Capítulo 10: Cumpleaños y juegos
Tom estaba arropando a Robbie, ella le sonreía,
feliz de que estuviera ahí, a pesar de que no era Bill.
—Papá Tom,
¿papi Bill cuándo vendrá? —preguntó Robbie.
—Ha tenido mucho trabajo hoy, por eso no está aquí
aún —mencionó Tom, mirando su reloj de muñeca—. Seguro pronto viene.
—Pero yo ya me tengo que dormir —dijo Robbie con un
puchero—. ¿Y sí estará para mi cumpleaños, verda’? Es dentro de tres días.
—Claro que sí, amor, él va a llegar dentro de un
rato. No te preocupes —tranquilizó Tom, Robbie asintió y cerró los ojos
mientras oía el cuento de Tom.
…
Tom estaba sentado en el mueble revisando su laptop
mientras acariciaba a Pumba y Bambi dormía a sus pies.
Escuchó abrir la puerta y miró de reojo cómo Bill
entraba como si hubiera cargado el peso del mundo sobre sus hombros.
—Buenas noches, bebé —soltó Bill casi sin aire.
—Buenas, amor. ¿Qué pasó?
—No sabes toda la travesía que tuve que hacer para
conseguir esta colección de ponis. Son de edición limitada o alguna tontería
así, el hecho es que no había por ningún lado y tuve que preguntar en un club
de fans de ponis, y hablaban casi en un idioma diferente que no supe discernir,
pero a las finales me recomendaron un sitio donde podría conseguirlo —explicó
Bill, soltando su verborrea.
Tom se rió sin hacer ruido para no despertar a
Robbie.
—Me imaginé que podrías tener problemas con eso —comentó
Tom, levantándose para ayudarle a llevar la caja inmensa con ponis.
Llevaron la caja al cuarto y la taparon con una
sábana.
—¿Mi madre está dormida? —preguntó Bill. Tom
asintió.
Bill comenzó a desabotonarse la camisa.
—Tom, ¿tengo camisas limpias? —cuestionó Bill
mientras se quitaba los pantalones.
—Sí, ya los lavé —le tranquilizó Tom.
—Prometo que la próxima semana me encargaré de la
ropa —farfulló Bill—. Solo que todo esto de la fiesta de Robbie me tiene un
poco atareado.
—Dímelo a mí, que estoy viendo cómo será lo de los
bocaditos, decoración y entretenimiento —comentó Tom, sentándose sobre la cama—.
Bill, por favor, no dejes tiradas tus medias en el suelo.
Bill recogió sus prendas y las puso en la canasta de
ropa sucia. —Lo siento.
—Ya, mi amor.
—¿Planchaste las camisas también? —preguntó Bill
casi con miedo, Tom entrecerró los ojos.
—No, eso ya hazlo tú.
—Ok —dijo Bill, poniéndose el pijama, que consistía
en un pantalón corto y una playera ancha.
…
El día del cumpleaños de Robbie llegó, ella se
vistió de Rainbow Dash, ya que su fiesta era temática y de disfraces.
Así que Robbie estaba con un mameluco de Rainbow
Dash. Que era ancho y ajustado en los tobillos. Era un kigurumi de color
turquesa con orejas de pony y cabellera de colores.
Robbie no quería quitarse la capucha porque estaba
muy metida en su papel. Bill tenía un kigurumi de Spike, el pequeño dragón de
Twilight Sparkle, y Tom estaba interpretando al hermano de Twilight Sparkle,
con su propio kigurumi.
Tom había hecho la decoración junto con Simone, la
cual estaba vestida con ropa normal. Los bocaditos habían ido por cuenta de
Bill. Todo el entretenimiento terminó haciéndolo Bill, que era un mago con su
asistente, juegos inflables y bailarinas que hicieron un show vestidas de las
ponis.
Su mejor amiga Winni había ido disfrazada de
Applejack versión kigurumi.
