¿Y que pasaría si no hubiera sido Tom el niño con una familia conservadora en extremo? ¿Y que si las circunstancias hubieran sido otras? ¿Cómo hubiera sido si el menor hubiera sido Bill y no Tom? ¿Y si ahora el "niño" no es de once años sino de dieciséis, y el "rebelde" no está en secundaria sino en la universidad?
Apretó la correa de su mochila y se hizo espacio entre la multitud de escolares para poder salir a la vía pública, repetía "permisos", a diestra y siniestra, más como algo protocolar, antes de empujarlos, para que quedara constancia de que intentó ser educado y respetuoso, algo que era difícil a la salida del colegio, teniendo en cuenta que se quedaban a medio camino a cotillear y reírse sonoramente.
Bill realmente odiaba la escuela. Él no era estúpido, sabía que estudiar era importante, y cumplía siendo puntual, haciendo sus trabajos y respetando a sus maestros, pero en realidad los odiaba a todos y cada uno de ellos.
Su madre lo mantenía a raya, porque si por él fuera mandaría a todos al demonio y golpearía a sus compañeros por ser tan idiotas que lo ninguneaban y discriminaban por sus facciones delicadas, su gusto en prendas oscuras, tener el cabello un poco más largo de lo socialmente aceptado para un hombre, y que él no gustaba de la música actual y prefería música más "vieja" como la tildaban la panda de imbéciles de sus compañeros.
A veces la idea de incendiar su escuela con ellos dentro era tan fuerte, que reptaba por su organismo y tenía que aplacarla rascándose ansioso los brazos o mordiéndose los labios con fuerza.
Suspiró de alivio al por fin atravesar la barrera de humanos idiotas que estaba allí.
Miró al cielo, con el sol cegándose, y viró en otra dirección para recuperar la visión con normalidad.
Sin quererlo, sus ojos con puntos negros por el brillo cegador, se posaron en la universidad que quedaba al frente de su escuela, la diferencia entre ambas infraestructuras era inmensa, pero en realidad eso no fue lo que lo mantuvo viendo con fijeza la pared del recinto, sino fue que contra esta, en una pose muy dominante y masculina, con un cigarrillo acunado entre labios carnosos y demasiado sexis para ser reales, estaba un chico, o mejor dicho, un hombre.
Y Bill no se dio cuenta que estaba conteniendo la respiración, sino hasta que sintió un leve mareo por la falta de oxígeno, intentó respirar pero era como si hubiera olvidado cómo hacerlo, lo que dio como resultado un bochornoso intento de respirar como pez fuera del agua.
Pero es que no podía quitarse la imagen de ese muchacho castaño de media coleta, de barba notoria pero no excesiva, de ojos que se veían penetrantes sin que siquiera lo estuviera viendo, de grandes hombros y manos. Y la forma en que fumaba, cómo sostenía aquel bendito cigarrillo entre sus labios, cómo lo aspiraba, simplemente algo así no debería ser legal.
Y se sintió tan tonto ahí, pasmado con sus películas mentales y sus ganas de ser un cigarrillo, que negó con la cabeza en un ademán de alejar esas ideas que desde un principio eran no apropiadas para un joven varón y decidió apretar la correa e irse en dirección a su casa, sin distracciones, sin chicos guapos y sin que se le notara el bulto en sus pantalones, que no respiraba por la conmoción pero la sangre sí que circulaba en dirección sur.
Se fue tan atolondrado, que no se percató que mientras atravesaba por sus dramas internos, llegó a ser notado por el objeto de su escrutinio.
...
A la mañana siguiente, Bill llegó tarde por no poder conciliar el sueño, al tratar de luchar consigo mismo toda la noche debido al discurrir de sus pensamientos. Toda la maldita noche estuvo cavilando en aquel joven castaño y ahora corría apresurado porque las puertas del colegio iban a cerrarse.
A medio tramo de la meta, no pudo evitar detenerse a admirar un momento la universidad, en cómo lucía tan utópica con la totalidad de espacio que ocupaba el campus, y cómo esos pasamanos que daban la ilusión de ser rejas, la hacían más inalcanzable a su juicio, como si se tratase de un lugar prohibido. Pero no se iba a engañar, en realidad estaba viendo hacia allí para encontrar esa melena castaña y labios arrobadores. No lo encontró, y se dirigió desanimado al colegio.
