-. Y aquí aparecen cosas que tendrán que ver en otros capítulos, y espero tengan buena memoria y sepan sumar 1+1 ÑACA ÑACA. Y nah, eso es todo.
Capítulo 2: Regresión
Bill recogió sus cosas de casa de Georg
y decidió que le daría una visita a un viejo amigo. Tocó la puerta y, minutos
más tarde, la figura de un rubio con fuertes brazos se presentó ante Bill, el
cual sonrió recibiendo una mirada extrañada junto con un gruñido.
—Oh, vamos, Gustav. Apenas me ves y, ¿ya
te enojas? ¿No me invitarás a pasar antes, uh? —Bill ensanchó su sonrisa.
Gustav se hizo a un lado y suspiró.
—Pasa, Kaulitz. Créeme que no me esperaba verte pero en fin.
—Gracias. —Bill entró a la casa y, de
inmediato, recordó todo lo que había pasado allí. Desde que conoció a Ana,
amiga de Natalie, durante una de las fiestas y cómo en otra reunión en ese
mismo lugar había sido rechazado. Se preguntó qué tan distinto hubiera sido
perder su virginidad con una chica, y pensó “menos
apretado o menos doloroso”.
—¿Qué sucede, Kaulitz? Pensamos que
nunca regresarías, o bueno, más bien yo creí que no volvería a verte —confesó
Gustav mientras señalaba al mueble para que se sentara. Bill obedeció y
asintió.
—Es lindo de tu parte el que seas
sincero, amigo mío —soltó con ironía—. Pero yo sí te extrañé, no tenía quién me
estuviera diciendo los pros y contras de mis actos así nunca los tomase en
cuenta. Aunque viéndolo bien, me sirvieron de algo ya que nadie me aconsejaba
en ese momento —caviló un instante, recordando lo cansada que llegaba su madre
del trabajo como para charlar con él—. Bueno, bueno, Gustav, tengo que un favor
que pedirte.
—Sé específico y veré si acepto —dijo
Gustav. Aunque Bill ya sabía con eso tenía asegurado un ‘sí’.
El celular de Tom vibró sobre la mesilla
y, lo primero que pensó fue “Es Bill”.
Lo contestó rápidamente.
—¿Aló?
La voz del otro lado de la línea era la
de su padre. Su llamada diaria. Desde el divorcio, Jörg lo llamaba a su celular,
no lo hacía al teléfono de la casa para no tener que hablar con Anémona ni por
equivocación; y Tom pasaba los fines de semana con él.
Habló un poco con Jörg, y se sintió mal
por la decepción que le invadió al saber que no era Bill.
Al colgar escuchó la puerta de la
entrada abrirse y se levantó de su cama. Su madre había llegado. Tom bajó las
escaleras y vio que su progenitora no se encontraba sola. Frunció el ceño.
—¿Má? —la llamó para que lo escuchara
sobre las risas que compartían. Anémona se giró en su dirección.
—¡Tomi! Mira, este señor se ofreció
amablemente a traerme a casa —indicó Anémona.
—¿Y tu auto?
—Se ha averiado, ¡en plena autopista!
Llamé a la grúa y pues Gordon trabaja como mecánico allí. Como no tenía cómo
regresar, él se ofreció a ayudarme y aquí estoy, cariño. —Gordon le sonrió y a
Tom se le hizo conocido el gesto. Desechó su pensamiento y se acercó a ellos—.
¿Ya comiste?
—Sí, sí —respondió Tom algo fastidiado.
—Bueno, un gusto Anémona, me retiro
—avisó Gordon. La mujer negó.
—Pero si te debo una cena en
agradecimiento, por favor.
—Quizá tiene que ir a comer con su
familia, mamá —respondió Tom seco.
—Soy divorciado, hijo —le respondió—.
Insisto, no quiero molestar.
—¡Si no es ninguna molestia! ¿Verdad que
no, Tomi? —Anémona observó a su vástago en búsqueda de aprobación. Tom asintió
al verle el brillo en los ojos. Su madre tenía derecho a salir con alguien,
aunque no le gustase del todo la idea.