Robbie fue a abrazar a Winni y saludar a su mamá,
recibiendo el regalo que le habían traído. Bill estaba detrás de Robbie y Tom
también.
—Winni, él es mi papá Tom. Es, ¡lo máximo! Sabe
hacer pasteles y todo tipo de postres —explicó Robbie, emocionada.
—Y es muy bonito, como tu papá —comentó Winni,
sonriéndole a ambos.
Sabrina, la madre de Winni, saludó a ambos hombres
que vestían un kigurumi, aguantándose la carcajada.
—Hola, Bill. No sabes, Winni estaba desesperada por
el regalo de Robbie, incluso le compré otro porque el que teníamos no le
gustaba —mencionó Sabrina, Bill rió. Winni frunció su entrecejo haciendo un
puchero.
—Pero sea lo que sea me va a encantar, Winni, no
tienes poque preocuparte —dijo
Robbie, tomando su mano y jalándola en dirección a los bocaditos.
Robbie casi hacía que Winni se atragantase al darle
bocaditos.
—Al menos le gustó —dijo Bill—. Oh, lo siento,
Sabrina, él es Tom, mi prometido. Tom, ella es Sabrina, la mamá de Winni.
Tom le extendió la mano y se saludaron.
—Un gusto, Sabrina, mi nombre es Tom Trümper.
—Un gusto, soy Sabrina Florit —se presentó Sabrina,
sonriéndole. Tom parpadeó porque no estaba habituado a que tomaran su
homosexualidad con tanta tranquilidad.
La fiesta siguió desarrollándose sin problemas.
Llegó la hora de partir el pastel, y todos sus amiguitos
se reunieron alrededor del pastel, Tom lo cargaba, orgulloso de que su pequeña
cumpliera seis años. Mientras que Bill levantaba a Robbie sintiéndose feliz por
tener a su familia unida.
Robbie sopló las velas y todos aplaudieron.
La fiesta se terminó y Robbie acabó durmiéndose en
el mueble, mientras los adultos ordenaban todo.
…
—¿Notaste algo raro entre Robbie y Winni? —preguntó
Bill una vez que terminaron y estaban dispuestos a dormir.
Tom arqueó una ceja. —¿Raro cómo?
—Raro como… ehmn, ¿nosotros? —Tom bostezó y negó.
—Aún es muy joven.
—Pero igual.
—De acá a diez años, hablamos de nuevo sobre el
tema, ¿ok? —Bill rió.
…
Tom se acomodó en el asiento, leyendo confundido las
separatas. —El arte me marea —admitió después de un rato—. Pero me tocó este
tema, así que sigue ayudándome, por favor.
—Así que quieres que sea tu maestro y tú el alumno… —molestó
Bill, relamiéndose los labios. Tom bufó y le mostró el dedo medio.
—Pongámonos serios. De verdad necesito avanzar esto —dijo
Tom.
Bill asintió y le dio una ojeada a la separata.
—Ok, tengo información de esto en mi libro —avisó,
mientras sacaba su libro de gran grosor y lo ponía sobre el escritorio. Luego
comenzó a acariciar la entrepierna de Tom cubierta por sus vaqueros, como quien
no quiere la cosa, fingiendo que su mano se movía sola mientras buscaba en el
índice el capítulo que hablaba del tema que le tocó a Tom.
—Bill…
—¿Uhmn?
—Deja eso —pidió Tom con un gruñido, queriendo
jadear por la sensación, le gustaba pero podrían ser interrumpidos ya que
estaban en la oficina de Bill.
—¿Qué cosa? —preguntó haciéndose el desentendido.
Tom frunció el entrecejo y tragó saliva.
—Lo que haces pues.
—¿Qué?
—Tocarme, joder, que luego nos interrumpen los
alumnos y estamos ahí con unas erecciones grandísimas y con olor a sexo en el
ambiente.
Bill rió y se mordió el labio inferior. —Oblígame.
Tocaron la puerta. Bill de mala gana dejó de tocar a
Tom y le pidió que abriera la puerta.