Pero lo que no sabía Bill, era que sí estaba allí el mismo hombre, solo que traía una gorra, su cabello sujetado en un moño improvisado y unas gafas oscuras para ocultar sus ojeras, y que incluso sonrió de lado al notar al mismo colegial de ayer, que se le quedó mirando fijo demasiado tiempo como para no percatarse y que luego se ganó con el momento de su casi ataque de pánico y cómo huyó con un bulto sospechoso en el pantalón, ahora estaba buscándolo con la necesidad impregnada en el rostro.
...
Pasaron unas semanas, y Bill en ocasiones conseguía poder verlo, sin embargo, en más de una vez, el universitario de ensueño consiguió pillarlo viéndole y Bill intentó lo más que pudo evitar ver a aquel sitio.
A Bill desde niño le inculcaron lo que era propio y lo que no, como que no estaba bien mirar con fijeza a una persona.
Debido a su crianza, Bill con mucha insistencia consiguió que su madre accediera a que él de tinturara el cabello y lo tuviera un tanto más largo, pero no le permitía ni sopesar la idea de tener perforaciones, tatuajes, o maquillarse como Billie Joe Armstrong, porque "eso no es de hombres respetables", e incluso su madre siempre le obligaba a comprarse siquiera dos prendas de colores por cada negra que decidiera comprar, otra cosa es que usara las de colores realmente.
Otro aspecto que le dijo su madre desde niño era que lo "normal" era que una mujer estuviera con un hombre, que todo lo demás era una desviación y aberración.
Y a Bill le gustaban las chicas, claro que sí, eran muy lindas y tenían varios atributos físicos interesantes que un hombre no tenía, pero también estaba un lado oculto en él, ese que al ver ciertos chicos también despertaba su interés, y tragaba saliva o se mordía los labios para reprimir esos pensamientos impropios, porque eso no era normal, aunque no iba a negarlo, por más que ya tenía dieciséis años y sus compañeros tenían novias, nunca había querido tener una relacion seria con una chica, porque si bien tuvo una hace ya un tiempo, y aprendió a besar a intentos inexpertos, había algo que le impedía que avance en el aspecto sentimental, y terminó con ella cuando la empezó a asociar con su madre.
Pero ser gay o bisexual, esas cosas no eran naturales, o eso le dijo su madre. Y él nunca lo refutó porque no conocía más allá de ello y nunca nada despertó el suficiente interés como para conocer, claro, eso era antes del joven universitario.
Ahora tenía esos sueños, los que antes tenía con chicas de su aula o algunos chicos sin rostros, pero en la actualidad, el protagonista era ese castaño, de brazos fornidos y labios irresistibles, y cómo odiaba su imaginación, porque se imaginaba escenas muy claras en lugares que nunca había estado, no obstante, los conocía de memoria por sus sueños.
Se imaginaba al joven besándolo mientras lo apoyaba contra un árbol, en un bosque, con una laguna en la escena, otras veces más atrevidas, lo imaginaba detrás suyo, ambos con ropa, y el joven sacándole el pene del pantalón para masturbarle en un claro de un bosque parecido al del otro sueño. Y una vez soñó que estaban ambos en una cama desnudos tocándose y que por la ventana se veía la torre Eiffel, suponía que parte de la culpa de sus sueños eran todas las películas que veía a escondidas de su madre, usualmente comedias románticas o clásicos del cine que ella denominaba impropias para un menor de edad, porque París siempre era sinónimo de amor en aquellas películas, y los bosques, claros y lagunas también poseían el aire romántico según las mismas.
Pero eso estaba mal, mamá decía que estaba mal y él se lo repetía miles de veces en la cabeza, a ver si ya desterraba la idea por completo. En eso estaba al salir del colegio y superar nuevamente la continúa barrera humana del portón.
Tan ensimismado estaba, que le tomó por sorpresa cuando lo agarraron por detrás y lo arrastraron a un callejón oscuro, tapándole la boca.
Bill empezó forcejar, pero la persona detrás suyo, era más grande y fuerte. Como no podía gritar ni zafarse del agarre, lo primero que se le ocurrió fue morder con fuerza la mano que le tapaba la boca. La persona lo soltó de inmediato, escuchó un "ouch" de una voz grave, y se giró de inmediato para identificar a su agresor, el cual estaba chupándose su dedo herido y con una expresión adolorida pero al mismo tiempo queriendo reír, Bill se quedó a cuadros cuando reconoció al joven universitario, y pese haber pasado un susto, ahora su corazón latía fuerte por otros motivos y la imagen de aquel hombre chupando su dedo, solo para aplacar el dolor de su mordida hacía que otros pensamientos sucios pasaran por su mente.