…
Bill se sentó junto a un árbol y esperó
que fuese la salida para ver a Once. Había tenido una infructuosa búsqueda de
empleo, en donde recibió un par de invitaciones para salir de parte de viejos
casados, sin embargo, ninguna buena propuesta de trabajo. Y no estaba para eso,
quería conseguir su propio dinero. No había prestado mucha importancia a
encontrar un departamento, más tarde quizá, después de pasar tiempo con Once.
Pensó en fumar, no obstante, iba a dejar
el cigarro, o al menos frente a Once, no quería ser una ‘mala influencia’
aunque ese término se le antojase gracioso y le hiciese rodar los ojos después
de haber sido expulsado por esa razón. De todas formas, Once no iría a ser como
él, había cambiado pero mantenía eso dentro de sí que le impedía ser un paria.
Tenía una madre preocupada, un padre que le quería, aunque ahora estaban
divorciados. Torció la boca.
—La gente no debería casarse si es que
no se sienten seguros de que serán capaces de pasarse toda la vida con alguien
más —masculló Bill en voz baja, mirando con fijeza el portón de la salida.
—Por eso las personas optan por convivir
en la actualidad —mencionaron a su espalda. Bill se giró en dirección a la voz
femenina y se encontró con una mujer de más de treinta años que llevaba
uniforme y unos papeles en mano y un maletín colgando de su hombro. La mayor le
sonrió, Bill le correspondió al gesto por educación, sintiéndose extrañado—.
¿Alumno de aquí?
—Oh, no —negó Bill mientras se pasaba un
mechón por detrás de la oreja.
—Es que te veo muy joven para tener un
hijo en estos grados, incluso para ser maestro. ¿Hermano de algún alumno,
quizá? —tentó la mujer nuevamente.
—Amigo de uno, y exalumno también
—aclaró Bill. Recibió una sonrisa.
—Qué grato, soy maestra nueva. Mi nombre
es Dunja —le extendió la mano, Bill saludó—. Y, ¿vienes a recoger a tu amigo?
Qué bueno. En fin uhm… ¿cuál era tu nombre?
—No
se lo mencioné, me llamo Bill.
—Bueno Bill, un gusto conocerte,
cualquier cosa estoy para ayudarte, aunque con horario limitado porque aparte
de ser maestra soy madre, y ese trabajo es a tiempo completo —se carcajeó y
Bill asintió sonriente.
—Un placer, Dunja. —Bill la observó
entrar y supuso que enseñaba al turno de la tarde. Le pareció una simpática
persona, de las pocas que son así.
El timbre sonó estruendoso y la puerta
se abrió, dejando que el tumulto se dispersara. Ahora que sabía
cómo estaba
Once, podía distinguirlo con facilidad. Un chico con rastas no pasaba
desapercibido.
Unos ojos azules hicieron contacto con
los suyos. Andreas. Creyó por un instante que al notar su presencia se lo
mencionaría a Once, sin embargo, le guió por el camino contrario. Andreas
quería jugar sucio.
…
—Te digo que no te preocupes por nada,
Bill pasó a recoger sus cosas anoche de mi casa y me mandó a decir que no iría
a venir hoy a verte. Así que apresurémonos para acabar con los deberes y jugar
Tekken, ¿sí? Y no te atrevas a negármelo que sé que te gustan esos juegos
aunque a mí ya no tanto —dijo Andreas mientras prácticamente empujaba a Tom en
dirección a su casa.
—Ok, ok —cedió Tom, sintiéndose
internamente desanimado porque no iría a ver a Bill.
—¡Pon de tu parte! Haz de cuenta que
Heissel nos viene siguiendo, por cierto, me dijo que porqué ya no querías salir
con ella —informó Andreas. Tom bufó.
—Ella es muy precoz, y se me pega mucho
—respondió Tom como si fuera una frase memorizada.
—Sí, lo que tú digas —farfulló Andreas
con los ojos puestos atrás para ver si los seguían.
