jueves, 6 de septiembre de 2012

Fanfic: Once. Capítulo 11: Adiós.

Bueno, este es el momento cumbre, la despedida de despedidas, la que hará llorar a... mí (?), sí, porque lloré ;_; y si ya lo leyeron esperen pacientemente a Catorce que intentaré colgarlo más seguido e.e. Ah, y no sé porqué razón no puedo usar mi formspring, por lo que no puedo responder preguntas tampoco, la verdad es que desde que sacaron una screen de ahí, ya como que se me quitó las ganas de tenerlo, pero bueno, la cosa es que no podré usarlo así que si quieren preguntar algo con respecto a los fics (cosas personales no se responderá) pues les dejo este link: http://ask.fm/nadir94

Yaaa, para no dilatar más esto (qué guarro sonó xD) les dejo el capi, esperen Catorce que pronto dará su aparición.

Ah, ah, y colgaré también los Fuera de tiempo e.e y esto, a pesar del problema que hayamos tenido, se lo dedico a Narcisse, ya que esto se creó como un regalo para ella inicialmente, y nunca creí que iba a ser tan querido. Catorce es dedicado a... todas ustedes, por permitir darle vida a esta historia. Y mi página en facebook es esta, para las que no la tienen, y si quieren claro xD, la tengo para darles amorsh a las que me dieron tan lindos regalos. http://www.facebook.com/pages/Kasomicu/414223385278326


Capítulo 11: Adiós.


Todo parecía perfecto. Omitiendo algunos detalles como las charlas molestas con la psicóloga y las consecutivas peleas entre sus padres, todo parecía perfecto. Mientras viera al moreno a la salida todo estaría bien. Andreas no se le acercaba, se preguntaba si acaso iría de boca suelta con su madre para contarle que no pasaba en realidad las tardes con él, cuando se lo cuestionó el rubio lo miró con pena fingida y lo negó. Anémona no había dado indicios de lo contrario, así que decidió seguir confiando en su mejor amigo.

Bill le había advertido que llevase pantalones cortos en su mochila y una playera si gustaba, Tom, sin entender muy bien el porqué, hizo caso y siguió a Bill a la salida como acostumbraba. No se dirigían al acantilado, lo supo por el camino que iban tomando y cómo este colindaba con el bosque. Su primera opción era que se estuviesen dirigiendo al claro, sin embargo, disipó sus dudas al vislumbrar el río que tenían frente a ellos.

—¿Un río? —preguntó Tom extrañado. Bill arqueó una ceja y bufó.

—No, Sherlock, una fuente de limonada gigante, ¿para qué pensabas que eran los pantalones cortos? ¿Para hacer una maratón? —respondió sarcástico, Tom rodó los ojos—. Oh, oh, oh, aún mejor, pensabas que quería ver tus piernecitas de gallina que tienes, ¿cierto?

Tom le dio un empujón que solo logró agitarlo un poco mientras se echaba a reír. —Deja de ser un idiota y voltéate —pidió. Bill le observó fijamente, dejando de reírse—. No me voy a cambiar frente a ti.

—Cierto, los chicos no pueden ver las panties de las nenas, perdón —dijo Bill pero de todas formas se giró, a sabiendas que así Once fuese o no una niña, no era recomendable que le viese en interiores.

Tom se cambió de ropa enrojecido por la cólera que de seguro se le pasaría en un momento. Y se preguntó si Bill haría lo mismo, no percatándose que este se bajaba los vaqueros para ponerse unos pantalones cortos de color negro y se quitaba la playera, dejando al descubierto un tatuaje en la ingle.

Solo alcanzó a verle la espalda blanquecina en movimiento al correr en dirección al río. Tom no había traído otra playera, así que sin nada arriba, siguió a Bill con el cuello encogido. La brisa le ponía la piel de gallina y ver a Bill como un crío chapotear en el agua le hacía sonreír. —¿Qué esperas?, ¿invitación por escrito? ¡Ven! —Tom asintió e ingresó al río.

—El agua está fría —se quejó Tom.