—Me gusta rudo, pero no así —soltó la primera oración el joven y Bill se sonrojo sin poder evitarlo y desconociendo el por qué, pero miró a otro lado para controlar sus impulsos antinaturales—. Hey, lo siento por asustarte. No soy un secuestrador ni violador, aunque dudo sonar creíble dadas las circunstancias —rió, y Bill sintió que el resonar de aquella risa varonil le pusieron las piernas como gelatina, y ni siquiera lo veía—. Niño, ¿me estás oyendo? Responde, que no muerdo, el que muerde es otro.
—No soy un niño —atinó a decir en voz queda. Estaba todo acalorado y lo único que pudo mencionar fue eso, porque era algo que lo molestaba, no es que quisiera ser un adulto, solo no quería que lo vieran como un crío, en todo caso era adolescente y había una diferencia abismal entre un niño y un adolescente.
—Oh, bueno, pues eres alto y definitivamente no tienes cuerpo de niño —dijo en un tono apreciativo que Bill no alcanzó a percibir—, pero es algo que digo de forma coloquial, porque soy tu mayor.
Bill, ya pudiendo controlar su corazón en su pecho, lo miró nuevamente y se arrepintió de inmediato, porque nunca una media sonrisa había lucido tan atrayente y provocativa en la historia de todas las medias sonrisas, serían los labios del muchacho, su aspecto, la armonía de todo su rostro, el contexto, Bill no lo sabía pero tampoco pensaba coherentemente y debía verse como un mocoso con retraso por mirarle fijo a la boca.
—Hey, chico. ¿Tierra llamando al niño emo, me oyes? —chanceó el castaño, riéndose y agitando una mano frente a Bill—. Te decía que me llamo Tom, estudio Comunicaciones en la universidad de al frente y he notado que me miras mucho.
El rubor que subió a las mejillas de Bill, no era debido al acaloramiento que le provoca los gestos de aquel joven, ni nada que tuviera que ver con efectos secundarios de otras reacciones en partes de su anatomía, el sonrojo era debido a la vergüenza de saberse pillado, de saber el conocimiento de... Tom sobre sus desvíos.
Apretó los párpados con fuerza para no verle y exclamó:—Discúlpeme, joven Tom, aún estoy en formación y lamento haberlo irrespetado de ese modo, el observar con fijeza está mal y que un hombre vea demasiadas veces a otro no es normal, lo siento.
—Oh, pero si no estoy recriminando nada —respondió Tom. Bill abrió los ojos para asegurarse que esa persona estaba hablando o solo se lo imaginó, y lo veía con ojos enternecidos y no entendía a que se debía eso—. Recriminarte aquello estaría por completo alejado de mis propósitos al venir aquí —esto lo soltó con un tono más grave, que Bill no identificó—. Yo vine a hablar contigo, ¿cuál es tu nombre y cuántos años tienes?
—Bill y tengo dieciséis años —respondió algo confundido.
—Está bien, Bill. Y dime, ¿a qué se debe que alguien tan joven piense que está mal que un hombre vea a otro muchas veces? —cuestionó Tom. Bill frunció el ceño, no por enojo, sino por la pregunta cuya respuesta era evidente.
—Pues porque se presta a... a malos entendidos, ya sabe usted, que piense que uno tiene... desvíos. No crea que yo los tengo, solo es confusión al pasar la adolescencia —se adelantó a explicar.
Tom apretó los labios conteniendo una risa. —¿Con desvíos te refieres a ser gay?
Bill miró al suelo y se mordió el labio inferior, estaba tenso. Esperaba no ganarse problemas y asintió.
—Estás demasiado joven para pensar como una abuela, la mía no, de hecho mi abuela era de mente muy abierta —comentó con una sonrisa nostálgica.
Bill lo miró como si le hubiera salido otro brazo.
—No entiendo.
—Ser gay no es algo malo, no es un desvío, ni nada, solo es una orientación sexual como la heterosexualidad, ya que nosotros si bien somos animales con raciocinio, no tenemos que destinar el placer sexual solo con el fin de preservar la especie, no, de hecho hay sobrepoblación. Nosotros los seres humanos si deseamos tener relaciones sexuales, no es solo para tener hijos, porque a eso lo limitan al decir que "es antinatural", uno tiene relaciones porque tiene ganas, y mientras sea algo consensuado y con alguien que pueda tomar decisiones, todo bien —explicó Tom y Bill pestañeó varias veces, sintiéndose confundido y interesado por partes iguales.