—¿Qué tanto miras?
—Nada, nada —respondió Andreas
notoriamente nervioso.
Bill conocía todos los atajos y los
alcanzó antes de que se percatasen de ello. Detuvo a Tom al sujetarlo por el
hombro, el rubio le sonrió emocionado.
—¡Bill! Pensé que no vendrías —musitó
Tom.
—¿Por qué no iría a hacerlo si te lo
prometí? —interrogó Bill, observando de reojo a Andreas—. Incluso tú me viste
Andreas, ¿o me equivoco?
—¿Yo? ¿En qué momento? —se hizo el
ofendido y lo vio con extrañeza. Tom pestañeó y miró acusatoriamente a Andreas.
—Me dijiste que Bill no vendría hoy, que
te lo había contado anoche —reprochó. Andreas se alzó de hombros—. ¿Otra vez
tomarás esa actitud, Andy? ¡Cuál es tu problema!
—La verdad es que nunca dije nada de eso
a Andreas —mencionó Bill y bajó su mano para aunarla con la de Tom. Andreas
apreció el gesto y frunció el entrecejo.
—Tom, si vas a andar tomado de la mano
con este, ten la decencia de admitir que eres gay, o bisexual en su defecto
—masculló Andreas. Tom acentuó su rictus con un sonrojo que logró disimular.
—Eso no tiene nada que ver, Bill es mi
amigo y puede tomarme la mano…
—Abrazarte también —acotó Bill con
cierta risilla socarrona en el rostro que Andreas observó. Tom asintió.
—Sí, eso también, cuando él quiera. No
te hagas el tonto si nosotros también lo hacemos de vez en cuando —acusó Tom.
—¡No es cierto! Desde que tienes novias
no quieres que te vean así porque te da vergüenza, ahh pero con Bill sí, ¿no?
¡Por qué con él sí! —se quejó.
—¡Pero si eso no es el punto, Andy!
Hablábamos de por qué me ocultas cosas, por qué me mientes —evadió el asunto.
Bill rió sin hacer ruido y recibió una mirada furibunda de Andreas—. ¿Es porque
odias a Bill? ¿Qué te ha hecho él? ¿Estás celoso porque eres mi mejor amigo? No
dejarás de serlo porque yo tenga otros amigos, Andy.
—¡Ah! Simplemente déjalo pasar, ¿ok? Quédate
con tu “amigo”, yo me voy a mi casa —informó para darse media vuelta y caminar
en dirección contraria.
Bill negó con la cabeza aún sonriendo y
Tom puso una expresión afligida.
—Lo siento, Bill. —El moreno le restó
importancia al asunto con un ademán—. ¿Cómo te fue hoy?
—Regular, no conseguí empleo y menos
casa pero no me quejo, he tenido días peores —alzó los hombros—. ¿Y tú, Once?
¿Cómo rendiste en tu prueba?
—También regular. Creo que debí estudiar
más pero estaba pensando en… cosas. —Específicamente en su mamá y Gordon y cómo
eso lapidaba toda la posibilidad remota de que en algún momento sus padres
regresasen.
Bill le acarició la mano con el pulgar.
—¿Qué cosas?
—Mi mamá trajo un tipo a casa anoche, no
me cae bien, se le ve algo falso, sin embargo, se nota que le gusta a ella
—contó. Bill hizo una mueca y suspiró.
—No soy realmente el más indicado para
darte charla sobre padres, los míos se separaron cuando tenía siete años, y fue
más bien mi padre el que nos abandonó… el punto es que en algún momento tenía
que pasar, yo vi a muchos hombres con mi madre, no todos me caían, es más, como
soy tan jodido me llevé mal con todos pero luego entendí que —recordó a su
madre y que en verdad no había sacado ninguna moraleja del asunto— todos
merecemos segundas oportunidades. ¿Quieres acompañarme a buscar un
departamento?
—Uhmn, gracias y claro —anunció Tom.
Bill asintió y siguieron caminando.