—Sí, pero solo es hasta que te habitúes a ella, déjate llevar —masculló Bill de forma insinuante mientras se hundía en el agua perdiéndose de su visión.

—¿Bill? —lo llamó confuso y miró hacia el agua turbia, siéndole imposible saber si estaba cerca. Unos dedos se aferraron a sus tobillos y fue jalado con fuerza dentro del río. Un grito se abrió paso en su garganta y se hallaba con los ojos escociéndole.

Vio el color verdoso y se sujetó el cuello, luego se impulsó para salir a flote. Su corazón daba tumbos en su pecho, la sensación de vacío bajo sus pies le perturbaba. Una carcajada le hizo girar y ver a Bill.

—¡Debes mirarte la cara! Está como para una foto —chanceó Bill. Tom miró en los alrededores y luego se acercó al moreno, le sujetó por los hombros hundiéndole con su peso—. Hey, hey, heeey —se quejó para después sujetarle por el talle e invertir los papeles, sin embargo, fue muy torpe y terminó hundiéndose junto a Once.

Tom se apretó contra Bill temiendo ahogarse. Bill nadó en silencio con el peso de Once sobre sí hasta la orilla, el pequeño seguía junto a él como lapa.

—Once… ya estamos en la orilla —pidió Bill con voz algo grave. Tom esnifó por la nariz y abrió los ojos, que mantenía presionados con fuerza, se sonrojó y alejó lentamente de Bill.

—Lo siento, es que no sé nadar muy bien y tú me jalaste y… eso —se justificó con las mejillas encendidas y sin corresponderle a la mirada.

—Creo que fue algo estúpido, discúlpame. Olvidé que… eres un crío todavía y puedes hacerte en los pantalones si es que te asustan demasiado —molestó Bill mientras le picada el costado, Tom frunció el ceño y le observó de reojo algo fastidiado—. Oh, no me mires así, no me digas que le entró tierra a tu vagina —bromeó, recibiendo un manotazo en respuesta y se rió con ganas Tom lo imitó por el contagioso sonido y porque, debía de admitir, algo de gracia le había dado el chiste—. Entonces… ¿nos metemos de nuevo?

—Solo si prometes no aterrorizarme otra vez —le advirtió Tom con una expresión que buscaba ser seria pero que provocaba que Bill se aguantase las ganas de reír—. Eres cruel, ¿te lo habían dicho antes?

Su rictus decayó. —Sí, varias veces. —Tom se golpeó mentalmente, rememorando que la imagen de Bill para el resto estaba distorsionada—. Uhmn, bueno, está bien, lo prometo y si es que algo te da miedo puedes sujetarme. Sé nadar —accedió Bill y le ofreció una sonrisa sincera. Tom asintió y bajó la vista.

—Tienes… un tatuaje —dijo Tom y lo señaló.

—Tengo dos en realidad —respondió y se giró para mostrar el símbolo que traía en la nuca.

—Woah, ¿no te dolió cuando te los hicieron? —Bill le miró divertido.

—Sí, un poco, pero cuando te centras en algo más… digo, estás ahí y te lo estás haciendo por una razón —alzó los hombros—, entonces solo queda hacerte de huevos y ya.

—Creo que yo no podría hacerme uno —mencionó. Tom no era de quejarse mucho por alguna dolencia física, pero le temía a las agujas. Bill arqueó una ceja.

—¿Y para qué querrías tú hacerte un tatuaje? Eres un crío, y tienes bonita piel, no te la arruines —masculló sin mirarle. Tom se sonrojó, no se había puesto a pensar en si tenía una piel diferente a la del resto, aunque un par de veces le habían hecho bromas de que tenía piel de niña, incluso Andreas se lo había dicho.

—Ok —respondió queriendo sonreír, de todas formas había sido un halago muy a la manera de Bill.

—Ehmn… así que… el último en mojarse en un huevo podrido —amenazó Bill para correr al río dejando un Tom boquiabierto sentado en la tierra.

—¡Eso no fue justo!

—¿Quién eres tú para juzgar, señor huevo podrido? —fastidió Bill mientras le guiñaba un ojo y arrugaba la nariz. Tom bufó y entró al río.