Él no lo hacía porque ya tenía una erección mientras
que Tom estaba excitado pero no mucho.
Una maestra que se le veía mayor que Bill por unos
diez años quizá, se presentó ante ellos, saludando con demasiada confianza a
Bill, y con un asentimiento de cabeza a Tom.
—Pilar, buenas tardes —saludó Bill un tanto enojado.
Le caía pésimo esa mujer, siempre se le ofrecía—. Trümper si desea que lo ayude
con su deber, espéreme en la biblioteca al terminar las clases, puedo darle
asesoría allí. Por mientras llévese este libro.
Tom asintió. —Gracias, profesor Kaulitz —dijo
guardando sus cosas.
Se retiró y la mujer aprovechó eso para apoyarse
sobre el escritorio y mostrar sus atributos delanteros.
—¿Con que dando asesoría a muchachos de otras
carreras, eh? ¿A qué se debe el cambio? ¿Me puedes asesorar a mí también? —preguntó
con picardía, mordiéndose el labio inferior.
Bill se contuvo de no bufar. —Tú eres maestra,
Pilar.
—Eso no quita que quiera pasar más tiempo con usted,
profesor Kaulitz. —Le guiñó un ojo. Bill le sonrió y levantó su mano.
—Estoy comprometido, y creo que a mi personita
especial no le parecería eso —mencionó como si nada. Pilar miró espantada el
anillo en su dedo y se levantó, acomodándose la ropa.
…
Tom sacó su celular en la biblioteca cuando lo
sintió vibrar, era un mensaje de Bill.
“Amor, espérame a la salida, por una parte no muy
concurrida, iremos a otro lado”.
El moreno respondió con un “ok” antes de que le
quitaran el celular porque estaba prohibido que lo usaran en la biblioteca.
…
Bill jaló a Tom en la salida y lo llevó a un
callejón oscuro, abrazándolo por detrás, le dejó un beso en el cuello.
—¿Estás feliz de verme o es tu móvil? —cuestionó Tom
en tono burlesco.
—¿Qué crees?
—Que estás muy feliz de verme. Apúrate, tenemos que
recoger a la bebé —instó Tom.
—No es necesario, Raziel irá por ella porque llevará
a sus amiguitos boyscout a la casa y creo que si vamos nosotros, sería mucho
ruido para los pobres niños.
—¿Qué insinúas? —Tom frunció el ceño.
—Que te haré berrear como cabra.
—¿Qué carajos? —rió Tom, girándose para verlo.
—Ok, no, pero de todas formas haremos ruidos, así
que esta noche te llevaré a un sin destino —farfulló Bill.
—¿Cómo así?
—Te tengo un regalo que abrirás en el hotel al que
te llevaré.
Tom parpadeó confundido. Su novio lo iba a llevar a
un hotel. O sea que básicamente no iban a dormir.
—¿Qué clase de regalo? ¿Uno carnal?
—No, uno que podrás usar.
—Espero no sea un dildo gigante —bromeó Tom.
—Ya quisieras.
…
Tom miró confundido dentro de la bolsa que le había
dado Bill. Lo que tenía era un pantalón formal y una camisa con un bordado de
escuela, de la escuela en que Tom y Bill habían estudiado. Solo que la suya era
pública, por lo que no usaban uniforme.
Eso era, un jodido uniforme de escolar. Bufó. ¿Qué
quería Bill, jugar a los roles?
Se respondió solo cuando sacó una regla de madera de
gran tamaño y se acomodó unas gafas sin medida.
—Ok… ¿para qué son los lentes?
—Para verme intelectual —musitó Bill. Tom rodó los
ojos y se rió—. Ponte el uniforme, Tom. No seas aguafiestas.
—¿Y si esto es el comienzo de algo? ¿Y si luego me
das un disfraz de Batman y te pones uno de Robin?
—O podríamos usar uno de Iron Man y otro de Capitán
América —dijo Bill seriamente.