…
—No puedo creer que esos sean los
precios por un departamento que parece un cuarto para planchar ropa, es decir,
¡es excesivamente caro! —Tom alzó los brazos mientras hablaba, Bill asintió y
se acomodó el pelo que le caía por el rostro.
—Sí, y yo no puedo acarrear con esos
gastos, pero ahora que aún no consigo trabajo. Tendré que seguir buscando
departamentos, Once.
—¿Seguimos caminando entonces?
—interrogó preguntándose si habría otros lugares.
—Nah, vamos a tu casa y mañana yo
seguiré con esto. —Tom asintió y se sentó junto a él.
—Cuando saliste de la escuela, ¿dónde
vivías? Ayer me dijiste que no regresaste a tu casa. —Bill titubeó. No era
precisamente uno de los temas que quería hablar con Once, sin embargo, tenía
que responderle, se había hecho la promesa de ser sincero con él.
—Uhmn, en ningún lado. Podría decirse
que dormía en donde cayese —explicó—. No me tomes como ejemplo, Once. He sido
una persona despreciable el tiempo que no estuve rondando por aquí. Escapé el
día de mi graduación y estuve con personas que ni siquiera conocía por el solo
hecho de que me ofrecieran una cama o mueble donde dormir.
Once se imaginó ello y no supo cómo
sentirse.
—¿Te acostabas con gente? —se sintió
pésimo por preocuparse especialmente por eso, pero no podía negárselo, fue lo
primero que se le vino a la mente. Bill sonrió nostálgico.
—Sí. —Bill esperó recibir una mirada de
desprecio o algún indicio de rechazo, pero lo que se encontró fueron los ojos
de Once fijados en él con lástima.
—Tenías que hacerlo, ¿verdad? No es como
si tuvieses muchas opciones —miró al suelo y pateó una piedra. Bill sonrió
amargamente, odiaba la lástima y que esta proviniera de una de las personas que
más le importaban solo conseguía que se sintiese peor.
—Supongo, no es como si me hubiesen
puesto un arma en la cabeza. Pude haber hecho otras cosas, mejores que las que
hice, o por lo menos de las que me sintiera orgulloso —la expresión de Once se
suavizó aún más—. ¿Por qué me miras así, eh?
—Por nada, por nada —apresuró a
contestar Tom, notando la incomodidad que sentía Bill y tomó su mano—. No…
debes sentirte mal por eso, ya pasó, ¿no? Si… si no tienes donde quedarte por
ahora no hay necesidad de que vayas a buscar a personas, puedo alojarte en mi
casa. Te ayudaría a que entres por la ventana y dormirías en mi saco para
dormir —la expresión de Bill ahora era distinta y Tom se sonrojó sin saber el
por qué—. Solo… si quieres, claro.
Bill sonrió, podía hacerlo, podía dejar
la casa de Gustav y estar en la de Once, pero sabía que acarrearía muchos
problemas. Y… no podía.
Podría decir que no podía hacerlo al ser
algo peligroso e irresponsable, algo demasiado osado, que en realidad no estaba
en ninguna buena posición como para actuar de esa manera, pero sabía que no se
trataba de eso. Los años habían pasado, y los límites tácitos que existían
entre ellos se habían evaporado, Once ya no era un niño.
Tom miró a un costado, con la cabeza
latiéndole. En su mente procesando sus palabras, lo que significarían.
No había
tenido ninguna intención oculta con su propuesta, pero de todas formas, el que
Bill estuviera en su cuarto implicaría muchas cosas, intimidad, no quizá de la
clase que Bill tenía con aquellos desconocidos a cambio de un techo, pero… Tom
se mordió el labio, sintiéndose tonto por pensar tal vez demasiado.
—No te preocupes, pronto encontraré un
lugar —le guiñó un ojo—, por mientras estoy bien en casa de mi amigo, no sabes
qué placer encuentro en molestarlo. —Tom asintió y bajó la cabeza—. ¿Nos vamos
ya?