—Pero los gays tienen relaciones por... usted sabe, atrás —dijo Bill algo cohibido.
Tom se carcajeó y controló su respiración para responder.
—Está bien, sí, y si te refieres al hecho de que "solo es una salida y no entrada", pues te equivocas, ¿sabes quién es Sigmund Freud? —Bill parpadeó de nuevo seguido y Tom le restó importancia con un ademán—, bueno, no importa, pero él es quien elaboró el concepto psicológico de la fase oral o anal en los bebés, que de seguro no tienes ni idea. Pero la fase oral que pasan todos los bebés es cuando se chupan el dedo y aquello les causa una satisfacción a nivel sexual, y no me mires así —acotó al ver su expresión escandalizada—, no se trata de verlo con ojos de perverso, lo sexual es parte de nuestra naturaleza, es algo inherente en uno, porque por algo podemos tener sexo de adultos y disfrutar, con todo eso nacemos, no es que aparece de la nada, de bebés existe el placer sexual pero en un sentido más básico, más primario.
»Porque aún no entendemos y no somos del todo conscientes, y ahí es donde viene la fase oral, la fijación oral con encontrar placer al tener algo dentro de la boca y todo el proceso, y luego la fase anal, que es donde los bebés se centran en el placer de retener y relajar el esfínter anal, es decir el ano, disfrutan hacer sus deposiciones por ello, como aún no entienden que ir al baño solo es eso, ellos disfrutan cada cosa sin prejuicio ni nada, porque el esfínter anal desde el principio de que tiene terminaciones nerviosas, y su canal está hecho para abrirse para expulsar, también incluye tácitamente que puede ser empleado para otros fines, porque con una limpieza, como en todo, y una preparación previa se puede disfrutar muchísimo, porque, ¿sabes qué es la próstata verdad? —Bill asintio, ávido de recibir más información y un tanto maravillado por el despliegue de conocimiento de Tom, que no solo era atractivo sino también muy bien informado y le hablaba cosas que nunca había oído y lo decía de una forma tal que no podía evitar creerlo por completo, al intercalar con datos científicos y otros tantos aspectos—, ¿y sabes dónde se ubica?
»Bueno, supongo que sí, está a la altura del recto y al tener una relación con penetración anal, de forma indirecta se roza, y déjame decirte, que estaría demasiado jodido que uno tuviera esa forma de tener un delicioso orgasmo de tantas veces que estimulan tu próstata, y que no pudiera hacerlo "porque no es natural", no es un invento, es un hecho anatómico, independientemente de si les guste la idea o no, es como que digan que la nariz no está para oler, es algo innegable le pese a quien le pese.
Bill no sabía qué decir, hablaba con hechos y mencionando distintas cosas que tenían mucho sentido como para negarlas. Iba notando que su madre estaba mal, que era cierto, no es que solo se tuviera sexo para tener bebés, porque sino cuántos hermanos debería tener y él era hijo único, el sexo era... natural, en sus formas de encontrar placer bajo un acuerdo previo, y no es que estuviese mal que él sintiese aquella atracción hacia Tom, y él no era anormal ni desviado. Se mordisqueó los labios mientras trataba de procesar lo dicho.
—Deja de hacer eso, por favor.
—¿Uhmn? —preguntó Bill, saliendo de sus cavilaciones. Tom tragó saliva y apretó la mandíbula.
—Tu labio, deja de morderlo. Lo estás haciendo desde que te pillé observándome y ahora que estoy más cerca y lo veo demasiado seguido, afecta a mi estabilidad mental.
—¿No entiendo?
—Supongo que no lo haces conscientemente y seguramente tu intención no es provocar pero si solo el ver tus labios en estado normal me afecta, creo que no te haces una idea del efecto que tiene sobre mí el que lo atrapes con tus dientes —farfulló Tom con la voz más grave y los ojos oscurecidos. Bill lo miró interrogante.
—¿Provocar? ¿Provocar qué? —la mente de Bill no se iba a lo sexual, sino lo asoció con provocar de contestar a un adulto, de lucir mal portado o irrespetuoso.