Parecían un par de niños jugando, no había distinción de edad en aquel momento. Y la tarde pasó cadenciosamente entre risas y ojos brillantes.


—Creo que se está haciendo tarde —dijo Bill al observar el cielo. Tom, quien estaba a su costado, echado como él en la tierra, giró el rostro para verle.

—No quisiera irme de aquí nunca —confesó más para sus adentros que para Bill, pero este alcanzó a oírle.
—¿Te gustó el lugar? —preguntó Bill, su voz se oía distinta y Tom quiso golpearlo por tonto. “No, el que me gusta eres tú”, respondió mentalmente.

—Sí, también. —Bill sabía lo que implicaba esa respuesta, rememoró el beso que le dio Once, que creyó era obra de su estado de ebriedad, y supuso que quizá habría sido más real de lo que se imaginaba.

Silencio. Bill tragó saliva y siguió mirando el firmamento. —Tengo algo que decirte —ahí iba de nuevo ese tono que Tom detestaba, se apoyó en sus antebrazos y le obligó a que lo mirase—. Hey, ni siquiera empiezo y ya me pones esa cara.

—¿Qué vas a decirme? —instó Tom, haciendo acopio de toda su fuerza para no ponerse a llorar al saber que fuera lo que fuese a decirle, no le gustaría.

Los ojos de Bill le observaron con fijeza, abrió la boca y cerró de inmediato. Tensó su mandíbula, tenía que decírselo. —Mis padres me pondrán en una escuela militar, Once —soltó. Tom le miró, ahora confundido—. ¿No sabes lo que quiere decir eso? Figúratelo como una cárcel, el peor lugar donde un chico-problemas podría caer, mucho más terrible que un reformatorio. No tendré comunicación con el mundo exterior, me quitarán mis cosas y llevaré uniforme todo el tiempo —suspiró y, al hacerlo, cerró los ojos, al abrirlos se fijó en lo acuosos que estaban los de Once—. ¿Qué te sucede?

Tom esnifó y bajó la cabeza, alejándose un poco de Bill. El moreno se sentó y posó una mano sobre el hombro del rubio, el cual intentó deshacerse de su agarre pero desistió al sentir aquellos brazos cubriéndole en un abrazo que le hizo sentir tan bien y mal a la vez. Sabía que en esta ocasión no era culpa de Bill, o bueno, en parte lo era, sin embargo, eso no disminuía el dolor que se implantaba en su pecho.

—¿No podrás…?  —sollozó y tomó aire—. ¿No podrás volver a salir conmigo nunca más?

Bill lo vio tan frágil entre sus brazos, con la expresión rota, las lágrimas sobre sus mejillas y su nariz rojiza. Tan pequeño y dolido por no volver a verle pero, ¿acaso podría ser así? Un ‘nunca más’ definitivo. Se había habituado a Once, y viceversa, no podría sacarlo de su vida con tanta facilidad. Le sujetó el rostro y le sonrió.

—No, no creas que te librarás tan fácilmente de mí, eh —bromeó, no obstante, Once seguía llorando. Quiso tragarse sus lágrimas y que sonriera de nuevo, que no tuviese que pasar por esto, pero era estúpido intentar cambiar las cosas. Era un hecho ineludible que él se iría y lo mejor era decírselo para no simplemente dejarlo y que pensara que se aburrió de él o algo así.

Bill acarició su nariz con la de Once y cerró los ojos, apoyando su frente contra la del menor.

—Yo te quiero, Bill —susurró Tom y le vio en esa posición, Bill correspondió al gesto y abrió la boca sin pronunciar palabra alguna. Se mordió el labio, sabía que Bill se iría y si antes de hacerlo le rechazaba de alguna forma le dejaría más destrozado de lo que ya estaba.

El mayor acarició las mejillas de Once y fue limpiando de a pocos los rastros de llanto, hasta que posó sus dedos sobre sus labios llenos y centró su vista en ellos.