…
Bill entró a casa de Once y fue como una
regresión en el tiempo. Vio a un Once pequeño y que se observaba frágil con
solo una camiseta bajar de las escaleras, a uno que se quemaba con los
spaghettis recién hechos, uno que le miraba fijamente y con curiosidad… y se
vio a sí mismo, a sí mismo con menor edad y con menos problemas, con un
entusiasmo por cambiar que se desvaneció en cuanto entró a la escuela militar,
sintió repentinas ganas urgentes de fumarse un cigarrillo.
El lugar no había cambiado demasiado,
quizá algunos detalles ínfimos, como el color de las cortinas y algún par de
muebles, Bill suponía que la mamá de Once lo había hecho adrede, porque quería
mantener los recuerdos de su ex; pensó en su madre, en cómo ella se ponía a
llorar aferrada a una de las camisas que su padre había dejado olvidada antes
de irse de casa, él sabía que Simone al menos el primer año no podía dormir si
no tenía esa camisa junto a ella. Once
dejó su mochila sobre el mueble y entró a la cocina, Bill lo siguió y se sentó
mientras Once calentaba su comida en el microondas.
—¿Y ya sabes cocinar algo sin quemarte?
—preguntó Bill buscando molestarlo y de paso así despabilarse, Once se giró
para verle y frunció el ceño con una expresión ofendida.
—Sé cocinar, y modestia aparte, me sale
muy bien todo lo que hago, otra cosa es que mi madre me deje hacerlo —alzó los
hombros.
—Por lo visto, tu madre sigue siendo
igual de sobreprotectora —señaló Bill.
—Después del divorcio las cosas
cambiaron un poco, ella se puso un tanto histérica, muy aparte de lo mucho que
le afectó la ausencia de papá, no había quien “me cuidase” en las tardes, pero
tuvo que aceptarlo; es así como aproveché para hacerme el piercing, cosa que
hasta ahora me reclama, y también las rastas, sin embargo, también es algo que
tuvo que aceptarlo supongo. En conclusión, sigue siendo sobreprotectora, no
obstante, ya no tanto —explicó Tom. Bill se levantó y sujetó una de rastas.
—¿Quieres decir que te hiciste rastas a
modo de rebelión?
—No he dicho eso —contradijo Tom
haciendo un mohín, Bill sonrió y jaló un poco su cabello.
—Sí, lo hiciste a modo de rebelión,
admítelo, el pequeño Once se rebeló arruinándose sus cabellos de ricitos de oro
—chanceó Bill. Tom resopló y le golpeó el pecho, haciéndolo retroceder un poco
pero sin evitar que siguiera riéndose.
—¿Y tú qué? ¿Te dejaste crecer el pelo
para ser hippie o para parecer chica? —Bill fingió sentirse ofendido.
—Ouch. Pero de todas formas, no lo has
negado, te hiciste las rastas por eso, y… ¿el piercing también? —Bill le miró
los labios y se relamió los propios. Tom se puso nervioso y también se relamió
los suyos, recordaba la razón por la cual se había hecho ese piercing y el
color rojizo inundó sus mejillas.
—Ehmn… —Tom no sabía cómo, pero Bill ya
había acortado la distancia entre sus cuerpos.
El sonido del microondas arruinó el
ambiente y se separaron entre aclaraciones de garganta y sonrisas incómodas.
Aish!! Yo quería que se besaran xD
ResponderEliminarMe gustó muchísimo el capítulo, como todos. Pff, si hubieran visto la sonrisota de oreja a oreja que puse cuando ví que había nuevo capítulo jajaja.
Espero con ansias el que sigue! Soy adicta a Catorce =3
Muchos besos y abrazos desde México, hermosa!<3 ^^
Yo también quería que se besaran o-o tendré que esperar B: me encanta Catorce, ojalá no te retrases mucho en colgar el siguiente :) Besos!
ResponderEliminarAyy!! .____________________________________________.
ResponderEliminarAigoo, no sabía que ya habías actualizado, yo desconectada del mundo xD. Pero ya me los leí todos, si señor ^_^
nce,digo Catorce, tan adorable como siempre y Bill tan ...tan él. Congats