Tom apretó sus puños, buscando controlar sus impulsos de lanzarse sobre Bill, aquel colegial evidentemente era de una familia conservadora y no tendría ni idea de todo lo que estaba haciéndole sentir, y el saber que pese a todo lo que pensaba, estuviera ahí luchando con los demonios de su crianza y viéndole embelesado le hacía muy bien a su ego pero mal a su mente, porque sabía que el muchacho también estaría gustoso de ceder a sus avances.
—Yo... no quería hacer gestos que luzcan irrespetuosos. Lo siento, solo... estaba pensando lo que dijiste y cómo tiene todo el sentido del mundo. Yo... sí, te he estado viendo desde lejos, eres muy... uhmn, ¿guapo? Ehmn, no quiero sonar como niña, pero sí lo eres y bueno, esto ha afectado mis horas de sueño. Oh, eso último olvídalo, no quise decir eso —se corrigió Bill, sonrojándose mucho por lo que se le iba a salir, esperaba no hubiera notado su desliz Tom.
—Lastimosamente no puedo olvidar algo tan interesante, ¿cómo es que he afectado indirectamente tus horas de sueño? —pregunto Tom, casi saboreando la respuesta de Bill y sintiéndose fascinado por cómo, pese a que seguían en el callejón oscuro, lucían sus mejillas al ruborizarse tanto, y el subir y bajar rápido de su pecho por el nerviosismo.
—No, por nada, me distraigo con facilidad —rió de nervios—. Me confundí al hablar, no quise decir eso.
Tom se acercó en su dirección, y Bill sintió que sus pies pesaban como plomo, porque no se movió ni un ápice, y se abrieron sus ojos como platos cuando notó que el universitario estaba a pocos centímetros de su rostro porque se había encorvado un poco, y su aliento olía a caramelos mentolados y redbull, y no fue lo único que olió, también percibió un olor varonil mezclado con crema humectante para cuerpo, de esas que usaba su mamá, pero sorprendentemente no vio a su mamá en Tom como con su ex, no cuando Tom era tan... único, de tan imponente presencia y de esa manera que hacía que solo te enfoques en él y no pensaras en ninguna otra persona en el mundo, es más, hasta perdía la noción tiempo-espacio.
Y Bill no lo notó, o quizá fue demasiado para poder soportarlo, pero fue él quien acortó la distancia entre ambos para entrelazar sus brazos en su cuello y unir sus labios.
No fue algo dulce ni tímido como Tom pensó que sería, porque Bill sabía besar pese a que aún le faltaba más experiencia que te dan los años y diferentes parejas, pero tenía toda la intensidad que ocultaba a simple vista.
Tom no quiso ser descortés, y ya, sin engañarse a sí mismo, le quería besar desde hace rato y lo empotró contra la pared del callejón, ubicando sus manos contra el ladrillo a la altura de los costados de Bill, y pasando los pulgares con suavidad una y otra vez por los lados de aquel talle tan jodidamente atrayente, tan fino, sin musculatura trabajada, pero igual de bello, la piel suave y de solo pensar cómo se sentiría bajo la tela enloquecía.
Sus labios parecían de seda, pero llenos y gruesos que lo hacían dejar de pensar con la cabeza de arriba. Su lengua tan larga y tan juguetona, sus manos inquietas que se aferraban a sus cabellos, el aliento tan delicioso que sabía a caramelos de naranja. El cómo pasaba con necesidad una y otra vez sus labios por su boca, cuando le mordía con saña dándole un dolorcito placentero, y él recorría su boca simulando una penetración con su lengua, provocando sonidos deliciosos de la boca de Bill, el cual se frotaba contra él, con su hombría ya erecta y la suya también, Tom usaba todo su maldito autocontrol para no desnudarlo y hacérselo ahí mismo, porque evidentemente sería su primera vez y merecía algo bonito, un buen recuerdo.
Bill solo quería que el calor se acabara. Quería seguir sintiendo más y más sin ropa de por medio, quería que esas manos grandes no solo le tocasen ahí a sus costados, quería que tocaran toda la extensión de su cuerpo, que esos besos no solo se dieran en su boca y no sabía qué hacer o cómo sería más allá de lo que le explicó, pero sabía que lo necesitaba, con urgencia, con desesperación.
En un arranque de su libido, dejó de agarrar los cabellos de Tom, y se colgó de su cuello para subirse como un mono, atrapándolo entre sus piernas para que su pene atrapado entre sus pantalones se pudiese sentir apretado entre ambos cuerpos, esta acción, obligó a que Tom lo apretara contra su cuerpo, sujetándole por la cintura y Bill gimió en la boca de Tom por el simple hecho de que lo sujetase a palma abierta por la cintura, y Tom no pudo resistir la oportunidad, y bajó sus manos a sus nalgas para apretarlo y sostenerlo de ahí, mientras masajeaba aquel no grande pero respingón trasero.