—¿Qué demonios? ¡Si se odian!
—Pero siempre hay un estrecho camino entre odiar y
amar —comentó Bill seguro.
—No, Bill. Esas son relaciones tóxicas…
—Calla, igual
haremos un Civil war en este hotel
otro día —aseguró Bill. Tom rodó los ojos—. Ahora serás mi obediente estudiante
y yo tu tutor exigente.
Tom se mordisqueó el labio inferior, gustándole la
idea si se la ponían así. Se fue al baño con el uniforme en mano y antes de
entrar le guiñó un ojo a Bill.
A Bill se le cayeron los lentes por la excitación.
…
Tom se sentó en el borde de la cama, con cuadernos
en mano y un lápiz para apuntar todo lo que su “maestro” le dictara, aunque
podía asegurar que a este profesor le gustaba más recibir orales.
Se iba a preguntar en serio por qué le tenía que
seguir el juego en lugar de simplemente hacerlo porque sí. Pero si Bill quería
juego de rol, Tom le daría juego de rol.
Se había rasurado para rejuvenecer su rostro. Aunque
extrañaría la barba larga de vagabundo, no se quejaba de la sensación tersa de
un rostro limpio de vellos.
Jugó con el piercing en su labio mientras Bill
comenzaba a dar su clase.
Miró a sus zapatos de vestir y se preguntó cuánto
había gastado Bill en ellos, porque eran de cuero.
—¿Está prestando atención, alumno? —preguntó Bill,
cuando Tom estaba despistado.
El moreno le ofreció una media sonrisa y negó.
—No, señor. Discúlpeme, creo que he sido un mal, muy
mal alumno. ¿Se imagina el ejemplo que estaría siendo para el resto?
—Por eso es mejor que estas clases sean particulares
—sentenció Bill, mientras le señalaba con la gran regla de madera.
—Sí, para aprender mejor.
—Sí, exactamente —cedió Bill, metido en su papel—.
Ahora, ¿quiere seguir mirándose los zapatos o me prestará atención?
—Es una distracción mirarle, profesor —tentó Tom.
Bill arqueó una ceja y se situó al lado de Tom.
—¿Qué insinúa, Trümper? —preguntó Bill, levantándole
la barbilla con la regla.
—Que usted es muy atractivo, profesor —instó Tom,
mirándole con ojos lujuriosos.
Bill frunció el ceño y arrugó la nariz, haciéndose
el enojado. —Ese tipo de pensamientos no están permitidos entre un alumno y un
maestro. Habrá que quitárselos de alguna forma. Quizá un castigo.
—Un castigo podría funcionar —admitió Tom, dispuesto
a todo con su prometido.
Bill asintió.
—Póngase en cuatro sobre la cama y le daré un par de
azotes para que aprenda —dictaminó Bill. Tom tragó saliva, esto estaba subiendo
de nivel, no habían llegado a algo así antes, ¿y si no le gustaba? ¿Y si le
dolía demasiado?
—¿Habrá una palabra clave para que se detenga? —cuestionó.
—No, yo sabré cuándo ha sido suficiente —sentenció
Bill.
Tom tragó duro y obedeció.
—Joder, Bill, si esto me duele te juro que…
—Shhh, no me tutee.
Iba a replicar cuando sintió la primera nalgada, con
palma abierta. Soltó un gimoteo por la sorpresa y su miembro dio un tirón en su
pantalón. No pensaba que se iba a excitar de esa manera con un estímulo así.
Pero el ardor y picazón que escocía bajo el roce de Bill lo excitaba, y más
porque se imaginaba a Bill detrás suyo con expresión concentraba mientras le
daba sus golpes.
Las nalgadas siguieron unas diez más y luego se
detuvo.
—¿Fue suficiente para que usted deje de tener
pensamientos pecaminosos con su maestro?
—Creo que no funcionó, porque esto aumentó mi morbo —farfulló
Tom relamiéndose los labios.