Bill no le decía te quiero a su madre, menos a su padre, temía querer a la gente, ya que de esa manera podría lastimarle con mayor facilidad; y expresarlo con palabras, si es que en verdad lo sentía, se le hacía muy poco. Era por eso, que con torpeza, se acercó más a Once para besarlo, aprisionando sus labios como cuando lo mordía pero ahora usando los suyos en vez de los dientes, siendo delicado en un comienzo y efusivo en el siguiente, no besándolo con fiereza como anoche al creer que era James, sino con una fuerza que le transmitía todo lo que sentía por él.

Tom no sabía besar de esa forma, así que simplemente se dejó guiar, de lo que estaba seguro era que este beso era completamente distinto a cuando lo besó en el armario. Bill se detuvo y respiró contra su rostro, tomando aire, ambos haciéndolo.

Bill se acercó de nuevo, perdiendo sus dedos entre los rubios cabellos y sintiendo cómo unas manos pequeñas se aferraban a su espalda. No era lo mejor, no era lo más correcto, Bill lo sabía, sin embargo dejó que los pensamientos se esfumaran en cuanto compartió aliento con Once, jugó con su paladar y luego se alejó un poco, sujetándole el labio inferior con los dientes y observándole. Se separó de nuevo, y dejó un suave beso sobre sus labios antes de separarse del agarre y levantarse en dirección a sus cosas. Tom frunció el ceño y le vio irse presuroso.

—¿Bill? ¡Bill! —Lo llamó mientras se paraba a pasos torpes y cogía su ropa y mochila, intentando seguirle. Sin embargo, no era tan rápido, aparte de que se le había adelantado por un gran tramo ya.


Calor.

—¡Bill! ¡Baja ya que ha llegado tu padre, debemos irnos! —escuchó entre los rezagos de su sueño. Se desperezó y miró con vergüenza sus vaqueros, estaba excitado.

Debía lavarse el rostro inmediatamente, refrescarse y conseguir que su erección bajase en segundos, sin necesidad de tocarse que iba a ser peor.

—¡Ya! —Se levantó presuroso y algo cayó de sus bolsillos. Su móvil. Lo observó dubitativo y lo sujetó para ir en dirección a su baño.


Simone le sonrió a Gordon por cortesía, luego miró con aprehensión en dirección al segundo piso. Bill no bajaba.

—¿No se habrá escapado? —preguntó Gordon, con el ceño fruncido y los brazos cruzados.

La mujer quiso salir en defensa de su hijo, pero se ubicó en su situación actual y cerró la boca. ¿Su niño sería capaz de hacer eso? Ya nada podía asegurar, era como una extraña, Bill era como un extraño frente a sus ojos. Sintió la mirada de Gordon sobre ella y bufó; sabía que él se moría por decirle qué tan decepcionado estaba sobre lo que Simone representaba tanto como mujer y como madre, tal y como le había dicho cuando hablaron.

—Si tanto piensas que es así, mejor búscalo tú. Todavía queda tiempo y no quiero darle más presiones de las que ya tiene —masculló. El moreno negó con la cabeza y se dirigió hacia la escalera.


Tom sentía la cabeza caliente. Había corrido hasta su casa, se había bañado y todavía sentía el sabor de Bill quemándole la boca, el rostro, el pecho, todo el cuerpo. Pero principalmente la cabeza. ¿Por qué Bill había hecho eso? Huir. Huir de él, del beso, de sus sentimientos… no lo volvería a ver y la última imagen que tendría sería de Bill yéndose de su lado después de dejarle los labios hinchados, rojizos y con gusto a él.

Se tiró sobre su cama y aguantó las ganas de llorar. Se sentía en cierta forma rechazado. Pero. Se mordió el labio inferior y luego lo succionó. Bill. Bill. Bill. No podía haberle rechazado, no de esa manera, el beso gritaba lo contrario.

Su celular vibró en la mesilla y se le antojó tirarlo por la ventana. No tenía ganas de hablar con nadie, no obstante, podría ser su madre y optaba por no meterse en problemas por no contestar a tiempo. Sin mirar, lo agarró y apretó por costumbre el botón verde.