Tom se supone era el adulto responsable ahí, sin embargo, sus caderas se movían por sí solas, penetrando al aire y con la cabeza latiéndole con fuerza. Siseaba o gruñía cuando Bill se alejaba por aire, y en una de aquellas ocasiones al dejar de besarlo, Bill en lugar de tomar bocanadas de aire, se lanzó directo al cuello de Tom, mordiéndole ahí, con fuerza y luego como si esa carne sensible fueran sus labios, dejando un beso húmedo, chupándole ahí con ahínco, sin saberlo o negándose a admitirlo, marcándolo con un futuro chupetón.
Y Tom volvió a estamparlo contra la pared del callejón, viéndole cómo se arqueaba y no le interesaba lo brusco que había sido el movimiento, solo se espigaba por más contacto, sobando contra el vientre de Tom el bulto grandísimo en sus pantalones de mezclilla, y él no era cruel, así que con mano experta, le soltó el botón y bajó el cierre de sus vaqueros, sacando el miembro del adolescente que latía contra su palma y brillaba por el preseminal.
Maldecía y agradecía al callejón, porque por un lado no le permitía apreciar como se debe al pene de Bill, y tampoco las expresiones que se distorsionaban por el placer mientras lo masturbaba con habilidad, pero por otro lado, así si alguien se daba cuenta no vería mucho de todos modos y la oscuridad les daría unos minutos de ventaja para acomodarse la ropa.
Se relamió los labios, al imaginarse al escolar retorciéndose en un colchón con sábanas blancas, con su cabello negro pegado a su rostro por el sudor y el resto acomodado desordenado en la almohada, mientras él estaría en medio de sus piernas, lamiéndole su miembro y luego pasando su lengua por su entrada, jugando e incitándolo hasta hacerlo enloquecer, para que luego le ruegue por más y él se ponga una porción generosa de lubricante en su miembro, y un condón y profane esa virginal entrada.
La sola idea le hacía poner los ojos en blanco, y que Bill esté ahí pegado cual sanguijuela dejando chupetones en todo su cuello, luego mordió con fuerza en la unión del cuello con el hombro y Tom se corrió, se corrió en sus calzoncillos y pantalón de buzo, se corrió al maturbarle a Bill y sin tocarse a sí mismo, apretándole demasiado en el último bamboleo que Bill también se vino, en su mano, sobre la ropa de ambos, y con un sonoro grito tan erótico a los oídos de Tom, que todo acezado y cansado, igual sonrió por escuchar la capacidad pulmonar de aquel chico.
Bill sabía que tendría demasiado que explicar al llegar a casa todo pegajoso y sucio, pero sinceramente, le importaba una mierda.
Tom decidió que ya no podía ir a la media hora que le quedaba de su clase, pero que valía la pena y muchísimo habérsela perdido.
Ayudó a Bill a bajarse de encima suyo, debido a que sus piernas no le respondían bien.
—¿Y? ¿Sigues pensando que esto es ser desviado? —preguntó Tom, con la cara iluminada.
Bill se veía más relajado, menos tenso, y sentía que se abría un mundo de posibilidades frente a él.
—¿La verdad? No me importaría ser lo que sea con tal de hacer esto contigo muchas veces más, tantas veces que ya no se puedan contar —respondió Bill, sintiendo las ganas de dibujar y pintar como hacía mucho no lo hacía.
Tom sonrió, achinando sus ojos y sintiendo un calorcillo naciente en su pecho, algo que era inusual después de un polvo, pero que no se quejaba de tenerlo, como si hubieran acomodado algo que estaba descolocado en su interior.
—¿Te parece si me acompañas a mi casa para asearnos? Dudo que sea buena idea que llegues tarde y así a tu casa.
—Sí, mejor que sea tarde y limpio. Mejor que sea en la noche y que haya valido tanto la pena que no me importe volver a hacerlo —dijo Bill.
Ahora fue el turno de Tom parpadear sorprendido, pero recuperó la compostura y le sonrió, Bill tomó su mano y lo jaló fuera del callejón.
—Y, ¿dónde queda tu casa? —cuestionó Bill.
Tom se dio cuenta que estaba perdido, y que, al igual que Bill, no le interesaban las consecuencias.