Luego sintió cómo le desprendían de sus pantalones y
bóxers y lo dejaban con piernas trémulas sobre el colchón.
Bill ni tonto ni perezoso, separó las nalgas de Tom
y se hundió en su trasero, lamiéndolo con necesidad en su hendidura. Simulando
una penetración, hizo que Tom se apoyara contra Bill para no desfallecer y para
penetrarse a sí mismo con la lengua experta de su prometido.
—Bill, por favor… —suplicó Tom, Bill lamió y chupó
con fruición, buscando excitarlo más y más.
Pero para Tom no era suficiente, él quería sentir
más, quería sentirlo por completo, llegando a ese punto especial que lo hacía
jadear y lloriquear de gusto, de solo pensarlo salivaba.
—Me gusta que hables con propiedad, aunque debes
referirte a mí como señor o maestro —dijo Bill, cuando hubo dejado de lamer
para penetrarlo con dedos repletos de lubricante.
Bill torció los dedos dentro de Tom haciéndolo
soltar soberano grito de placer. Lo hizo varias veces haciendo que sus piernas
flaquearan y casi se cayera.
—Joder, joder, joder —soltó Tom cuando no pudo más,
se iba a venir solo con los dedos de su novio. No podía ser posible—. Entra en
mí…
Bill se derritió con su voz sofocada y acezada
mientras le pedía que lo penetrara, por lo que se bajó los pantalones y bóxers
y comenzó a metérsela. La intromisión no era nueva, pero le provocaba el mismo
placer de siempre, el que le hacía blanquear los ojos y aferrarse a las
sábanas, aunque la pose de perrito no era su favorita. Prefería la de misionero
para sentirlo de frente y que pudiera besarlo y verlo cómo se perdía dentro
suyo.
El morbo del asunto maestro-alumno no hacía más que
darle más condimento a lo suyo, al decirle “señor Kaulitz asííí” o “profesor
Kaulitz más adentro…”.
Bill estaba recontra excitado, tanto así que
parecía poseído cuando lo penetraba, le hacía girar para que quedara en un
ángulo tal que le era accesible el dar contra su próstata miles de veces y
estimularlo hasta hacerlo gritar, sin necesidad de tocarle el pene. Pero antes
de que se viniera lo hizo, para que se corrieran juntos.
Seguía dándole azotes en el culo para provocarlo,
una y otra vez. En una Tom soltó un chillido y Bill gruñó y luego gimió
sonoramente, viniéndose en cantidades copiosas por toda la excitación.
—Te amo —casi gritó Bill y le dejó un beso en la
espalda baja a Tom, el cual yacía sobre la cama porque no soportaba su peso
sobre sus piernas.
—Yo más, bebé —dijo Tom con la cara contra la
almohada—. Sabe, profesor, siempre he tenido un sueño húmedo donde m estoy
follando a un maestro, ¿cree que me lo puede cumplir? —preguntó sonriente Tom,
aunque con expresión cansada.
Bill arqueó una ceja y lo miró mientras se echaba a
su lado. —¿Cree usted alumno que tenga fuerzas para seguirle?
—Recuerde que soy menor, profesor.
Bill se relamió los labios y volvieron a la faena.
…
—Ya, en serio, ¿con qué profesor tenías sueños
húmedos en el colegio? —Tom le tiró un almohadazo—. Ouch.
—Con ninguno, si no lo recuerdas, en la escuela
mayormente nos enseñaban mujeres y hombres viejos y feos, así que ninguno.
Porque si bien las mujeres eran guapas, algunas, el único bisexual aquí eres
tú. Así que yo debería preguntarte con qué maestra tenías sueños húmedos.
—Con la psicóloga que nos hizo la vida imposible, la
imaginaba como una dominatriz —masculló Bill. Tom le dio otro almohadazo entre
risas—. Ouch, ¿y ahora por qué?
—Por tener malos gustos.
—Pero si me fijé en ti, y créeme, estás más bueno
que el pan.
Se volvieron a besar.
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