—¿Aló? —ninguna respuesta, solo el ruido de la respiración de alguien, se alejó el móvil de la oreja y miró quién era. Número desconocido. Recordó las palabras de Andreas, sobre que Bill era el que lo llamaba, sus latidos se aceleraron—. ¿Bill? ¿Eres tú? —el resuello en la línea se detuvo—. ¿Todo este tiempo habías sido tú? —tal y como se lo esperaba, no recibió respuesta, el sonido volvió a oírse—. Eres un cobarde —concluyó—, lo eres por no llamarme con tu verdadero número en todo este tiempo, por no hablarme, por huir después que nos besamos. ¡Te dije que te quería y no me respondiste! ¿Esperas que me lo figure acaso? ¿No podías ni siquiera actuar distinto a pesar de saber que no nos íbamos a ver dentro de mucho? ¡Eres un jodido cobarde, Bill! —comenzó a sollozar—. Lo peor es que no puedo no quererte, soy tonto.

¡Bill, abre la puerta! —escuchó al otro lado del teléfono. Era la voz de un hombre.

—¿Hoy te vas? —No hubo respuesta y tomó aire—. Te quiero, pedazo de bruto.

La llamada se cortó. Tom observó a su móvil con los ojos llenos de lágrimas.


—¡Joder, dije que ya! ¿No sabes oír ahora? ¿Tan rápido te ha llegado la senectud? —preguntó Bill al abrir su puerta, con la maleta en mano. Su padre le miró desaprobatoriamente y alzó la mano, Bill se la detuvo y lo observó desafiante—. A mi madre le habrás podido pegar en su momento pero yo no soy tu mujer, así que esas mierdas conmigo no y ya déjame pasar.

Gordon deshizo el agarre y tensó sus músculos. Ya le harían aprender a ese muchacho en la escuela militar, estaba a nada de ello así que podría soportarlo un rato más.

Bill bajó las escaleras furibundo y vio a Simone junto a la puerta con expresión triste. Se negó a  corresponderle la mirada. Para Bill su madre y su padre estaban en el mismo saco.

—Hijo… —intentó hablar Simone mientras le sujetaba el brazo, Bill se removió.

—No me toques y mejor vámonos ya, no se vaya a hacer tarde para que te sientas libre de toda responsabilidad conmigo —deshizo el agarre y abrió la puerta. Los observó desafiante a ambos—. ¿Vienen o no? Porque no tengo ni puta idea de dónde queda.

Gordon y Simone se pusieron delante de él y salieron.

Le quería, le quería tanto que hasta le dolía. Bill era un chico, eso lo sabía, también que probablemente era gay o algo parecido aunque nunca antes le había gustado otro niño, quizá era bisexual como Bill, luego se cuestionaría a fondo sobre ello. Bill era mayor, por cinco años, también sabía eso y no le molestaba, más bien se sentía inseguro sobre sí mismo cuando estaba a su lado, ser demasiado ‘crío’ para él pero eso podría cambiarlo, podría lucir de más edad de la que tenía.

Sí, Tom cambiaría. Sería lo suficientemente bueno para Bill en cuanto este regresara. Porque, debía regresar, ¿no? Bill había dicho que no se desharía tan fácilmente de él. Se sonó la nariz y limpió las comisuras de sus ojos, lo volvería a ver, y todo sería distinto. Solo tendría que esperar, tan solo eso.

4 comentarios:

  1. Lloré, y mucho! waaaaaaa
    Me encantó este fic, repito que es de mis favoritos. Muchas gracias, nena, por haber publicado esta historia tan genial!
    Espero con ansias Catorce, sé que será igual o incluso mejor. No puedo esperar! (bueno, sí, es un decir e.e)
    Saludos desde México!

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  2. Me encantó aunque fuera triste ;( pero solo de imaginarmelos jugando en el rio... :B Ojalá subas pronto el fuera de tiempo y la nueva temporada de Catorce :3 no te imaginas las ganas que tengo de leerlo :)

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  3. Mmm... si no lloré pero se me hizo un nudo en la garganta ¿cuenta? *o*

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  4. jajaja a mi me paso lo mismo que a Lenayuri nudito en la garganta...puff que monisimos.

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